Temas e ideas - En la noche - Ancrugon – Marzo 2012
Temas
e ideas
En
la noche
Ancrugon – Marzo 2012
Sobre
las brasas de la chimenea danzaban aquellos diminutos duendes que, cual
pequeñas lenguas de fuego, representaban silenciosas aquelarres y, cerca del
gato adormilado, cuyo pelo negro siempre olía a quemado, crepitaban universos
de estrellas incandescentes igual que fuegos artificiales surgidos de los
vacíos existenciales de incógnitos huecos maderables… aunque en el fondo sólo
imperaba el cansancio del día… En las irregulares paredes de la cocina danzaban
alargadas sombras conocidas que pretendían luchar por una libertad improbable
mientras al calor del hogar se adormecían los sentidos acunados por la voz del
padre quien leía cuentos de misterio surgidos de un antiguo volumen, herencia
de un viejo tío con fama de leído por haber manoseado más de un libro
diferente… En la calle, el viento silbaba como gélida serpiente y empujaba las
hojas de unas ventanas cansadas de soportar vendavales… al fondo de la cocina,
un enorme receptor de lámparas al borde del fundido, emitía la voz de una tal
Señora Francis, apoyada por un fondo musical trasnochado, quien aconsejaba
actitudes y remedaba respuestas a personas ricas en soledades, cuyo éxito
distaba bastante de ser eficaz, pero aparentaba moralidad… Eran las noches de
invierno de una España sin realidad, pero rica en esperanzas…
Ni
unos pasos perdidos rompían la quietud de la calle, donde sólo el polvo se
elevaba en inesperados remolinos que cegaban momentáneamente la luz de unas
indefensas lámparas danzarinas en movimientos pendulares sobre cables de
inconsistencia heroica, cuya luz apenas se alumbraba a sí misma y cuyo silencio
rumoroso se rompía en retazos por el ladrido de algún perro asustado a causa de
la cercanía de la muerte… la cual, no nos engañemos, gustaba de pasearse a lo
largo de aquellas callejas atestadas de miserias escondidas…
Y la madre zurcía al ritmo de la lectura prendas mil
veces zurcidas… y el hermano cabeceaba el sueño acumulado de tantos madrugones continuos
con el fin de arrancar la sabiduría a unos libros herméticos que se negaban,
muchas veces, a dejarse robar sus tesoros de conocimiento… y yo atizaba las
fascinantes brasas que, como castillos de hadas, me embrujaban los sentidos, en
busca de los caminos imposibles que mi imaginación proyectaba, mientras la voz
del padre dibujaba colmillos de lúgubres vampiros en el fondo de la estancia,
donde el frío residía… Al momento el gato se desperezaba y estiraba sus patas
con un bostezo infinito para, en un ágil salto, alcanzar algún regazo donde
acomodarse con placer para seguir ignorando el mundo… y nos devolvía a la
realidad… En el reloj de pared, un
clásico regalo de boda de unos clásicos parientes sin gusto, con sus pesas en
forma de estériles piñas de etéreo desplazamiento y de péndulo de sabiduría
foucaultiana, si no fuera por su libertad limitada por la unidirección, como nos
pasaba a todos por aquellos tiempos, aunque yo no lo sabía entonces, sonaban
once campanadas y una losa caía sobre todos como una pesada carga…
Era la hora de irse a la cama…



Y cuando el sueño se apoderaba de los sentidos, el
mundo se detenía y ya nada importaba, sólo aquellas pequeñas cosas que, gracias
a la magia de la noche, llegaban a tener vida propia y llenaban por entero el
espacio aéreo de la pequeña habitación y que sólo desaparecían cuando el gato
saltaba cada mañana sobre la cama para lamerme la nariz…
Las he buscado, porque un buen día, sin saber cómo,
desaparecieron, pero jamás volvieron… Pregunté a los espejos del armario grande
donde mi madre escondía los regalos de Reyes, a los geranios del balcón donde
solía olvidar mis soldaditos de plástico como guardianes de virtudes esquivas,
a los libros de Julio Verne que tantas veces cerraron mis párpados cansados de
tanto soñar… pero jamás volvieron aquellas noches… y es que el tiempo todo lo
transforma…
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