JUGUETES Poemas de Juan Ramón Giménez, por Ana L.C. Octubre 2012





¡Hola!

¿Qué tal?...

¿Sabéis quién soy, no?..
.
La que escribe de brujas, de marionetas y de aristogatos…

Sin embargo hoy quiero hablaros de un hombre, de un gran hombre que dedicó su vida a inventar sueños y por ello le concedieron, ¡nada menos!, que el premio Nobel de Literatura en 1956 y el olvido en la distancia, pues tuvo que morir lejos de su tierra porque algunos personajes que se creían muy sabios y poderosos, no podían soportar que gente como él, mucho más sabios que ellos, les hicieran sombra… Me refiero a Juan Ramón Jiménez, el amigo de Platero, ya sabéis, el burrito de Moguer que tenía el pelo color de plata, pero de éste ya hablaremos otro día.

Ahora, lo que quiero es mostraros unos poemas que Juan Ramón escribió para vosotras y vosotros, las niñas y los niños me refiero, y veréis que él no os trataba como a pequeños tontos, con perdón, sino como a personas que comprendéis las cosas mejor que muchos mayores porque tenéis, todavía, mucha sensibilidad, esa con la que nacisteis y la que espero que nunca perdáis…

Pero antes de seguir quiero daros unos pequeños consejos para leer poesía, porque mucha gente le tiene miedo y dicen que no la entienden y todo eso... Pero los poemas son como esas pequeñas mascotas mullidas y peludas que sólo quieren nuestras caricias, así que estrujarlos entre vuestro bracitos; son como las canciones, pues tienen música en su interior y ritmo en su cuerpo, así que cantarlos y bailarlos; son como el bombón que hay que saborear despacio para que, cuando llegue el relleno, nos sorprenda con un nuevo sabor explosivo, así que zampároslos. Pero, ¡por favor!, no los leáis todos de un tirón, porque la mascota se cansa, la danza cansa y el chocolate empacha, hacedlo poco a poco, intentando entenderlos, intentando captar lo que el poeta nos quería transmitir y dejándoos llevar por la melodía que ha creado para vosotros…

¡Ahí van!...

Los niños tenían miedo

Los niños tenían miedo...,
yo no sé lo que soñaban...;
y la noche de diciembre
era cada vez más larga.

Los niños pidieron besos,
más tarde pidieron agua,
más tarde lloraron, y
la noche no se acababa.

Todo era sed; todo era
fiebre y frío...
La campana
del pueblo llama entonces
a misa de madrugada.

Hubo un suspiro... la madre
abrió un poco la ventana...
la penumbra de la alcoba
se endulzó de luz de alba.

Era una nieve dormida,
una paz triste y de plata,
un claror de lirios, una
luz melancólica y plácida;
traía las azucenas de
todas las albas,
todos los nardos de Dios
y todas sus rosas blancas...

En su corral, el vecino
andaba hablando a las vacas...
Por la calle pasó un hombre...
después otro... , después otro...
a misa de madrugada...

era como un vuelo de ángeles...,
una música lejana...
yo no sé qué acariciares
de manos y de miradas...

los niños se iban durmiendo...
el pueblo se despertaba...
dulcemente, dulcemente
iba entrando la mañana.

 


Álamo blanco

Arriba canta el pájaro y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo, se me abre el alma.)

Entre dos melodías la columna de plata.
Hoja, pájaro, estrella; baja flor, raíz, agua.
Entre dos conmociones la columna de plata.
(Y tú, tronco ideal, entre mi alma y mi alma.)

Mece a la estrella el trino, la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba, me tiembla el alma.).


Iba tocando mi flauta

Iba tocando mi flauta
a lo largo de la orilla;
y la orilla era un reguero
de amarillas margaritas.

El campo cristaleaba
tras el temblor de la brisa;
para escucharme mejor
el agua se detenía.

Notas van y notas vienen,
la tarde fragante y lírica
iba, a compás de mi música,
dorando sus fantasías,

y a mi alrededor volaba,
en el agua y en la brisa,
un enjambre doble de
mariposas amarillas.

La ladera era de miel,
de oro encendido la viña,
de oro vago el raso leve
del jaral de flores níveas;

allá donde el claro arroyo
da en el río, se entreabría
un ocaso de esplendores
sobre el agua vespertina...

Mi flauta con sol lloraba
a lo largo de la orilla;
atrás quedaba un reguero
de amarillas margaritas.



Llueve sobre el campo verde

Llueve sobre el campo verde...
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más verde, más oloroso,
más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragante.

Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas,
de sedas y de cristales...

¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoñales.


Abril

El chamariz en el chopo.
-¿Y qué más?
El chopo en el cielo azul.
- ¿Y qué más?
El cielo azul en el agua.
- ¿Y qué más?
El agua en la hojita nueva.
- ¿Y qué más?
La hojita nueva en la rosa.
- ¿Y qué más?
La rosa en mi corazón. 
- ¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!



Verde Verderol

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!

Palacio de encanto,
el pinar tardío
arrulla con llanto
la huida del río.
¡Allí el nido umbrío
tiene el verderol!

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!

La última brisa
es suspiradora,
el sol rojo irisa
al pino que llora.
¡Vaga y lenta hora
 nuestra, verderol!

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!

Soledad y calma,
silencio y grandeza.
La choza del alma
se recoge y reza.
De pronto ¡belleza!
Canta el verderol.

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!

Su canto enajena
(¿se ha pardo el viento?),
el campo se llena
de su sentimiento.
Malva es el lamento,
verde el verderol.

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!

  
La Amapola

¡Amapola, sangre de la tierra;
amapola, herida del sol;
boca de la primavera azul;
amapola de mi corazón!

¡Cómo ríes por la viña verde,
por el trigo, por la jara, por
la pradera del arroyo de oro;
amapola de mi corazón!

¡Novia alegre de los labios granas;
mariposa de carmín en flor;
amapola, gala de la vida;
amapola de mi corazón!



Rosa, Pompa, Risa

Con la primavera
mis sueños se llenan
de rosas, lo mismo
que las escaleras
orilla del río.

Con la primavera
mis rosas se llenan
de pompas, lo mismo
que las torrenteras
 orilla del río.

Con la primavera
mis pompas se llenan
de risas, lo mismo
que las ventoleras
orilla del río.
  
Canción de Otoño

Por un camino oro van los mirlos…
¿Adónde?
Por un camino de oro van las rosas…
¿Adónde?
Por un camino de oro voy…
¿Adónde,
otoño? ¿Adónde, pájaros y flores?



Canción de Invierno

Cantan. Cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?

Ha llovido.
Aún las ramas están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
os pájaros que cantan?

No tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
 El valle está muy lejos. Nada…

Yo no sé dónde cantan
los pájaros – cantan, cantan –
los pájaros cantan.



La Verdecilla

Verde es la niña. Tiene
verdes ojos, pelo verde.

Su rosilla silvestre
no es rosa, ni blanca. Es verde.
¡En el verde aire viene!
(La tierra se pone verde).

Su espumilla fulgente
no es blanca, ni azul. Es verde.

¡En el mar verde viene!
(El cielo se pone verde).

Mi vida le abre siempre
una puertecita verde.
  
El Niño Pobre

Le han puesto al niño un vestido
absurdo, loco, ridículo;
le está largo y corto; gritos
de colores le han prendido
por todas partes. Y el niño
se mira, se toca, erguido.
Todo le hace reír al mico,
las manos en los bolsillos…
La hermana le dice – pico
de gorrión, tizos lindos
los ojos, manos y rizos
en el roto espejo -: “¡Hijo,
pareces un niño rico!...”

Vibra el sol. Ronca, dormido,
el pueblo en paz. Sólo el niño
viene y va con su vestido,
 viene y va con su vestido…
En la feria, están caídos
los gallardetes. Pititos
en zaguanes… Cuando el niño
entra en casa, en un suspiro
le chilla la madre: “¡Hijo
– y él mira calladito,
meciendo, hambriento y sumiso,
los pies en la silla -, hijo,
pareces un niño rico!...”

Campanas. Las cinco. Lírico
sol. Colgaduras y cirios.
Viento fragante del río.
La procesión, ¡Oh, qué idílico
rumor de platas y vidrios!
¡Relicarios con el brillo
de ocaso en su seno místico!
 … El niño, entre el vocerío,
se toca, se mira… “¡Hijo
 – le dice el padre bebido;
una lágrima en el limo
del ojuelo, flor de vicio -,
pareces un niño rico!...”

La tarde cae. Malvas de oro
endulzan la torre. Pitos
despiertos. Los farolillos,
aun los cohetes con sol vivo,
se mecen medio encendidos.
Por la plaza, de las manos,
bien lavados, trajes limpios,
con dinero y con juguetes,
vienen ya los niños ricos.
El niño se les arrima
y, radiante y decidido,
les dice en la cara: “¡Ea,
yo parezco un niño rico!”



Si vas de prisa

Si vas de prisa,
el volará ante ti como una
mariposilla esquiva.

Si vas despacio,
el tiempo irá detrás de ti,
como un buey manso.


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