LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: El jardín de los exempla - 2, por Ancrugon
Hace años se pensaba que la Edad Media era un período de largo y
uniforme estancamiento cultural, pero esta concepción, felizmente, hace mucho
que se ha superado. Si repasamos la historia veremos que durante estos años hay
dos, podríamos llamarlos así, “renacimientos culturales”: uno con Carlomagno y
otro, más impresionante aún, en el siglo XII.
Encontramos durante este siglo en toda Europa occidental
un resurgir de la cultura y grandes cambios en otras facetas de la vida: Se
crean las universidades; crecen las ciudades; se desarrolla una economía
monetaria y una nobleza cada vez más refinada, la cual quiere acceder a las
fuentes de cultura y es la culpable de la difusión del amor cortés; se abren
nuevas rutas comerciales hacia países exóticos y misteriosos; florecen las
peregrinaciones en dirección a cualquier punto digno de culto, y surgen las
Cruzadas que serán la clave para una transformación radical de la sociedad del
medioevo. Hasta la Iglesia, poco dada a los cambios, ve reestructurados sus
recios armazones surgiendo en el siglo XIII las órdenes mendicantes de frailes
–franciscanos y dominicos – de quienes parte una nueva concepción del hombre
europeo. Y, por último, las tendencias centralizadoras dan al Estado una mayor
estabilidad, lo cual es propicio para las comunicaciones y la economía.
La traducción al latín de obras cultas de diferentes
culturas – principalmente del árabe, pero también del griego y del hebreo-,
enriqueció la vida intelectual del occidente europeo, pero sobre todo de Italia
y España, pues el sur de estos dos países fueron las únicas zonas de Europa
colonizadas por pueblos de habla árabe, y se dieron las condiciones favorables
para la transmisión de la cultura arábiga.
Un factor de importancia fue la expansión de la educación
durante el siglo XII: se enriquecieron las escuelas catedralicias, lo que más
tarde sería la universidad, y una nueva institución, el studium generale,
surgió en Italia, después en Francia y posteriormente en Inglaterra; en España
no habrían universidades hasta principios del siglo XIII, aunque se cree que en
Toledo existió una escuela catedralicia con anterioridad.
Los filósofos y juristas escribían sus obras en latín,
lengua en la que se seguía componiendo lírica sagrada y profana, poesía
narrativa y el resto de los géneros de la época, pero esto no impidió que
surgiera una literatura romance, siendo los trovadores provenzales el primer
foco de cierta consistencia entre las literaturas cultas romances.
En España el caso era distinto, pues debemos tener en cuenta
que Cataluña, por estas fechas, era más francesa que española, y el dominio
musulmán se enseñoreaba sobre todo el sur de la península, subyugando de alguna
forma al resto de los reinos cristianos que iban desde Aragón a Portugal.
La primera universidad española se fundó en Palencia entre 1208 y 1214;
la literatura romance culta aparece por primera vez a fines del siglo XII en
Portugal y Galicia y gracias a la influencia de la provenzal; en Castilla sólo
hallamos durante estos años algunos poemas épicos compuestos en el estilo
tradicional por autores cultos, y tenemos que esperar hasta las primeras
décadas del siglo XIII para ver las primeras obras literarias más amplias en
castellano; y no solamente en el aspecto literario, sino también en la arquitectura,
vemos como España andaba al rebufo de
las naciones europeas occidentales, pues el estilo gótico, floreciente en
Francia desde 1140, no se expresó en las catedrales peninsulares hasta el año
1220. Sólo en el campo de las traducciones se puede afirmar que los reinos
cristianos peninsulares alcanzan una importancia relevante. Incluso en el
fenómeno más destacado del siglo XII, las Cruzadas, los reinos hispánicos no
participaron, aunque ello tiene una clara explicación, pues teniendo el Islam en
las mismas puertas de sus casas no necesitaban ir a enfrentarse con ellos a
tierras tan lejanas. Tampoco en lo que atañe a la cultura latina se tiene mejor
panorama, ya que durante el siglo XII España no da ninguna aportación digna de
destacar al desarrollo filosófico ni literario en lengua latina.
Pero, ¿a qué se debe este retraso?... No es cierto que
los reinos cristianos hispánicos estuviesen aislados del resto de Europa, pues
desde el siglo XI los peregrinos franceses, principalmente, hicieron próspera
la ruta de Santiago; también se contó con una no desdeñable ayuda europea en la
lucha contra los moros; así mismo, algunas ciudades contaron con barrios
comerciales donde convivieron mercaderes y artesanos de más allá de los
Pirineos, y, por último, pero no menos importante, se establecieron
congregaciones y se crearon nuevos monasterios de los monjes reformados
cluniacenses procedentes de Francia, cuyo influjo sobre la iglesia española
hizo desaparecer la liturgia autóctona (el rito mozárabe) y el tipo de
escritura visigótica.
Tampoco es culpable de este retraso la lenta difusión de
las obras literarias europeas, pues las influencias extranjeras eran asimiladas
rápidamente.
Tal vez, si vemos el panorama que nos presenta la España
de aquellos años, podremos entender mejor las causas de esta escasez cultural:
Felices se las prometía Alfonso VI cuando en 1085 tomó Toledo, pero nadie en
esta martirizada península se esperaba la intervención de los almorávides,
quienes hicieron frenar y retroceder los impulsos reconquistadores de los
cristianos, y cuando ya parecía que éstos estaban en decadencia, llegó una
nueva oleada del Islam fanático: los almohades, quienes infligieron a los
reinos norteños de la península una aplastante derrota en Alarcos (1195). A causa
de estas dos nuevas invasiones, la tolerancia mutua que reinaba en España entre
musulmanes, cristianos y judíos, a pesar de las guerras que pudieran existir
entre ellos, se trastocó en un ambiente crispado y lleno de intransigencia y
persecuciones, sobre todo en las zonas rurales. Los primeros en buscar refugio
en el norte cristiano fueron los judíos, quienes enriquecieron estos reinos
cultural y económicamente hasta que, también allí, las persecuciones privaron
de la fantástica aportación que durante mucho tiempo habían hecho los pueblos
musulmanes y hebraicos.
Ya superadas estas invasiones, comienzan las discordias
internas: el reinado de doña Urraca que desembocó en la guerra contra Aragón; a
mediados de este siglo, León y Castilla se separaron de nuevo; mayor poder de
la nobleza a expensas del poder central; la repoblación de las tierras
fronterizas redujo la población en el norte de manera alarmante. Todo esto no
creaba un ambiente realmente propicio para el renacer de la cultura, aunque no
hay que desdeñar la capacidad que demostraron tanto Castilla como León para
mantener el nivel alcanzado por la literatura hispano-latina y la promoción del
centro de traductores de Toledo. Cuando todas estas circunstancias negativas
cambiaron, el despertar cultural de estos reinos fue rápido.
Una nueva batalla, ésta favorable a los intereses cristianos, fue el
factor decisivo de este cambio, pues mediante la victoria del ejército de
Castilla en las Navas de Tolosa (1212), con la ayuda de León, Aragón y gentes venidas
de distintos lugares de Europa occidental, el poder de los almohades fue
destruido. Pocos años después el rey castellano Fernando III (conocido como el
“Santo”) unió de nuevo Castilla y León y puso todo su empeño en la Reconquista:
Córdoba, Murcia, Sevilla y Cádiz pasaron a su poder en menos de catorce años.
Al mismo tiempo, Aragón hacía lo propio por su parte de la península y
conquistaba Valencia en 1236.
A la muerte de este rey, sólo quedaba bajo el dominio
musulmán el reino de Granada, el cual todavía tardaría más de dos siglos en
caer en manos cristianas.
Esta expansión militar impulsó la economía y dio
autoconfianza y empuje a unos reinos que, hacía menos de un siglo, estaban
totalmente subyugados al poder de los árabes, por lo que también el aspecto
cultural recibió su no desdeñable ración de fortalecimiento, y las sucesivas
conquistas y repoblaciones difundieron el castellano hasta convertirse en la
primera lengua de la península.
El pueblo, ya más aliviado de las continuas guerras,
seguía siendo analfabeto y precisaba urgentemente una formación que sólo podían
darle los clérigos. A la universidad de Palencia le siguieron las de Salamanca
y Valladolid, y la literatura se desarrolló como nunca antes lo había hecho,
contando con una floreciente poesía narrativa culta y con las primeras obras
importantes en prosa romance.
Los siglos XIV y XV tienen un panorama totalmente diferente. Se
incrementó la producción de nuevas obras en todas las artes, y la demanda de
nuevos libros por parte de un público con superior número de personas
instruidas fue mayor, aunque no sólo se debe contar con aquéllas que sabían
leer, sino con todos a quienes, sin tener una capacidad de lectura suficiente
para hacerlo por sí mismos, les eran leídos los escritos de su interés. A todo
esto hay que sumar una combinación de elementos técnicos, como las reformas
educativas decretadas por el IV Concilio de Letrán: Ahora la Iglesia se
esforzaba en extender la educación, y no sólo porque esto fuera una obligación
espiritual, sino porque de esta forma se acomodaba a las necesidades de la cada
día más pujante sociedad urbana y burguesa. Y no menos importancia tuvieron dos
nuevos inventos tecnológicos: la difusión del uso del papel y la construcción
de las lentes.
El papel es un invento chino que ya llegó a la España
musulmana hacia el siglo IX, poseyendo Játiva, desde el siglo X, la mayor
industria papelera de Europa hacia donde exportaba la mayor parte de su
producción, pero, con todo, su expansión por los reinos cristianos fue bastante
lenta y sólo comenzó a emplearse con frecuencia a mediados del siglo XIII;
hasta entonces, todos los manuscritos habían sido confeccionados en pergaminos
o en vitelas, que eran materiales escasos y caros. Aunque el proceso de copiar
manuscritos fue bastante limitado y lento hasta la invención de la imprenta de
tipos móviles siglos después, el papel facilitó bastante la publicación de
libros.
Por su parte, las lentes, con la aparición de los
cristales convexos para la debilidad de la vista (los cristales cóncavos para
la miopía no aparecieron hasta siglos más tarde), ayudaron muchísimo a
prolongar la vida de la lectura en las personas de edad.
Pero el mayor empuje para la cultura en lengua
castellana, con todo, llegó gracias a un rey: Alfonso X, conocido como el
“Sabio”, quien elevó al castellano hasta las altas cotas de lengua literaria y
de estado.
Se compusieron más y mejores obras y más cantidad de las
mismas. Se refinó la lengua y las estructuras se hicieron más complejas, se
incrementaron los lectores y también creció su capacidad y sus ansias de
conocer y saber y, por lo tanto, la gama de géneros se ampliaba a medida que
crecía la demanda. Pero todo siempre bajo la simbiosis perspectivista de
religión-estado-historia, y subrayando que este intenso desarrollo del romance
no trajo consigo la desaparición de la literatura hispano-latina, la cual
continuó y aumentó durante los siglos XIV y XV.
En resumen, los focos de irradiación de la cultura
durante la Edad Media fueron principalmente cuatro: el Pueblo, la Iglesia, la
Universidad y la Corte.
La propagación cultural por el pueblo se establece en la
vía folklórica con el mantenimiento de los textos poéticos y, de esta forma,
han podido llegar hasta nosotros elementos literarios procedentes de orígenes
muy remotos y diversos. Las formas características de esta manifestación son
las leyendas, las canciones, los cuentos y los refranes.
La Iglesia fue un factor muy propicio y favorecedor para
el desarrollo literario de la lengua romance a causa de su necesidad de
adoctrinamiento de las masas populares, el cual se hizo mediante la lengua
común para su mejor entendimiento, siendo el sermón el vínculo relacionador con
el pueblo.
Las Escuelas y Universidades fueron las vías por las que
se culturizaron los antiguos gentiles, por lo que su repercusión en la obra
literaria en general está fuera de cualquier duda. Sus textos se divulgaron
mediante la escritura y su característica principal fueron las traducciones,
aunque condicionadas siempre a las peculiaridades morales de la sociedad del
momento.
Por último, la Corte, una vez culturizados sus
componentes, fue un núcleo de producción y consumo de literatura, tanto de poesía
(amor cortés, épica culta...), como de prosa (tratados, estudios, novelas de
caballería...).
POESÍA O
PROSA
La poesía fue anterior en el tiempo a la prosa, principalmente, por ser
más fácil de recordar los textos escritos en verso que los realizados en
párrafos, sobre todo en aquellos tiempos o en aquellas gentes que no conocían
la escritura o, así mismo, para facilitar el trabajo de los juglares, y porque
el verso se oponía a la libertad del lenguaje coloquial y de esta forma se
diferenciaba de aquélla como señal caracterizadora de obra literaria. Las
primeras muestras de poesía son la lírica popular, la épica y las canciones de
gesta. La función de los juglares fue de carácter profesional y difundieron
desde los orígenes de la literatura castellana las obras líricas y épicas
mantenidas por la tradición. El principal papel del juglar fue el mantenimiento
oral de los textos dentro de la comunidad correspondiente, la cual se reconocía
en sus procedimientos y en sus fuente folklóricas y era la conservadora
primordial de esos textos. Esta es la causa principal de la anonimia, pues el
autor no era importante, ya que la obra pertenecía a la colectividad. A medida
que aumentan los textos escritos, este procedimiento afecta también a las
escuelas de juglares, con lo que se facilita la conservación de los mismos,
pero no afecta para nada a la anonimia de éstos, por lo menos en los primeros
tiempos.
En España, durante la Reconquista, alguno poemas narrativos estaban
realizados en versos cortos y bastante irregulares, aunque también comenzó a
utilizarse un tipo de versificación denominado “cuaderna vía”, que se compone
de cuatro versos, generalmente de catorce sílabas (alejandrinos), con cesura en
medio y rima consonante en forma monorrima (AAAA, BBBB, etc.), propio del
“mester de clerecía”, el cual se opone al “mester de juglaría”, aunque no es
cierto que la poesía medieval hispánica estuviese dividida en dos grupos
opuestos y estancos, pues es imposible agrupar todos los poemas en “cuaderna
vía” dentro del mismo conjunto, así que muchos de ellos debieron ser compuestos
por juglares y no por clérigos. Sin embargo, los poemas escritos durante el
siglo XIII sí que dan la sensación de poseer un mismo esquema métrico, además
de estar redactados a escasa distancia unos de otros, tanto situacional: todos
parecen haber sido copiados en los monasterios de Castilla la Vieja
(actualmente Castilla-León, Cantabria y La Rioja), como temporal, se llevan
pocas décadas unos a otros, y dejan ver una consciencia cultural similar, con
préstamos y reminiscencias semejantes. Sin embargo, al ampliarse el espectro
cultural en siglo XIV, la diversidad también influirá sobre las estructuras
poéticas.
Por su parte, la prosa en castellano no tiene una aparición sólida hasta
la segunda mitad del siglo XIII, y es más tardía que el verso porque necesita,
mucho más que la poesía, desarrollarse sobre un país políticamente consolidado
y España, dividida en diferentes reinos cristianos al norte en continua luchas
entre sí y contra los reinos musulmanes del sur, no poseía las condiciones
necesarias de estabilidad para que ésta apareciese. Sin embargo, cuando la Castilla
de Alfonso X el Sabio se afianzó militarmente, comenzó a trazar su economía y
dio sus primeros bocetos de su futuro cultural, los escritos en prosa surgieron
con un empuje arrollador.
Pero también la prosa tiene, con relación al verso, la
dificultad de que la oposición entre ésta y el lenguaje coloquial no resulta
tan manifiesta. Para que esto ocurra, la prosa debe manifestar un propósito de
distribución del texto en unidades sintácticas según una disposición armónica,
siendo este un trabajo para personas más preparadas en estas lides que los
primeros juglares y poetas.
Será en la segunda mitad del siglo XIII cuando la prosa castellana
avance en cantidad y calidad: Alfonso X dotó al “romance castellano” de la
categoría de lengua oficial del reino y la prosa pudo iniciar su desarrollo
literario y competir en tal función con el verso, por un lado, y con el latín,
por otro. Este mismo rey promovió una política cultural que unificaba a los
distintos grupos sociales de su corte (cristianos, musulmanes y judíos),
creando un “seminario o centro de estudios” en donde una impresionante serie de
obras serán escritas bajo su dirección y la prosa castellana alcanzará su
definitivo y total desarrollo. Esta tres culturas (árabe, cristiana y judía)
convivieron en el scritorium real y así surgieron los primeros géneros
literarios prosísticos: la prosa histórica, la prosa didáctica y la prosa
relato.
Pese a todo, no sería correcto creer que la prosa
castellana comenzó con Alfonso X, pues ésta tenía bastante tradición que venía
de antiguo y, aunque con obras escritas en latín, destacan, en cada uno de los
períodos de la literatura latina, escritores como: Séneca, durante el imperio
romano; san Isidoro de Sevilla, figura destacada de la cultura
hispano-visigótica; el Beato de Liébana, que compuso un comentario sobre el
Apocalipsis, o las diferentes crónicas como la Chronica Visegothorum, durante
la Edad Media, y no hay que olvidar los españoles que durante los siglos XVI y
XVII, al igual que en el resto de Europa, escribieron con frecuencia sus obras
divulgativas en latín.
Pero en lo que la literatura hispánica medieval realmente
destaca es en las traducciones, tanto del árabe
como del hebreo. A esto contribuyó el alto nivel cultural y tecnológico
que disfrutaba la España musulmana hasta la llegada de las invasiones
africanas, en contraste con los reinos cristianos de la península, que se
encontraban agobiados por la pobreza y el atraso, lo cual fue un incentivo para
adquirir conocimientos a través de las traducciones. De esta forma, toda Europa
occidental pudo disponer de ejemplares traducidos no sólo de escritores árabes,
sino también de hindúes, persas o griegos (incluido Aristóteles). Esta labor
comenzó en el siglo X en el monasterio catalán de Ripoll, uno de los más importantes
de la cultura monástica peninsular junto con los de Silos, Sahagún y San
Millán, aunque estas primeras traducciones se quedaban en latín sin volcarse a
la lengua romance, por lo que fue más fácil su expansión al ser comprendidas en
el resto de Europa, lo que también
contribuyó a un intercambio cultural gracias a las visitas de eruditos europeos
a los monasterios hispánicos. La hegemonía de Ripoll se mantuvo hasta la
conquista de Toledo en 1085 donde, gracias a la mezcla de su población y a su rico
fondo bibliotecario, se creó la escuela de traductores más importante del mundo
medieval occidental, la cual enriqueció al máximo el rey Alfonso X, aportando
su propio equipo de eruditos, traductores y escribas. Los judíos huidos de las
invasiones almohades que se refugiaron en esta ciudad fueron de capital
importancia para esta escuela, no sólo por su labor de aportación cultural,
sino también por su conocimiento de la lengua árabe. La traducción no debió de
realizarse directamente del árabe al latín, sino que habría un borrador
intermediario en lengua castellana; el primer paso, del árabe al castellano, lo
haría un hebreo, y el segundo, del castellano al latín, sería realizado por un
cristiano. Esta claro que, en aquellos tiempos, la demanda de ejemplares en
castellano sería mínima, por no decir nula, pues los que eran capaces de leer
un libro culto lo hacían en latín, por lo que la versión en romance no pasaría de un simple borrador.
Toledo siguió siendo hasta el siglo XV uno de los centros más importantes de
esta actividad.
Dentro de la prosa medieval podemos encontrar tres géneros diferentes:
el doctrinal, el didáctico y el narrativo.
El propósito de la prosa doctrinal es presentar una
imagen global de la sociedad para mostrar su funcionamiento e identidad; como
ejemplo se puede citar el Libro del Caballero Zifar.
La prosa didáctica busca los modos en que el hombre,
inserto en el organismo social, debe orientar su vida hacia la salvación de su
alma. La pretensión de estas obras consiste en establecer modelos de
comportamiento enfocados hacia el interior del individuo y no hacia la
colectividad social. Un ejemplo de este género es el Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Los cuentos o “exemplos” son propios de este género.
Por último, la prosa narrativa se ciñe a la creación de
obras de ficción orientadas hacia la diversión del lector, por ejemplo, los
libros de caballería.
EL LIBRO
DEL BUEN AMOR (2ª parte)
Tras el primer episodio autobiográfico, con el que cerrábamos el
capítulo anterior, iniciamos éste con el segundo episodio amoroso, donde se
halla contenido en el cuento de un hombre que ve cómo su alcahuete gana para sí
a la mujer pretendida, una panadera.
Un tercer fracaso amoroso precede a una discusión entre
el protagonista y Amor personificado, a quien le echa en cara sus derrotas.
Tras este diálogo, el protagonista consulta a Venus
siguiendo los consejos de Amor, y ésta le dice prácticamente lo mismo. A partir
de aquí, el Arcipreste incluye una larga adaptación del Pamphilus, comedia
elegíaca latina del siglo XII, la cual resume la doctrina de Ovidio. El
protagonista aparece ahora con el nombre de Don Melón de la Huerta y sale por
fin victorioso con la ayuda de su vieja alcahueta Trotaconventos, quien
convence a la joven viuda Doña Endrina, en una argumentación repleta de
exempla.
El escenario se traslada posteriormente a las montañas de
Guadarrama, exactamente entre Hita y Segovia, donde el el Arcipreste se
encuentra sucesivamente con cuatro serranas (mujeres montañesas), tres de las
cuales son robustas y espantosas. En estas desventuras es abatido, raptado y
violado.
Después hay una especie de descanso consistente en un
conjunto de lírica religiosa, tras la cual
se halla una parodia de la épica: una batalla entre el Carnal y la
Cuaresma, donde los soldados son manjares de carne y pescado y de la que sale
victorioso Don Carnal con ayuda de Don Amor.
Seguidamente, Trotaconventos convence al Arcipreste de
que lo mejor es enamorarse de una monja, y en su nombre se acerca a Doña
Garoza. La discusión entre la monja y la alcahueta es otro marco para numerosos
exempla, y aquí también aparece el retrato del protagonista.
Con este episodio se cierra la narración principal,
aunque el Libro de Buen Amor no termina en este punto, pues contiene, además de
composiciones líricas profanas y religiosas, una sátira contra el concubinato
eclesiástico y una indicación final, completamente ambigua, sobre la naturaleza
y propósito del libro.
Pero vayamos ya a los exempla que es realmente lo que nos
interesa:
El hortelano y la culebra.
Era
un ortelano bien simple e sin mal;
en
el mes de enero, con fuerte tenporal,…
Era un hortelano
simple y sin maldad, que en una tarde de enero, en que andaba por su huerta
bajo un fuerte temporal, vio una culebra medio muerta sobre un manzano. El
hombre, con fama de piadoso, viéndola tan aterida, quiso llevársela a su casa
para reanimarla al calor. La abrigó entre sus ropas, depositándola
posteriormente con todo cuidado junto al fuego del hogar. La culebra fue
cogiendo fuerza y salud gracias a los cuidados del buen campesino, y crecía con
rapidez pues era muy bien alimentada, comiendo siempre de lo mismo que su
cuidador comía.
Pasado el invierno,
ella estaba pletórica y enorme y comenzó a moverse por toda la casa como dueña
y señora envenenando todo cuanto se le antojaba: los tres gatos, expertos
cazarratones; los dos perros, fieles centinelas y guardas; el jilguero, alegre
despertador matutino; las gallinas, bulliciosas y buenas ponedoras... todos
iban pasando a engordar el estómago de la insaciable culebra.
El pobre hortelano,
viendo tal horrible espectáculo y temiendo males mayores le dijo: “¡Vete de mi
casa! ¡No hagas aquí más daño!” Pero ella, por toda respuesta, se abrazó a su
protector, silbando y apretando cruelmente, hasta conseguir ahogarlo.
Y es que , como bien
se dice, ‘haz bien y no mires a quien’, pero ‘cuidado con quien metes en tu
casa’.
El ratón de Mohernando y el ratón de Guadalajara.
Mur
de Guadalfajara un lunes madrugava,
fuése
a Monferrando, a mercado andava;...
Salió un lunes de
madrugada el ratón de Guadalajara hacia la villa de Mohernando con intención de
visitar su famoso mercado. En este pueblo le esperaba su primo, que era un
ratón de largos bigotes y corazón generoso, quien le convidó a comer una
suculenta haba de la gran cosecha que tenía. Le pareció la mesa pobre al ratón
de Guadalajara, acostumbrado a otros suculentos manjares, pero lo agradeció
como se merecía y como su urbanidad le había enseñado, por la buena voluntad y
disposición de su querido primo.
Acabada la comida, y
siendo de personas agradecidas y educadas el hacerlo, le convidó a que el
viernes visitase el ratón de Mohernando el mercado de la capital.
Devuelta la visita,
el ratón de Guadalajara ofreció a su primo una mesa bien cumplida de quesos
diversos, tocino, enjundias y pan cocido, todo excelente y en gran cantidad, en
mantel de buen lienzo de una blanca talega de harina. Tanto lujo dejo sin habla
al rústico ratón que, con la barriga bien llena, pronto se dejó llevar por la
alegría y la confianza que su refinado primo le infundía. Pero en medio de su
holganza, oyeron como se abría la puerta de la casa y entraban en ella los
dueños. El ratón de Guadalajara, conocedor del terreno, corrió hacia su
agujero, pero su primo comenzó a errar sin rumbo y tremendamente aterrado. Como
pudo esquivó los pies de los humanos, desconocedores de su presencia, y, con
suerte, se arrimó a un rincón oscuro y quedose allí como pegado y silencioso,
hasta confundirse con las mismas sombras. Al cabo de un buen rato, que a él le
pareció eterno, volvieron a salir los dueños cerrando la puerta tras ellos.
Pronto apareció el
ratón ciudadano y se acercó a su rústico primo que, con fiebre y tembloroso,
todavía no se atrevía a moverse. “Querido primo, alegraos y comed de todo lo
que os apetezca. Mirad, aquí hay un postre que es dulce como la miel” El
aldeano, volviendo ya en sí, le respondió: “Señor, al que teme a la muerte el
panal le sabe a hiel. Si a vos os parece dulce, comed que yo me voy”.
En
un muladar andava el gallo ajevío,
estando
escarbando mañana con el frío,...
Por un muladar andaba
escarbando un gallo necio en una fría mañana de invierno, cuando, ante su
sorpresa, halló el más enorme y pulido, el más bello zafiro que hombre alguno
hubiera visto jamás y cuyos brillos dejarían hechizado a cualquier ser con
sentido.
El gallo se
sorprendió muchísimo de encontrar aquella cosa, pero luego dijo, el muy
estúpido: “¡Bah! Prefiero antes un grano de uva o de trigo que cientos de éstos
en la mano.” El zafiro, ofendido, le respondió: “Bien te digo, villano, que si
tuvieras idea de mi valor, tú andarías orgulloso por el mundo, pues tú me
desprecias no lo por lo que de mi conoces, sino por lo que ignoras.”
El asno y el perrillo faldero.
Un
perrillo blanchete con su señora jugava:
con
su lengua e boca las manos le besava,...
Un perrillo faldero
jugaba con su dueña: ladraba como loco, movía la cola alegremente y, entre
saltos y carreras, le lamía con su diminuta lengua su blanco y terso rostro. Y
de esta forma le demostraba todo su amor. Todos en la casa le tenían mucho
cariño y le cuidaban y mimaban con afecto.
Un asno, que allí
también vivía, al ver todo esto se llenaba de rabia y celos que rumiaba entre
dientes: “Yo - se decía - con más provecho sirvo a mi señora y a toda su
familia que mil perros falderos: les traigo en mi espinazo la leña con la que
se calientan, la harina que comen, y los llevo a cuestas cuando se cansan de
andar y, sin embargo, ¡cuánto miman más a ese perro engreído que a mí! Pues si
lo que quieren es carantoñas y bufonadas, eso tendrán.”
Dicho esto salió
rebuznando de su establo; retozando y haciendo muchas necedades se acercó, como
un garañón loco hasta donde su dueña descansaba tranquila y, sin pensarlo dos
veces, puso sus patas delanteras sobre los hombros de la señora. Al ver esto,
los criados llegaron con palos y piedras y le dieron tal paliza que no pudo
moverse hasta pasado un mes largo.
Cuantos hay que por
no saber ser ellos mismos hacen el ridículo queriendo ser como los demás.
La raposa que se comía las gallinas de la aldea.
Conteçió
en una aldea, de muro bien çercada
que
la presta gulhara ansí era vezada,...
Aconteció en una
aldea, la cual estaba defendida por una inexpugnable muralla, que la sutil
raposa acostumbraba a entrar cuando la puerta se cerraba y robaba las gallinas
de casa en casa.
Los vecinos ya
cansados de tanta rapiña le tendieron una trampa y, una noche en que de nuevo
entrara, ellos la esperaron escondidos y cerraron prestos puertas y ventanas
para que no pudiera salir al campo abierto.
Viéndose la zorra
acorralada, se tendió ante la puerta de la aldea fingiéndose muerta: con la
boca entreabierta, las patas encogidas, yerta y desfigurada. Al verla de esta
forma, dijeron los aldeanos: “Te ha estado bien, por ladrona.”
A la mañana siguiente
pasó por allí un zapatero y, al verla, pensó: “¡Qué buena cola para hacer
calzado ligero!” Y la cortó sin que la
raposa soltara ni una queja, metiéndola en su zurrón.
Al poco pasó un
barbero y, viéndola tendida, razonó: “Los colmillos de esta zorra puedo
aprovechar para curar el dolor de muelas.” Y se los sacó sin que ella se
quejara.
Al rato pasó una
vieja a quien la raposa comiera sus gallinas y dijo: “Con un ojo de ésta curaré
el dolor de matriz de mi ahijada.” Y sin pensarlo le sacó un ojo. La zorra
aguantó el dolor sin decir palabra.
Poco después, se
llegó hasta ella el médico y le cortó las dos orejas diciendo: “Buenas son
éstas para el dolor de oído.” Pero antes de irse volvió sobre ella y comentó a
los que allí le observaban: “El caso es que el corazón también es bueno para el
dolor de pecho.” A esto la zorra se puso en pie y salió del pueblo como una
flecha gritando: “¡Al diablo le tomaréis vos el pulso!”
Sufre las cosas en quanto divieres, estraña las otras en quanto
pudieres.
El león y el ratón.
Dormía
el león pardo en la frida montaña,
en
espesura tiene su cueva soterrada;...
Dormía el león una
tibia mañana en su gruta escondida y cerca jugaban unos ratones armando un gran
escándalo. El león, a causa de tanto ruido, se despertó muy enfadado y salió de
su cueva para perseguirlos, alcanzando uno al que quería matar. El ratón, muy
asustado y temiendo por su vida, comenzó a halagarle para ver si ablandaba su
duro corazón: “Señor” - le decía -, “no me mates, que no te podré hartar y a ti
darme muerte no te puede honrar en mucho. ¿Qué honra es para el león, fuerte y
poderoso, matar a un ratón pequeño, miedoso y pobre? El que a un menor vence
gana más vergüenza que gloria”.
Estas palabras
hiciéronle pensar al león y soltó su presa, quien, al verse libre, le dio mil
gracias y le prometió que le ayudaría en todo lo que de él necesitase.
Se fue el ratón al
bosque y el león a sus cacerías, pero ocurrió, que andando descuidado, tropezó
con una trampa colocada por los hombres, cayendo en sus redes.
Al oír sus gritos,
acudió el ratón presuroso. “Señor” - dijo -, “no os preocupéis que yo con mis
dientes romperé la red que vos no podéis rasgar con vuestros fuertes brazos.”
Y así ocurrió,
quedando siempre muy buenos amigos.
El ladrón que vendió su alma al diablo.
En
tierra sin justicia eran muchos ladrones;
fueron
al rey las nuevas, querellas e pregones;...
Érase una tierra sin
justicia donde vivían muchos ladrones. El pueblo, acobardado, enviaba sin cesar
quejas al rey, quien, ya cansado, les envió sus jueces y soldados para poner
solución. Muchos ladrones fueron cogidos y juzgados, resultando la mayoría de
ellos castigados a morir en la horca.
Uno de estos, que
tenía gran fama por sus constantes atropellos, al ver su hora cercana quiso
llamar al Diablo. Éste llegó presto a su llamada y pronto acordaron el trato:
el ladrón le entregaba su alma a cambio de que lo librase de este trance. “No
te preocupes” - le dijo Satán -, “de ésta saldrás librado. Cuanto llegue el
alcalde para firmar la sentencia, tú te acercas a él y, llevándote la mano al
pecho, le entregas lo que en él encuentres.”
Al día siguiente vino
el alcalde con todo su séquito y fue llamando, uno por uno, a todos los
acusados. Cuando le llegó el turno a nuestro ladrón, éste hizo lo que le
ordenase el Diablo y encontró en su pecho una copa de oro que entregó al
funcionario. Éste la tomó y dijo: “No encuentro ninguna causa para que este hombre
sea ajusticiado, así que le dejo libre de toda pena.”
El ladrón salió muy
contento de la prisión y, pensando que tenía una buena ganga, siguió robando,
pero con más codicia que antes y sin preocuparse de huir, porque cuando le
cogían, repetía la acción anterior y no pasaba nada. Hasta que un día, al
llevar su mano al pecho no encontró ninguna pieza de oro, sino una cuerda de
ahorcado.
Cuando estaba ante el
verdugo vio en primera fila al Diablo como un simple espectador.
“¿Por que no me
ayudas?” Le preguntó.
“¿Y tú por qué no
corres?” - le dijo el otro - “¿No ves que ya me has cansado?”
Comentarios
Publicar un comentario