TEMAS E IDEAS: En la derrota, por Ancrugon – Septiembre 2012
Mira esos mendigos.
– Le dijo. –
Ellos, aunque no queramos reconocerlo,
son la realidad
y tal vez nuestro destino.
La derrota de los titanes (fragmento)_Jacob Jordanes_1893-1678 |
En la distancia
se hacían oír, insistentes, decididos, empeñados, los rítmicos cañoneos de la
artillería “rebelde”, con su machacona reiteración, que le trajeron al recuerdo
las tormentas veraniegas sobre la campiña de su infancia, donde, lejos de
adivinar lo que el destino caprichoso le reservaba, fue un niño feliz, como
cualquier otro niño, que correteaba tras todo atisbo de movimiento susceptible
de volverse una aventura… Pero ahora se limitó a suspirar y a levantar la vista
del pliego de papeles que observaba, sin ganas, sobre la mesa, cuando unos
suaves golpecitos en la puerta rompieron la cadencia de las explosiones.
-“Adelante.”
Y como un
vendaval de pánico irrumpió en el despacho un enorme oficial tan joven como
asustado quien se cuadró con torpeza e impaciencia ante la mesa.
- “Está todo dispuesto, mi General. Debemos
marcharnos cuanto antes.”
Al observarlo,
con su uniforme pulcro henchido por una masa compacta de músculos y huesos,
fruto de horas y horas de instrucción y gimnasio, con sus charreteras bruñidas
y brillantes, producto de interminables instantes sacándoles lustre, con sus
botas cual espejos, consecuencia de minutos y minutos dándoles friegas con el
betún, al igual que el cinturón de donde colgaba una enfundada HK USO estándar
que, posiblemente, sólo hubiera sido disparada en las prácticas de tiro, y su
casco de campaña encajado hasta las cejas sobre unos ojos oscuros en los que se
reflejaba el miedo, no pudo menos que sonreír.
- “¿Tan grave es la situación?”
El muchacho le
miró como si no hubiera comprendido, luego, tras un breve intervalo de
desconcierto, señaló el balcón que presidía toda la pared frontal de la
estancia y que se asomaba a esa plaza que, no mucho tiempo atrás, bullía de fervientes
adictos a la causa, quienes aplaudían y coreaban su nombre enfervorizados cada
vez que él asomaba la cabeza para dirigirles algún discurso preparado por el
ladino Ministro del Interior… “¡Menudo
gilipollas!”...
-“Mi General, ¡si están prácticamente ahí!”
Primero asintió
con un gesto y luego se incorporó pesadamente.
-“Pues tendremos que ir a recibirles, ¿no?”
El oficial
estuvo a punto de decir algo, pero le cortó con un movimiento de la mano.
-“Tranquilo, era sólo una broma.”
Recogió algunos
folios que introdujo con tranquilidad en una cartera. Luego miró a su
alrededor.
-“¿Qué hacemos con todo esto? – Preguntó
el joven. - ¿Pegamos fuego al despacho?”
Él se volvió
divertido.
-“¿Por qué?... Déjenles que se entretengan
con todos estos papelotes… De todas formas, lo que no encuentre lo inventarán…”
Y dio unos
cuantos pasos hacia la puerta que el soldado se aprestaba a abrir. Sin embargo
se detuvo ante uno de los cuadros que colgaban en la pared de la entrada.
-“Rocroi, el último tercio.” -Pensó en voz
alta.- “¿Sabe lo que representa?”
El oficial negó
mirando la pintura de reojo sin mucho interés.
-“Pues es la viva imagen de la derrota… Como
ahora nosotros…”
Entonces sí que
el chico se volvió para observarla con más detenimiento.
-“Esos que hay ahí de pie, formando una piña
compacta y empuñando sus picas, son los últimos hombres que representaban los
tercios españoles… Y ahí están, orgullosos, altivos, desafiantes, esperando la
muerte, esa muerte que ha ido diezmando a sus compañeros … ¿los ve dispersos sobre la
tierra rodeándolos?… Y esperan la muerte porque ya no hay ninguna esperanza…
¿Lo comprende?”
El muchacho afirmó
con la cabeza.
-“¿Cree que tuvieron miedo?”
El muchacho se volvió
a mirarle con cierta angustia,
-“Supongo que sí, mi General.”
En aquel momento
una fuerte explosión hizo vibrar los cristales del balcón. El viejo general
afirmó con la cabeza sin inmutarse.
-“¿Y usted, Teniente, tiene miedo?”
El oficial, cada
vez más inquieto, trago saliva antes de responder.
-“Sí, mi General, si me lo permite le diré
que estoy literalmente cagado de miedo.”
El veterano militar
esbozó una leve sonrisa.
-“Es normal… Todos lo tenemos…”
Cogió de nuevo
su maletín y se encaminó hacia la puerta del despacho. Fuera, dos soldados de
guardia hicieron sonar con marcialidad sus tacones y se irguieron al notar su
presencia.
-“¡Descansen! ¡Descansen!... ¿Hasta cuándo
pretenden mantener este montaje?”
Ellos simularon
no escuchar y se mantuvieron como dos estatuas, mientras tanto fueron llegando
más hombres con los rostros desencajados, nerviosos y sudorosos.
-“¡Señor Presidente!, ¡por Dios!, ¡apúrese
que ya están entrando!”
El viejo
dirigente esbozó una amplia sonrisa que parecía ser amistosa, aunque en
realidad resultó sarcástica.
-“¡Hombre, el señor Primer Ministro! ¿Qué le trae
por aquí?”
El otro, un
hombre orondo embutido en un traje gris de seda con un claro corte italiano y
que se estaba arrancando la corbata para dar paso a un aire que, por el color
violeta de su rostro, daba la sensación de no existir, soltó un exabrupto y le
espetó sin ningún miramiento:
-“Señor, no es momento para bromas…”
El General se
volvió hacia el joven oficial.
-“¿Lo ve?... todos están cagados de miedo.”
El pasillo era
un caos: unos iban, otros venían, puertas que se abrían, que se cerraban, cajas
que se lanzaban de un lado para otro, papeles que caían cubriendo el mármol del
suelo y de fondo los cañonazos y los disparos del exterior cada vez más
cercanos. Y allí, justo entre dos
grandes ventanales, el General se detuvo para observar otro cuadro que mostraba
una larga columna de soldados con uniforme alemán, quienes marchaban junto con
algún caballo de tiro sobre un campo nevado de la estepa siberiana.
-“Mire, muchacho… Perdón, no sé su nombre.”
-“Andrés, señor, Teniente Andrés Suárez.”
-“Muy bien, Teniente Suárez. Mire esta otra pintura…
¿Ve?... Representa otra derrota… ¿Sabe quiénes son, no?
El soldado miró
el cuadro, curiosamente mucho más tranquilo que antes e infinitamente más que
el resto de personas que les rodeaban y que se iban marchando por las escaleras
hacia las puertas traseras del Palacio Presidencial.
-“Por los uniformes y la bandera que portan,
supongo que serían algunos de los voluntarios españoles de la División Azul, mi
General.”
El otro le miró
con satisfacción.
-“¡Muy bien, Teniente Suárez! Veo que no
hemos tirado del todo el dinero de la Academia.”
Al joven, a su
pesar, se le escapó una sonrisa.
-“¡Señor Presidente! – Aulló el Primer
Ministro – Ya no podemos esperar más.
¡Haga el favor de darse prisa!”
El Presidente le
obsequió con una dura mirada.
-“Señor Primer Ministro, ¡no se atreva jamás
a hablarme en ese tono!... ¡Todavía soy su superior! ¿Lo ha entendido?”
El otro,
sudoroso y realmente al borde del colapso, se ruborizó todavía más.
-“Si ustedes lo consideran conveniente, huyan
tan veloces como puedan… Tal vez aún les quede algo que conservar…”
Se acercó a una
de las sillas laterales y tomó asiento.
-“Yo creo que me quedaré a recibir a los
nuevos defensores del pueblo y garantes de sus libertades.”
-“¡Pero señor Presidente!” - Protestaron
algunas voces.
-“¿Qué me queda sino mi dignidad?... Y miren,
miren…” - Dijo señalando las paredes del largo pasillo donde colgaban una
multitud de lienzos.- “A veces se esconde
más dignidad y belleza en una derrota que en una victoria… ¿Recuerdan?...
Nosotros también vencimos una vez… Y creo que comenzamos a ser derrotados en el
momento que impusimos la primera norma, en el preciso instante en que
comenzamos a encarcelar, restringir, legislar… En eso no había nada glorioso…
Hay mucha más gloria en los ideales que, a pesar de no ser alcanzados, no se
han perdido, en los sueños rotos, en la nostalgia de la justicia y la
libertad…”
Durante unos
segundos todo se detuvo. El atemorizado personal parecía preguntarse algo tras
las palabras de aquel hombre que durante tantos años había dirigido las vidas y
las muertes, el presente y el futuro de toda una inmensa nación y que ahora se
le veía resignado a su suerte, sin ganas de seguir luchando, vencido por el
mismo pueblo que poco tiempo atrás había subyugado bajo unos ideales inventados
como pretexto de la captación del poder por parte de un grupo social dominante…
Unas detonaciones rompieron con estrépito las cristaleras de la fachada sur del
Palacio Presidencial y ello les hizo volver a la realidad. El Primer Ministro
hizo un gesto de rechazo con la mano:
-“Haga lo que quiera, ahora eso ya no me
incumbe. Nosotros nos vamos.”
Y todos se
lanzaron a una frenética carrera escaleras abajo, dejando solos en el amplio
pasillo al viejo General y a su joven ayuda de cámara. Un griterío ascendió de
la plaza que daba acceso a la puerta principal, habían llegado las fuerzas del
pueblo y el cielo se llenó de disparos de alegría.
-“Carabinas M4. ¿De dónde cojones las habrán
sacado?” -Pensó en voz alta el General.- “¿Se da cuenta, muchacho?, están casi mejor armados que el ejército gubernamental…”
El oficial tomó
asiento en otra de las antiguas sillas de la colección palaciega.
-“El mercado de armas es un buen negocio.”
-Apostilló el chico.
El General soltó
una corta carcajada.
-“¿Y podemos estar seguros de que algunos de
estos que acaban de salir corriendo como gallinas no han tenido algo que ver en
ello?...”
El muchacho se
encogió de hombros.
-“Si me permite un consejo…” - continuó
el General.- “Cuando lleguen no se resista. Usted es un
buen soldado y puede hacer carrera en el ejército, mande quien mande, a fin de
cuentas todos creen defender a la Patria…”
Unas rápidas
pisadas de botas se escucharon ascendiendo las escaleras, al poco varios
hombres uniformados, bien armados y con brazaletes que les identificaban como
revolucionarios, se presentaron ante ellos. El joven oficial se puso en pie y
levantó los brazos siendo desarmado rápidamente. Dos soldados se acercaron
hasta el General y le miraron con curiosidad y sorpresa.
-“¿Es usted…?”
Preguntó uno de
ellos, él afirmó con leve movimiento de cabeza.
-“Señor, el Presidente está aquí… parece… que
nos estaba esperando.”-Dijo uno de ellos por su transmisor.
-“¡Quietos, no hagan nada! ¡Ahora subo!” -Se escuchó al
otro lado de la línea.
Casi al instante
de nuevo unos pasos ligeros por la escalinata y una multitud de hombres armados
aparecieron curiosos ante ellos. Un joven oficial se acercó ante el general y
se cuadró:
-“Capitán Torres, Señor. Tengo el deber de
informarle que queda detenido por ejército del pueblo.”
El viejo militar
se puso en pie.
-“Cumpla con su deber, Capitán.” -Y luego
señaló el maletín.- “No se olviden de
esto, creo que al nuevo Gobierno le puede interesar.”
El Capitán cogió
la cartera y miró a sus hombres en cuyos rostros se dibujaba la sorpresa. El
General observó a su alrededor y detuvo sus ojos en uno de los cuadros que
representaba la salida de los defensores de Zaragoza, los cuales, orgullosos de
sí mismos y seguros de haber hecho lo justo, abandonaban la ciudad destruida
ante las tropas invasoras quienes formadas en perfectas filas les presentaban
su respeto.
-“Mire, Teniente, esto es lo que he intentado
decirle todo este rato…”
Todos se
volvieron hacia la pintura.
-“Tras la derrota, la fe en tus ideales
permanece intacta y siempre queda la ilusión de alcanzar la victoria algún día…
Tras la victoria… ¡ay las victorias!... tras la victoria comienzan a llegar los
desengaños y las desilusiones…” -Se volvió hacia el Capitán.- “Cuando ustedes quieran. Pero, por favor,
Capitán, les pido que respeten todo esto.” -Dijo abarcando con sus manos
todo el entorno.
-“Señor, nosotros no somos unas bestias.”
El viejo militar
esbozó una triste sonrisa.
-“Eso pensaba yo también cuando llegué por
primera vez aquí…”
Y el General y
su ayuda de cámara descendieron la escalinata flanqueados por una guardia de
honor de quienes acababan de vencerles.
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