CAJÓN DE SASTRE: ¡Viva el vino y las mujeres!, por Raúl Molina
Anacreonte
nació en el siglo VI a.C. en Teos, actualmente Sigacik, en Turquía. Poeta de
profesión, realizó composiciones cortas y graciosas para amenizar banquetes de
príncipes, formadas por estrofas melodiosas y musicales y cuya temática gira en
torno a los goces de la buena mesa (vino) y el amor. Todo ello está rodeado de
un halo temporal, que advierte sobre la fugacidad de la vida, haciendo un
llamamiento al placer y al disfrute del momento presente sin distraerse en
pensamientos sobre el pasado o el futuro.
¡Por los dioses! ¡Déjame beber!
¡Beber sin interrupción! Quiero
Enloquecer.
¡Toma tú las armas, yo bebo…!
Muchacho, tráeme la copa.
Si he de yacer por tierra,
es mejor que sea embriagado
que no muerto.
La filosofía hedonista se deja entrever no tan solo en los poemas de temática puramente festiva como el anterior, sino también en las composiciones amorosas, que en muchos casos están cargadas de tintes eróticos. Para entenderlas es necesario saber que el amor en la Antigua Grecia no solo era de tipo heterosexual, sino que las relaciones homosexuales entre hombres estaban totalmente permitidas, e incluso las relaciones “pederásticas” entre un joven (eromenos, 15-18 años) y un adulto (erastes) que no pertenecieran a la misma familia eran consideradas tradicionalmente de formación educativa y moral. Mientras Afrodita era la diosa del amor heterosexual, Eros era el patrón del amor entre hombres:
Oh, muchacho
que tienes una mirada virgen
te estoy buscando
y tú no me hacer caso.
Y es que no eres consciente
de que eres el auriga de mi alma.
Trae agua, trae vino.
¡Oh, muchacho, tráeme guirnaldas!
¡Que sea pronto, que estoy
luchando ya contra Eros!
Esteban Manuel de
Villegas (1589-1669) será el primer poeta en rescatar este tipo de
composiciones en Las Eróticas, cuya
primera parte está formada por poemas de versos heptasílabos y temática
amoroso-festiva, que marcarán el inicio de la anacreóntica en la poesía
española y serán el modelo para los posteriores recuperadores del género. Un
claro ejemplo es su breve poema “De la lira”, en el que plasma su intención de
dejar de cantar a los grandes héroes mitológicos (Cadmo, Atridas y Alcides),
para pasar a realizar una poesía amorosa: “ya de amor solo / solo canta mi
lira”.
Quiero cantar de Cadmo,
quiero cantar de Atridas:
mas ¡ay! que de amor solo
sólo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
las cuerdas mudo aprisa;
pero si yo de Alcides,
ella de amor suspira.
Pues, héroes valientes,
quedaos desde este día,
porque ya de amor solo
sólo canta mi lira.
Vamos a saltar ahora
hasta el siglo XVIII. Si durante el Renacimiento (s. XVI aprox.) y parte del
Barroco se van a tratar de imitar los modelos clásicos (latinos y griegos) en
cualquier rama del arte, en el siglo XVIII, durante el auge de la Ilustración
se va a volver la vista de nuevo a esos mismos modelos, dando como consecuencia
un tipo de arte que ha recibido el nombre de neoclásico (nuevo clasicismo) y
que se extenderá durante parte del siglo XIX hasta la llegada del
Romanticismo. Entre 1771 y 1773 se crea
la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, donde importantes intelectuales
españoles debatirán sobre “teatro, toros, amores y versos”, y de forma
voluntaria marcarán un nuevo devenir en la poesía gracias a la lectura y
comentarios de obras de poetas españoles
e italianos, estos últimos cultivadores de anacreónticas, composiciones
que se van a convertir en excelentes manifestaciones de la aspiración
dieciochesca al hedonismo (placer, liberación y felicidad humana) gracias a que
serán rescatadas por parte de los tres poetas participantes en la Tertulia: José
Cadalso, Nicolás Fernández de Moratín y Tomás de Iriarte.
José Cadalso (1741-1782)
ha sido considerado como el primer romántico de la literatura española por su
obra Noches lúgubres, escrita en 1771 pero publicada en 1789. Sin embargo, esto
no nos va a interesar mucho ahora, sino que lo que verdaderamente es importante
para lo que estamos tratando aquí son sus poemas, sobre todo aquellos en los
que deja constancia de la influencia de las anacreónticas leídas y comentadas
en la Tertulia de la Fonda de San Sebastián. En estas composiciones de nuevo
van a aparecer los temas amorosos y festivos, estos últimos relacionados con el
vino (Baco es el dios del vino; las referencias mitológicas son constantes
tanto en los poetas del Clasicismo como en los neoclasicistas), aunque es
cierto que concretamente en este poema se centra mucho más en la liberación y
felicidad relacionada con lo puramente festivo.
Pues Baco me ha nombrado
virrey de dos provincias,
que de todo su imperio
son las que más estima;
pues ya siguen las leyes
que mis labios les dicta
de Jerez los majuelos,
de Málaga las viñas,
cobremos los tributos
de las uvas más ricas,
y mis alegres sienes
con pámpanos se ciñan;
y salgan en mi obsequio
las cubas más antiguas;
y que vengan bien llenas
y vuelvan bien vacías.
Canten mis alabanzas
al son de las botijas,
de jarros y toneles,
con sus voces festivas,
zagales y zagalas
de toda Andalucía,
y cuantos asistieron
a la última vendimia.
Digan «¡Viva el virrey!»
que Baco les envía;
y si acaso a su canto
faltasen las letrillas,
lo ya dicho cien veces
otras ciento repitan;
y toquen las botellas,
y suenen las botijas.
Y si logro dormirme
entre parras sombrías,
bebiendo y escuchando
tan dulce melodía,
¿qué me importa que mueran,
con pobreza o riqueza,
con susto o alegría,
cuantos otros virreyes
la fortuna destina,
los unos a la Europa,
los otros a las Indias?
Cadalso viaja a Salamanca
en 1773, y allí toma contacto con unos poetas de la segunda generación de
ilustrados, influyendo en ellos y haciendo que estos se conviertan con el paso
de los años en los principales cultivadores del género anacreóntico en España.
Muy probablemente, es Meléndez Valdés (1754-1817) el alumno más aventajado de
Cadalso y el que conseguirá llevar a este género a altas cotas de popularidad.
En 1820 aparecen publicadas las Odas anacreónticas un poemario formado por 15
anacreónticas. De ellas he seleccionado “A Dorila”, poema en el que se plasma
un tema universal de la poesía, la fugacidad del momento presente. En esta
anacreóntica, al igual que en muchas otras, aparece el tópico del tempus fugit, amén del cual el yo poético se
pregunta para qué sirven los “años de nuestra frágil vida”, contestándose en el
verso siguiente: “Para juegos y bailes / y cantares y risas”. En definitiva, de
nuevo el epicureísmo.
¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.
Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?
Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.
Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;
y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.
Valdés irá un paso más allá con las anacreónticas,
escribiendo Los besos de amor,
poemario en el que va a plasmar de forma explícita los sobreentendidos y las
alusiones del tema amoroso, convirtiendo las anacreónticas en poesías eróticas,
traspasando la galantería de Anacreonte y quedándose cerca de la poesía
pornográfica, de la que tan solo la fina línea del lenguaje figurado las
separa. Con una lectura del siguiente poema os daréis cuenta de que Valdés va
un paso más allá:
Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.
Por último, y para romper este tono serio que uso cuando
hablo de poesía quería traeros una anacreóntica pasodoblesca del siglo XX, sin
metáfora alguna, directa, como tantas otras canciones de su autor, un carro no
era más que un carro y los toros y las minifaldas no eran más que toros y
minifaldas, quizás ahí esté la base de su éxito en la España en los años 60 y
70. Por supuesto, solo podía ser Manolo
Escobar, patrio cantante de las “glorias de España”, que a propósito o no,
me inclino más a lo segundo, compuso una anacreóntica un tanto peculiar
titulada “Mujeres y vino”, ahí va eso:
CREACIÓN
LITERARIA
Qué os parece coger uno
de los temas de la poesía anacreóntica (fugacidad de la vida, goce del
presente, lo festivo, el vino o cualquier tipo de alcohol…) y hacer un poema
alrededor de él. Por supuesto, prefiero que toméis como modelo a los poetas del
XVIII y no tanto a Manolo Escobar, aunque si alguien se ve poseído por el espíritu
del pasodoble y nos deleita con uno también será recibido con los brazos
abiertos. ¿Os animáis?
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