PALABRAS DE MALA PRENSA: Misterio, por María Elena Picó Cruzans - Enero 2013
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ROSETÓN
DE SAN BARTOLOMÉ - BURGOS
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En una
ocasión leí que todos los fines de siglo se parecen. El Conde de Villamediana
escribió hace cuatro:
“Amo de vos lo que de vos entiendo,
no lo que espero, porque nada espero”.
Dejando
de lado que el amor siempre parece vivir en un eterno “fin de siglo”, me parece
muy acertada la opción del Conde de dejar de lado las expectativas para
enfrentarse al amor. No sé si logró hacerlo como conde o sólo lo consiguió como
poeta. Lo dejaremos en la sospecha…
Quisiera acercarme al otro lado del verso. Me pregunto
si podemos amar sólo lo que entendemos o si nuestra mirada puede alzarse
también hacia el misterio. Una de mis citas favoritas es de Albert Einstein:
“Al
principio todos los pensamientos pertenecen al amor. Después todo el amor
pertenece a los pensamientos”.
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Real
Monasterio de Guadalupe
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“Misterio”
no es una palabra de fácil rescate en nuestro tiempo, en el que priorizamos lo
que puede ser comprendido o entendido sólo a través del cedazo de la lógica y
la razón. A ella se acercaron, y con ella se recrearon, los románticos y los
modernistas del S.XIX; no obstante, muy a menudo el misterio ocupa el mismo
lugar que la incertidumbre, y ésta el mismo que el dolor, e incluso que la
muerte.
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Iglesia
de Santo Domingo,Soria
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En estas
páginas quiero rescatar el Misterio como esencia de la vida. Repito: no es
fácil. La incertidumbre, a veces, se nos acerca pausadamente y se agazapa en
nuestras entrañas creando panales de desconfianza, y no logramos desasirnos de
ella hasta que descubrimos que el futuro no nos asusta porque sea incierto,
sino porque nos recuerda irremisiblemente
que está en nuestras manos, que nosotros seremos lo que queramos ser o que, por
fin, nos dejaremos ser lo que ya somos.
La
Literatura, esta vez de la mano magistral de Miguel Delibes, vuelve a ser el
escenario de las inquietudes humanas:
(…) “Temblando enderecé la bicicleta. Mi padre
me ayudó a encaramarme en el sillín, pero no corrió tras de mí. Sencillamente
me dio un empujón y voceó cuando me alejaba:
- Mira siempre hacia adelante; nunca mires
a la rueda.
Yo salí pedaleando como si hubiera nacido
con una bicicleta entre las piernas. En el extremo del jardín, doblé con cierta
inseguridad y, al llegar al fondo, volví a girar para tomar el camino del
centro, el del cenador, desde donde mi padre controlaba mis movimientos. Así se
entabló entre nosotros un diálogo intermitente, interrumpido por el tiempo que
tardaba en dar cada vuelta.
- ¿Qué tal marchas?
- Bien.
- ¡No mires a la rueda! Los ojos siempre
adelante.
Pero la llanta delantera me atraía como un
imán y había de esforzarme para no mirarla. A la tercera vuelta reconocí que aquello
no encerraba mayor misterio y en las rectas, junto a las tapias, empecé a
pedalear con cierto brío. Mi padre, a la vuelta siguiente, frenó mis
entusiasmos.
- No corras. Montar en bicicleta no
consiste en correr.
- Ya.
Le cogí el tranquillo y perdí el miedo en
menos de un cuarto de hora. Pero, de pronto, se levantó ante mí el fantasma del
futuro, la incógnita del “¿qué ocurrirá mañana?”, que ha enturbiado los
momentos más felices de mi vida. Al pasar ante mi padre se lo hice saber en uno
de nuestros entrecortados diálogos.
- ¿Qué hago luego para bajarme?
- Ahora no te preocupes por eso. Tú,
despacito. No mires a la rueda.
Daba otra vuelta pero en mi corazón ya
había anidado el desasosiego. Las ruedas siseaban en el sendero y dejaban su
huella en la tierra recién regada, pero la incertidumbre del futuro ensombrecía
el horizonte. Daba otra vuelta. Mi padre me sonreía. Yo me mantenía en mis
trece.
- Y cuando me tenga que bajar, ¿qué hago?
- Muy sencillo; frenas, dejas que caiga la
bicicleta de un lado y pones el pie en el suelo.
(…)
Y allí me dejó solo, entre el cielo y la
tierra, con la conciencia clara de que no podía estar dándole vueltas al jardín
eternamente, de que en uno u otro momento tendría que apearme; es más, con el
convencimiento de que en el momento en que lo intentara me iría al suelo. (…) Fui
adquiriendo conciencia de que no quedaba otro remedio que apearme sin ayuda, de
que nadie iba a mover un dedo para facilitarme las cosas; incluso tuve un
anticipo de lo que había de ser la lucha por la vida en el sentido de que nunca
me ayudaría nadie a bajar de la bicicleta, de que en éste como en otros apuros
tendría que ingeniármelas por mí mismo. Movido por este convencimiento, pensé
que el lugar más adecuado para el aterrizaje era el cenador. Debía llegar hasta
él muy despacio, frenar junto a la mesa de piedra, afianzar la mano en su
superficie y, una vez seguro, levantar la pierna y apearme. Pero el miedo suele
imponerse a la previsión y, a la vuelta siguiente, cuando frené e intenté
sostenerme en la mesa, la bicicleta se inclinó del lado opuesto, y yo me vi
obligado a dar una pedalada rápida para reanudar la marcha. Luego, cada vez que
decidía detenerme, me asaltaba el temor de caerme y así seguí dando vueltas
incansablemente hasta que el sol se puso y sin pensármelo dos veces arremetí
contra un seto de boj, la rueda delantera se enrayó con las ramas y yo me apeé
tranquilamente. Mi padre ya venía a buscarme.
- ¿Qué?
- Bien.
- ¿Te has bajado tú solo?
- Claro.
Me
dio en el pestorejo una palmada cariñosa.
- Anda, di a tu madre que te dé algo de
comer. Te lo has ganado. “
Miguel
Delibes, La vida sobre ruedas.
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Iglesia
de Vallderrobres
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Con la
Gestalt he aprendido a acercarme al
Misterio sin tener que amputarme la razón. He podido experimentar lo que
significa la transcendencia, sin anular mi permanencia y mi pertenencia. He
descubierto que se puede crecer sin dejar de sobrevivir, que se puede amar desde
el Misterio. Y que, quizá, sólo se puede amar desde allí.
“El Burro y la Flauta”
Tirada en el campo estaba desde hacía
tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que pasaba por
ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su
vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había
pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la
racionalidad, se separaron presurosos avergonzados de lo mejor que uno y el
otro habían hecho durante su triste existencia”.
Augusto Monterroso, El Burro y la
Flauta
Jorge
Drexler nos dice: “Prefiero verte vibrar a descifrarte.”

A pesar
de la dificultad de este rescate, si permanecemos atentos (y dejamos de prestar
atención), si practicamos la “descentración”, requisito básico para el
crecimiento en el conocimiento, según Piaget, y nos abrimos a la vida, podemos
encontrar semillas y huellas que nos conducen al Misterio. La Literatura está
plagada de ellas: “ Libro de Buen Amor”, “La Celestina”, “Tormento”, “La Regenta”, “El árbol de la
ciencia”, “Rayuela”…
Otras
veces se nos acerca desde los acontecimientos de la vida, que discurren entre
la sincronía y el “salto de mata”.
Hace unos
días vi un vídeo ideado por Matti Hemmi y dibujado por Ramón Rodríguez que
realiza un fantástico rescate del Misterio.
Es
curioso que esa “zona del misterio” sea llamada “zona de magia” y “zona del
pánico”. Quizá por ello resulte difícil rescatar esta palabra.

Pero sólo
en ciertos momentos en los que lo respiramos podemos decir como Claudio Naranjo
que “las situaciones que desafían la
habilidad que uno tiene para mirar las cosas claramente, son un regalo”.
Es en
esos momentos cuando rescatamos el Misterio. Pero debemos tener cuidado con no
confundirlo con la Incognita, ni con la Duda, palabras que se visten con
ropajes misteriosos, y que sólo se rescatan cuando rescatamos los desvaríos del
alma. No es un misterio cómo se consiguen 22 millones. Mi padre solía decir que
“con dinero cualquiera es rico”. No
son misterios las mentiras ni las infidelidades. No es un misterio todo aquello
que no comprendemos. Creo que existe una tendencia enorme a considerar
irrelevante aquello que no se comprende. Al igual que a considerar irrelevante
el Misterio.
Los
millones alimentan la sed humana de transitar terrenos vírgenes. No es un
misterio la mezquindad.
“De devociones
absurdas y santos amargados, líbranos, Señor”.
Santa
Teresa de Jesús
Para
rescatar el Misterio no debemos desentrañar nada, ni comprenderlo. Sólo podemos
sentirnos envueltos por él; sólo podemos permitirnos vibrar con él cuando el
alma se encuentra con la magia de la vivencia de los caminos transitados.
PARTICIPACIÓN:
Cuéntanos
tus experiencias con el Misterio.
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