TEMAS E IDEAS: En la ausencia, por Ancrugon - Enero 2013
I
Pensar
y pensar…, siempre divagando por esos caminos misteriosos donde se agazapan
imágenes irreales e idealizadas que se escapan como muchachas vergonzosas al
sorprenderlas. ¿Y para qué?... ¿Y por qué no?... ¿Y por qué por qué?...
En el cielo, seguramente,
seguirán flotando las estrellas, pero no se ven… durante el día no se ven, ¿no
lo sabías? ¡Todo es azul, muy azul, azul!...
Azul, o blanco, o gris, o... ¿Qué más da?...
En cambio, por la noche sí
pueden verse, aquí y allá…, más allá...
Sueño con ellas, ¿por
qué?... ¡Aaaah!...
¿Seré, quizá, un enviado de
esos mundos lejanos, sugestivos, perfectos, a este otro más cercano, apático y
defectuoso?... ¿Vendré, tal vez, de esa
zona donde la comunión espíritu cuerpo es total, donde la voluntad y la verdad
son la misma cosa, donde el corazón y la razón caminan al unísono?... ¿Traeré,
a lo mejor, conmigo grandes e importantes palabras que, dichas una tras otra en
correspondiente y calculada sucesión, formen una advertencia capaz de cambiar en algo todo esto?... Es posible
que sea así, pero ahora no me acuerdo, lo intento, sí, pero todo es inútil;
cabe que haya perdido la memoria en el cambio brusco de presión al pasar de la
nada del éter infinito, donde haya flotado sumido en un sueño de varios años,
... ¿o siglos?... ¿o milenios?... ¿o
eones?... en fin, allá en cualquier lugar
y tiempo donde me agitase durante varios espacios temporales de difícil control
métrico, pues las dimensiones no importan, ¿no dicen que el tiempo es relativo?
Desde allí llegaría a la estratosfera complicada de un mundo gelatinoso donde
pululasen miles de millones de partículas microscópicas en un vaivén continuo
por el archivo de los conceptos… ¡Suena asqueroso!...
Pero,
¡silencio!..., mis neuronas están recibiendo en este preciso instante un
mensaje codificado, un mensaje emitido desde las más internas fibras de mi ser
material y corpóreo: una parte de la máquina se ha acostumbrado a una especie
de lubricante que, en realidad, a la larga, resulta corrosivo; las neuronas
tienen órdenes concretas y estrictas de anular el permiso, pero siempre se
dejaban sobornar, y es que la carne es débil y la vida son dos días... todo un
grave problema psicológico…
La primera chupada al
cigarrillo suele llenarme de satisfacción…
Tabaco rubio americano,
caro, muy caro... por supuesto, es de muy buena calidad, sin embargo no sé
donde realmente radica tal calidad, si en ser rubio, o americano, o... ¡Ya
está!, ¡cómo no lo he pensado antes!: la tan recalcada calidad consiste en el
continente, ¡sí, sí, en la cajetilla!, vamos, en la apariencia, pues ésta es de
cartón bastante resistente y perfectamente envuelta en papel celofán
transparente cuyo brillo y colores llamativos atraen poderosamente al
consumidor. ¿Quién puede resistirse a algo tan aparente?....
¡Qué no harán ellos!... ¡Un
gran pueblo el americano!... ¡Vaya, vaya!... ¡Sí señor, un gran pueblo!...
Menos
mal, por lo menos avisan.
Mira, como tantas otras
cosas.
¡Esto ya es pasarse! Aquí
han dado donde más duele.
Y el humo asciende, tan
pronto en columna perfecta, como jugueteando en zig-zag o haciendo espirales,
mientras tanto, se marchitan las flores del almendro irremisiblemente y caen
sus pétalos, antes orgullosamente blancos y lozanos, ahora negruzcos,
arrugados, ajados... El viento tose como si estuviera afectado de bronquitis
aguda y en el cielo se va formando una manchita marrón que crece y crece al
mismo tiempo que el Sol se va apagando...
- Esto es ausencia - aseguró
el médico embutido en su bata blanca y mirando tras sus gafas de lentes
gruesas.
- ¿Y eso peligroso? - la
pregunta le surgió como un suspiro.
- Bastante - afirmó
escuetamente el galeno.
- ¿No hay ningún remedio,
doctor? - preguntó el otro con el miedo asomándole miserablemente por las
pupilas.
- La única esperanza es un
deshollinador - aseguró el curandero de modales altivos y aristocráticos.
- ¿Un deshollinador?... – la
sorpresa pintó destellos desesperados. - ¿Y dónde encuentro yo un
deshollinador? - Suplicó el otro cada vez más alarmado.
- Es difícil, cada vez más
difícil... con los días que corren. - Y sonrió con reflejos marfileños. - Pero
si usted me guarda el secreto, pues es peligroso, ¡muy peligroso!, yo puedo
indicarle la dirección de uno muy bueno.
El otro respondió con su
mirada ansiosa.
- Esto le costará... En
fin... Ya puede usted suponer... Pues simplemente unos diez mil dólares…
Informar de estas cosas... ya sabe... es peligroso, ¡muy peligroso!”
- Me parece muy justo,
doctor. - Respondió el otro con la blancura de la nieve pintada en sus
mejillas. - Pero... dígame, ¿cómo siendo usted médico es tan miope? – La
pregunta, como comprenderéis, iba destinada a herir en lo más profundo.
El aristócrata altivo de
modales medicinales se estrujó las manos como podría hacer yo si fuera un
cirujano alto llamado Aristos, pero, como no lo soy (y es que me impresiona
mucho la visión de la sangre), lo hacía como la haría un avaro, de la familia
de los córvidos, al ver ante sí un cigarrillo rubio americano a medio fumar.
- Pues verá, querido pagano.
- Dijo al fin. - Es que mi especialidad es la celulitis y, ya se sabe, ¡las
células son tan pequeñas!...
- Ya... - Respondió el
pagano convertido a la fe verdadera.
- Esta información le
costará mil dólares más, ¿comprende?
Y el pagano vio la luz, pero no quiso comprender pues ya no le quedaba
más dinero.
II
-
¡Deshollinador!.... ¡Deshollinador!...
- ¡Miauuu!... ¡Miauuu!... - Respondieron
a su llamada.
No comprendía cómo aquel
gato tan gordo era capaz de caminar con tanta agilidad por los tejados. La luna
también era gorda, pero ella era blanca y alumbraba, en cambio Deshollinador
era flaco y oscuro.
- Deshollinador, necesito tu
ayuda, ¡estoy desesperado!
Y le habló del humo que
juega en espirales, de las flores que se marchitan, de las tos del viento y de
la manchita marrón que crece y crece en el cielo. El flaco y oscuro tenía
puesto un sombrero de copa reluciente donde se reflejaba toda la oscuridad de
la noche.
- ¿Será el Tío Sam? - Pensó el otro.
No, no lo era, al Tío Sam
nunca se le ven, porque no quiere mostrarlas, sus partes oscuras, por el
contrario, el Deshollinador las muestra con orgullo, pues ese es su trabajo:
cargar con todo lo negro que los otros no quieren.
- ¿Y eso es de nacimiento? -
Preguntó Deshollinador después de meditar un rato y al tiempo que lanzaba una
mirada de una blancura y ternura insoportables.
- No, supongo que de
herencia cultural. - Respondió el otro un poco avergonzado.
- Ya, su padre era un hombre
de mundo. - Pensó Deshollinador en voz alta.
- No, no, esa era mi madre.
- Dijo el otro cada vez más lleno de ridículo.
- ¿Entonces? - Preguntó
Deshollinador un tanto perplejo.
- ¿Y cómo se las arregla ese
gato para saltar de un tejado a otro? - Preguntó el otro en un intento
desesperado por desviar la conversación.
Deshollinador captó la
precipitada huida.
- Nunca lo hace, siempre
está aquí. - Respondió.
El otro guardo silencio
pensando quizá en una persona querida de poco mundo... - “Papá...”
- Vale, pues cuando usted
quiera comienzo. - Intentó concluir Deshollinador.
- Eso usted. ¿Cuánto me
costará?
-
¡Por favor! - Se enojó Deshollinador. - ¿Cree que aquí arriba admitimos basura?
III
Comienza
a pesar el cigarrillo quilos y quilos entre los dedos... ¡es insoportable!
“Y si el viento juega con el
cabello, ¿es el viento peluquero?...”
La columna de color de
caramelo refleja en las lunas de los escaparates reverberaciones de
oscuridad...
“Y si los dedos de mi amor
se introducen entre mi pelo, juegan con él y retozan como niños libres en la
felicidad de un prado, ¿es mi amor como el viento?...”
El cigarrillo pesa ahora
toneladas y cae al suelo terroso con gran estruendo que el eco se encarga de
repetir. Intentan las hierbas apartarse, pero se lo impide su arraigada
posición, comenzando a arder con el fuego
de la imponderable indiferencia consumista. Corren despavoridas las
mariquitas vestidas de payasos tristes.
- ¡Fuego! ¡Fuego! - Gritan
las abejas alarmadas.
Ocupan posiciones las
libélulas:
- ¡Por favor, despejen la
zona! ¡Despejen la zona!...
Lloran las ninfas en sus
crisálidas y vuelan veloces las mariposas intentando el rescate. Llega un perro
grande y lanudo, levanta una pata trasera y orina en el incendio sofocándolo
completamente. De inmediato todo vuelve a la normalidad y, desde la atalaya
real, dicta sentencia el Águila rodeada
de su consejo de sabios búhos y respetables
buitres:
- ¡Es una carroña!
Y los
buitres aplauden, no así los búhos que deseaban que me sentenciaran a rata. Pero
yo me siento un gusano e imploró misericordia de rodillas derramando un llanto
desgarrador.
- ¡Perdonadme, por favor,
perdonadme!... Mi único delito es la negligencia.
Águila Real yergue la cabeza
como preguntando y es un escarabajo quien le da la respuesta:
- Es la negligencia madre de
la tragedia e hija de la vanidad.
Águila Real no puede
reprimir una arcada, pues le asquea tanto pensamiento filosófico. Al darse
cuenta, graznan buitres y cuervos enojados, ladran perros y zorros molestos,
rebuznan los asnos sintiéndose aludidos y se arma tal alboroto, que deben dejar
los cielos caer su remedio acuoso para aplacar las iras de este nuevo incendio.
Al comenzar a mojarse, todos se marchan...
Deshollinador le observó de
nuevo con su insoportable blancura y una sonrisa dibujó estrellas en la noche
de su rostro.
Las lágrimas del otro
creaban caminos de claridad.
- Tu historia se repite en
el tiempo infinito... ¡Y es que el hombre es tan frágil!
El gato gordo arrullaba a la Luna y un viento suave barrió
los últimos recuerdos que se iban ajando bajo el peso de las horas.
IV
A
estas horas de la tarde y en esta época
del año, hace mucho calor. El Sol está
en su cenit y las chicharras en lo más pletórico de su monótono concierto,
intentan cerrarse las rosas sin éxito, se chamuscan las margaritas no
deshojadas y corre el sudor empapando la camisa. Por todo ello no es de
extrañar que se agradezca la llegada de una tormenta, la cual cubre de
oscuridad el azul derretido de un cielo sofocado, hace callar a las reiterantes
e infatigables sopranos, relaja las rosas de sus esfuerzos, refresca las
margaritas y empapa mucho más la camisa...En cambio, en esas circunstancias,
siempre se acostumbra a correr como locos buscando un lugar donde resguardarse…
¡Incongruencias del ser humano!...
La
puerta de la caseta, de ladrillos rojos y tejas grises, donde suspira la bomba
del agua, no tiene pasado el cerrojo. Dentro, la luz llega a través de dos
pequeñas ventanas cerradas con tela metálica. Empujo con ambas manos la también
metálica puerta, a pesar de la calavera de esmalte verde que luce a la altura
de los ojos:
Ésta se abre con
chirrío desagradable. En su interior el motor sigue zumbando indiferente y al
rato ya se tiene la sensación de estar sordo por completo...
- ¿Dónde vas,
Vagabundo? - Pregunta la araña peluda de patas largas.
- Mira. Por ahí.
- Respondo al mismo tiempo que desprendo el papel de aluminio de una tableta de
chocolate.
La araña me
observa detenidamente con sus ocho ojos desde el centro de su palacio de Cnosos
construido con finos pasadizos de seda.
- ¿Exiges que
sean vírgenes para el sacrificio? - Pregunto mordisqueando la tableta.
- ¡Bah! Eso era
en otros tiempos, ahora ya no se puede exigir tanto, si no igual me moría de
hambre.
Miro por una de
las pequeñas ventanas y veo caer las gotas de agua fresca que apagan la sed de
la tierra. Un olor familiar de campo mojado y las palabras de la araña me hacen
recordar la imagen de una muchacha de cabellos suaves y mirada pícara que
paseaba bajo una tormenta sin mojarse y, a su alrededor, caían los rayos
destruyendo, quemando, arrasando... sin embargo, ninguno osaba tocarla a
ella...
- Era la pureza.
- Pienso en voz alta con un nudo en la garganta.
- Sí, puede ser.
- Afirmó Deshollinador rascando la cabeza del gato gordo. - Pues son los seres
puros los únicos paseantes entre las tormentas que pueden salir totalmente
ilesos.
- La vi como si
estuviera realmente allí. - Continuó el otro. - Los rayos iluminaban su pelo y
doraban el aura de su piel. El viento bailaba con su falda y acariciaba la
tersura de sus miembros. Y en sus ojos, aquellos ojos que tanto deseé y tanto
me suplicaron, se veía la mirada esperanzada de la niña que teme y ama a la
vez.
Sacó un trozo de
papel y se lo alargó a Deshollinador.
- Luego escribí
esto.
Los dedos
temblaron al cogerlo y la luna gorda y redonda apareció entre las nubes para
iluminar al lector con su luz fría y lechosa.
En la porcelana de tu superficie,
quieren rozar mis dedos
la perfecta silueta,
pero se quiebran como frágil cristal
el nuevo amanecer y la luz eterna.
Quiere mi boca libar el néctar
de la flor indefensa
y se vuelve amarga ponzoña
el agua de la fuente.
V
- Yo también veo pasar a mi amor - dijo Deshollinador sentándose con el rostro muy triste sobre un humero ennegrecido.
-
¿Y nunca bajas para estar con ella? - preguntó el otro.
-
¡Jamás! - gritó él. - ¿No ves que si bajo puede que deje de ser mi amor?... -
Desde aquí arriba la veo, la imagino, la admiro, la adoro y es toda mía. La amo
y pienso que me ama. Juego a que bailamos románticos valses pisando las suaves
baldosas de un cielo de terciopelo, sembrado de finos diamantes y esponjosas
bolas de algodón. Luego, la beso bajo la sombra del viejo roble, el de tu
pueblo, el mío y todos los pueblos del universo, y escuchamos la tenue sinfonía
del río de cristal...
Deshollinador
parecía arrobado, hechizado, poseído por la dulzura de unos pensamientos de un
mundo inventado.
-
Pero, ¿ella podría quererte a pesar de tu negrura? - volvió a preguntar el otro
en tono intrigado.
Deshollinador
se puso en pie con expresión de dolor profundo.
-
¡Oh... no, no! Perdona, no era mi intención ofenderte. ¡A veces soy tan torpe,
tan estúpido! - se disculpó el otro.
-
No me has ofendido a mí, no... - dijo muy suavemente Deshollinador. - Has
ofendido a la luz y a la blancura... Has ofendido a la verdad... ¿Qué sería de
la luz si no existiese la oscuridad?... ¿Qué sería de la alegría si no
existiese la tristeza?... En cada oscuridad existe una luz y toda luz engendra
oscuridad... No, no me has ofendido a
mí, tan sólo me has llenado de tristeza.
-
¡Oh... yo...! - balbuceó el otro con su torpeza innata y, sin darse cuenta,
resbaló por las tejas húmedas del sudor
de la noche, estando a punto de caer de no ser por la rápida acción de Deshollinador que le asió con sus manos negras a causa de las
suciedades ajenas, a las suyas blancas, recién lavadas con un jabón inglés de
perfume francés y envuelto con papel americano fabricado con celulosa
canadiense.
- ¡Gracias!...
¡Uf, por poco...! - suspiró tembloroso.
-
Ten cuidado - le aconsejó Deshollinador. - Tú no sabes andar por aquí todavía.
Ha
dejado de llover, pero a mi alrededor sigue la aridez y el camino se ha
borrado. En el fango se diluyen mis huellas… La mochila me pesa…
Me
despido de la araña, pero ella no me responde ocupada en percibir cualquier
imperceptible vibración en su laberinto. Fuera de mi cobijo, el cielo se ha
quedado de un azul pálido, descolorido,
como si la lluvia lo hubiese lavado en exceso…
¿Para
qué mirar atrás?... La noche llega y el túnel de mi horizonte se oscurece. Sin
embargo sé que estoy destinado a seguir caminando porque eso es lo que se
espera de todos nosotros… ¿no es así?...
Y
allá voy, acompañado de millones de sombras y cargando en mi mochila el cada
vez más insoportable peso de las ausencias…
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