TEMAS E IDEAS: En las palabras, por Ancrugon
En las palabras habita la magia, se
agazapa el misterio, se esconde el origen de todas las cosas, porque nada existiría
en realidad si el hombre no lo hubiera nombrado y, en ese momento, el ser humano
se irguió hasta el escaño de los dioses, puesto que si el Creador lo hizo todo
de la nada, todo seguía siendo nada porque no tenía nombre, no se identificaba,
no podía reconocerse de entre la masa amorfa de la materia. Sin embargo, cuando
los humanos aparecieron sobre la faz terrestre y comenzaron a colgar las
etiquetas a todo lo que les rodeaba: “esto se llamará así, aquello asá y esto
otro de esta otra manera…”, el mundo comenzó a tener contornos, a delimitarse
formas, a aparecer límites, masas, espacios, colores, sabores, sonidos… y toda
la gama de sensaciones que hacen de la vida este conjunto de impresiones que
nos acompañan hasta el final. Desde entonces, justo a partir de ese momento
primigenio en el que los mortales fueron capaces de identificar el primer
objeto, el primer sentimiento, la primera sensación, el primer estado o la
primera abstracción, las palabras se hicieron dueñas del hecho supremo de la
creación y el hombre tuvo la capacidad divina de pensar y la humana de
comunicarse, porque los dioses, no lo olvidemos, tienen el privilegio del
silencio... Los dinosaurios, el Big-Bang, los hombres de Neardental, etc… no
formaron parte de la realidad hasta que alguien no les colocó su sustantivo, el
rótulo con el que serán identificados durante toda la eternidad. Y todo aquello
que surge como fruto novedoso no es hasta que no tiene su propio nombre, que no
hay que confundir con el “nombre propio”, algo menos interesante por estar
mucho más vacío de significado…
Pero la humanidad estaba dispersa por la
superficie de este globo errante a través del universo, tal vez a causa de surgir
aquí y allá como producto de una evolución espontánea de especies similares, al
principio, pero obligadas a una adaptación ambiental diferenciada, el caso es
que, por culpa de esta dispersión, el hombre nombró las mismas cosas con
palabras diferentes, y así, mientras nosotros llamamos al amor, “amor”, los
ingleses le dicen “love”, “влюбленность” los rusos, por su lado los árabes lo
nombran “حالة حبّ” y los chinos así: “爱”,o “αγάπη” para los griegos… Y podríamos seguir
escribiendo palabras diferentes y sin ninguna relación hasta completar la lista
de todas las lenguas terrestres, porque no hay conexión necesaria u obligada
entre la palabra y el objeto, pues la relación entre el significante, es decir,
la reproducción física de ese vocablo, y su significado es totalmente
arbitraria y casual, nada tiene que ver con una ley predeterminada… una prueba
más de su origen humano y no divino… ¿o tal vez de la divinidad humana?... porque
para los dioses, según sus voceros o representantes tocados por el dedo mágico,
todo tiene un único camino verdadero. Aunque, ya me olvidaba de ello, tras el
“Diluvio Universal”, según dicen, Dios castigó a los descendientes de Noe, que
debían ser muchos, por lo visto, cuando construían la Torre de Babel descreyendo
su promesa de no volver a mandar tan húmedo y nefasto castigo, confundiéndoles
las lenguas y, claro, el entendimiento, y de allí surgiría los diferentes
códigos lingüísticos de nuestro planeta… La mitología, recordemos, fue la
antecesora de la filosofía, sobre todo cuando los hombres carecían de medios
científicos para poder explicar los sucesos y fenómenos que ocurrían a su
alrededor, y alguien tenía que interpretarla, ¿no?...
Y fue un griego,
de esos sesudos y rabiosamente inteligentes que todos, o casi todos, hemos
odiado durante nuestros años de instituto, llamado Platón… sí, sí, el de la
caverna…, pues fue este hombre quien aseguró que el estudio de la idea de la
palabra es muy importante para poder desarrollar el mundo sensorial, ya que
ella se utiliza como la partida de la comunicación. Para él la palabra era como
un organismo vivo cuya finalidad no era otra que la de transmitir el
conocimiento, ya que, gracias a las palabras, la memoria capta las ideas. Tened
en cuenta que las ideas se refieren a las imágenes de la realidad en la que
habitamos y que éstas son universales, pues, por ejemplo, la idea de agua es la
misma para un esquimal, aunque allí permanezca la mayor parte del año helada,
que para un berebere, aunque éste tenga presente más la imagen que la materia,
o para un gallego… Pues bien, el señor Platón, nos dijo que las ideas son entes
universales fuera de los límites del tiempo y el espacio y que el ser humano
sólo puede percibirlas mediante el alma, o sea, lo más puro e innato que
poseemos… No os perdáis, esto está claro, lo explico… Veamos: la idea es algo
universal, igual para todos, ¿vale?, pero el mundo de las ideas está
relacionado con nuestra parte espiritual, porque en cualquier caso nosotros
también somos una idea… ¿lo tenéis?... Pero nosotros, los humanos, estamos
formados también de nuestra parte material, al igual que las diferentes
realizaciones de las ideas, y todos, las cosas, los sentimientos, las
sensaciones, los animales, las plantas y nosotros, pertenecemos, al mismo
tiempo que al mundo de las ideas, al mundo sensorial de las cosas materiales.
¿Se van aclarando los conceptos?... Y claro, como el ser humano viene del mundo
perfecto de las ideas, se olvida de ellas al unirse al mundo de la materia, el
cual es imperfecto, por lo que el entendimiento, lo más cercano que tenemos al
alma, necesita de las palabras para que podamos recordar las ideas… Porque,
para Platón, el conocimiento es recuerdo, lo que quiere decir que cuando
estamos estudiando matemáticas, por ejemplo, no hacemos otra cosa que ayudar a
nuestra mente a recordar lo que ya sabíamos… ¡Pues qué pérdida de tiempo eso de
nacer!, ¿no?...
Las palabras
tienen también su parte esotérica, oculta, misteriosa, puesto que ellas, a
veces, significan mucho más de lo que somos capaces de comprender, y son expertas
en cambiar la alegría en tristeza, o al contrario, la paz en violencia, y
viceversa, la luz en oscuridad… Y ahí aparecen las palabras prohibidas, los
tabúes, esas que son innombrables, aunque casi todos las conocemos, pero que no
nos atrevemos a pronunciar… para ello, en nuestra innata capacidad de
adaptación, hemos inventado los eufemismos, que son términos que significan,
más o menos, lo mismo, pero los cuales no nos dan tanto apuro nombrar… Y es
que, en ocasiones, una misma palabra puede tener distintos significados según
el contexto en que sea empleada, por ejemplo: “¿Me pone un melón madurito?”, en
el mercado; “¡Eres un melón, no hay forma contigo!”, normalmente lo dice el
padre…; “¿Has visto aquella chica que par de...?”… Disculpad, a veces me voy del
tema. Pero creo que ha quedado claro, ¿no?... A este fenómeno, los gramáticos
le han llamado polisemia, no confundid con Polinesia, eso es otra cosa, que
viene de la composición de dos palabras griegas de la antigüedad, a saber: πολλοί
(muchos) y σῆμα (significado). Así
mismo, también hay palabras diferentes que significan lo mismo, veamos: burro, asno,
pollino, rucio… y esto es la sinonimia.
Además, en las
palabras existe otro don, maravilloso, sublime, extraordinario, pues con su
capacidad de combinarse entre ellas, pueden crear mensajes complejos mediante
los cuales expresamos nuestros sentimientos, nuestras necesidades, nuestras
esperanzas… en fin, todo aquello que seamos capaces de comunicar, e incluso, de
invocar. Y así, a veces, pueden ser reconfortantes, otras enamorados, pero
también los puede haber inquietantes o peligrosos… Y para que todo ello
funcione, en todo hecho de comunicación debe haber, necesariamente, dos
elementos como mínimo: un emisor, que codifica un mensaje el cual enviará
mediante un canal, y un receptor, quien descodificará el mensaje tras haberlo
recibido por una canal, claro que ambos deben conocer el mismo código porque,
de lo contrario, yo podría estar ante una hermosa mujer japonesa y que ella me
dijera: 私はほしいと思う (“Te quiero”), y que yo
le respondiera: “Las nueve menos cuarto.”… Y sería una pena, la verdad…
Las palabras,
como cualquier otro ente con vida propia, nacen, viven, se desarrollan, se
reproducen, envejecen y mueren, pero todas, todas, tienen algo especial en
ellas: la facultad de crear mundos, personajes, sentimientos, verdades y
mentiras, realidades y fantasías, derrotas y esperanzas, y, sobre todo, en ellas
habita el don más grande que posee cada ser humano, algo que a pesar de todas
las jaulas y barrotes no se puede detener, porque tiene alas, algo que mueve al
mundo desde el principio de la historia, algo que inquieta a los tiranos,
aterra a los opresores y que en el fondo es muy sencillo y natural, porque nace
del interior de cada persona, y así, nos podrán esclavizar, nos podrán
torturar, nos podrán asesinar, pero nuestras palabras seguirán vivas y flotarán
en limbo de las cosas olvidadas hasta que alguien las recuerde… porque las
palabras están hechas de libertad.
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