MIS AMIGOS LOS LIBROS: Un mundo feliz, por Ancrugon – Julio y Agosto 2012
Actualmente el
mundo es estable. La gente es feliz; tiene lo que desea, y nunca desea lo que
no puede obtener. Está a gusto; está a salvo; nunca está enferma; no teme a la
muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no
hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están
condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben
obrar.
Aldous Huxley

Huxley
bosquejó una imagen de la felicidad surgida a partir de la desaparición de la
familia como germen social, llegando a plantear las figuras de padre y madre
como algo superado, anticuado y antagónico al desarrollo de la población ideal.
En una supuesta sociedad perfecta no tenían cabida los sentimientos castrantes
ni condicionamientos y así, el amor, como algo exclusivista, estaba terminante
prohibido, incluso perseguido, utilizando el sexo como arma de liberación de
los instintos gregarios de esos seres humanos de diseño.
Esta
fábula pretendía anticipar el desarrollo de una tecnología reproductiva a
partir de cultivos humanos a los que se trataba químicamente para que evolucionasen
de forma diferente y controlada, sólo dos millones de personas, seres humanos
divididos en cinco tipos de castas en las que no importaba el tipo de raza ni
sexo sino su condicionamiento mental: Alfa, Beta, Gamma, Delta, Épsilon, las
cuales, además, se dividían en Más y Menos, donde el escalón más elevado estaba
ocupado por los individuos “Alfa Doble Más”, a quienes se les destinaba como
los futuros científicos dominantes, y la más baja los Épsilon Menos, preparados
para ser felices como esclavos cuyo trabajo se desarrollaba en las labores más
bajas y denigrantes, pero que ellos, gracias a la educación recibida, encontraban
liberadoras y reconfortantes ya que estaban libres de responsabilidades.
Para
conseguir esta situación, una vez nacidos de sus vientres-probeta, estos seres
recibían una educación a través del sueño, o hipnopédica, la cual consistía en
aprovechar determinadas fases de la somnolencia donde el cerebro es más
sensible a cierto tipo de ondas y estímulos auditivos, funcionando como una
esponja donde todo se absorbía y así, cuando el individuo se despertaba,
manipulado durante el sueño con mensajes repetitivos, se comportaba según las
enseñanzas que se le habían administrado.

Aldous Huxley

Este
mundo perfecto, surgido tras una guerra devastadora acaecida en el año 2049 de
la Era Cristiana, donde las armas químicas destruirían a la mayor parte de la
población, nacería de la iniciativa de los nuevos líderes mundiales quienes
decidirían imponer las nuevas tecnologías a todo el planeta, menos a la
Reserva, creando el Estado Mundial, gobernado por diez Controladores y
establecidos en varias ciudades colocadas en climas benignos, dejando algunas
islas, como Islandia o las Maldivas, para aquellos ciudadanos que no encajasen
por algún motivo dentro de esta sociedad. Por el contrario, habrían quedado
algunas áreas aisladas, denominadas “reservas salvajes”, distribuidas por Nuevo
México, América del Sur, Samoa y Nueva Guinea. Así mismo, se establecería un nuevo
calendario cuyo inicio estaría en 1908, el año en que se fabricó el primer Ford
Modelo T, determinando cualquier evento como “a.F.” (antes de Ford) o “d.F.” (después de Ford).
La
tecnología sería la base de la vida en este Estado Mundial, por ejemplo, en el
deporte, en los que ¡se utilizarían diversos artefactos: “tenis superficial”,
“golf electromagnético”… que mantendrían en pleno rendimiento las fábricas del
planeta. O en el cine, donde se utilizarían unos sillones en los que el
espectador percibiría las sensaciones de los actores. Así mismo serían
tecnológicos los libros, la música sintética, los instrumentos musicales y de
color… y la ropa, fabricada de acetato, que se ajustaría al cuerpo y les daría
gran elasticidad. Existirían chicles con hormonas sexuales, máquinas de
relajación y sobre todo, el “soma”, una droga oficial y obligatoria para
superaría cualquier tipo de depresión, en la que un sólo gramo curaría diez
sentimientos melancólicos y tendría todas las ventajas de la religión y el
alcohol sin ninguno de sus efectos secundarios. Las personas se muoverían de un
lugar a otro mediante helicópteros o monorraíles de gran velocidad y, para los
desplazamientos largos, aviones con aspecto de naves espaciales. Los niños nacerían
en criaderos, allí se condicionarían los embriones envasados al calor y se les
inmunizaría contra las enfermedades y se les predestinaría para su función
social. Posteriormente, una vez nacidos, entraría en juego la hipnopedia para
predestinarlos a sus diferentes roles.
“En la
excitación que le producía el hecho de conocer a un hombre que había leído a
Shakespeare, había olvidado momentáneamente todo lo demás. El Interventor
se encogió de hombros.
—Porque es
antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.
—¿Aunque sean
bellas?
—Especialmente
cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que
la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las
nuevas.
—¡Pero si las
nuevas son horribles, estúpidas! ¡Esas películas en las que sólo salen helicópteros
y el público siente cómo los actores se besan! —John hizo una mueca—. ¡Cabrones
y monos! Sólo en estas palabras de Otelo encontraba el vehículo adecuado para
expresar su desprecio y su odio.
—En todo caso,
animales inofensivos —murmuró el Interventor, a modo de paréntesis.
—¿Por qué, en
lugar de esto, no les permite leer Otelo?
—Ya se lo he
dicho: es antiguo. Además, no lo entenderían.
Sí, esto era
cierto. John recordó cómo se había reído Helmholtz ante la lectura de Romeo y
Julieta.
—Bueno, pues
entonces —dijo tras una pausa—, algo nuevo que sea por el estilo de Otelo y que
ellos puedan comprender.
—Esto es lo que
todos hemos estado deseando escribir —dijo Helmholtz, rompiendo su prolongado
silencio.
—Y esto es lo
que ustedes nunca escribirán —dijo el Interventor—. Porque si fuese algo
parecido a Otelo, nadie lo entendería, por más nuevo que fuese. Y si fuese
nuevo, no podría parecerse a Otelo”.
Aldous Huxley
El
sexo sería un ejercicio saludable y recomendado, pero habría que tener cuidado
no realizarlo repetidas veces con la misma persona no fueran a ser acusado de inmoral,
porque el amor y los sentimientos estarían mal vistos. Sin embargo, existiría
la cara opuesta, la unión con un pasado que se pretendía olvidar: “la Reserva
Salvaje” (Malpaís), donde vivirían los zuñi (indios pueblo), seres totalmente
ajenos al Mundo Feliz y que conservarían las costumbres y la moral
tradicionales, y un personaje clave: “John el Salvaje”, un error del sistema
pues era el resultado de una relación de amor entre un Alfa y una salvaje y no
hanía nacido de una probeta sino de una mujer.
-Claro que lo
es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es,
ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Estar satisfecho de todo
no posee el encanto que supone mantener una lucha justa contra la infelicidad,
ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal
o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.
Aldous Huxley
A
parte de éste, hay otros dos personajes esenciales: Bernard Marx, cuyo nombre
procede de la simbiosis de Bernad Shaw, un escritor anticensura, y Karl Marx, y
Lenina Crowne, cuyo nombre deriva claramente de Lenin. Estos dos personajes son
totalmente opuestos, pues mientras ella es la perfecta ciudadana, feliz,
neumática y adaptable, él parece un hombre descontento, inadaptado, lleno de
dudas y preguntas y dispuesto a conocer la verdad de las cosas e ir más allá de
todo.
La
novela se divide en dos partes, la primera nos presenta el Mundo Feliz en todos
su detalles y su forma de vida, sin embargo, la segunda comienza con una visita
a la Reserva Salvaje del Malpaís y, a partir de este momento, se desencadena
una serie de acontecimientos que no voy a desvelar porque espero que sean los
lectores quienes lo hagan…
“Un
mundo feliz” es una historia repleta de simbolismos que iremos descubriendo a
medida que avancemos en su lectura, pero sobre todos destaca la lucha entre la
verdad y la ficción que cada ser humano lleva dentro de sí mismo, el mito
platónico de la felicidad por la esclavitud, el terror del ser humano a
descubrirse tal como es, lo cual nos conduce hacia el mensaje implícito que el
autor quiso demostrar.
Porque
Aldous Huxley, nacido en Godalming, Surrey, Inglaterra, un 26 de julio de 1894,
se consideraba un anarquista convencido cuya extensa obra: novelas, ensayos,
cuentos, poesías, libros de viajes y guiones, estuvo siempre al servicio de la
crítica sobre los roles sociales reconocidos y establecidos de su época,
intentando derribar o, por lo menos, ridiculizar las normas y los ideales de
una sociedad caduca que, pocos años después de editar esta novela, le daría la
razón con el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. Su educación, sin
embargo, fue de lo más tradicional pasando por las más prestigiosas
instituciones británicas, pero su espíritu rebelde y libre le incapacitaron
para convertirse en el típico gentelman inglés
y escapó a tierras americanas, donde fue considerado como un líder del
pensamiento moderno. Allí moriría, en la ciudad de Los Ángeles, el 22 de
noviembre de 1963, dejando a la humanidad la herencia de sus trabajos, como la
novela que nos ocupa.
“Un
mundo feliz” tuvo bastantes influencias del pensamiento transhumanista de “Las partículas elementales”, del
novelista Michel Houellebecq y, a su vez, influenció en diferentes obras
posteriores, como, y primer lugar, “La
isla” del mismo Aldous o la serie de la gran pantalla “The Matrix”, entre otras.
Para
finalizar diremos que existen dos versiones cinematográficas de esta obra. La
primera data de 1980 y es una producción de la BBC para televisión, está
dirigida por Burt Brinckerhoff y tiene como principales artistas a Kristoffer Tabori,
Bud Cort, Keir Dullea, Julie Cobb, Ron O’Neal y Marcia Strassman:
En
1998 se estrena una producción norteamericana dirigida por Leslie Libman y
Larry Williams, con Peter Gallagher, Leonard Nimoy, Sally Kirkland, Rya
Kihlstedt y Tim Guinee en los principales papeles:
Y
como conclusión, nada mejor que iniciarnos en la lectura de esta apasionante novela
con el regalo de su primer capítulo:
Un mundo feliz
Aldous Huxley
CAPÍTULO I
Un edificio
gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal
las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres,
y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad.
La enorme sala
de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a pesar del verano
que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda y
pálida brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura
yacente amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin
encontrar más que el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un
laboratorio. La invernada respondía a la invernada. Las batas de los
trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos embutidas en guantes de
goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada, muerta, fantasmal.
Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar cierta
calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada procesión
de trazos luminosos que seguían la larga perspectiva de las mesas de trabajo.
—Y ésta —dijo el
director, abriendo la puerta— es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre
sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban
entregados a su
trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en la sala,
sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraído canturreo o
silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído en su labor. Un
grupo de estudiantes recién ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes,
seguía con excitación, casi abyectamente, al director, pisándole los talones.
Cada uno de ellos llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran
hombre hablaba, garrapateaba desesperadamente. Directamente de labios de la
ciencia personificada. Era un raro privilegio. El D.I.C. de la central de
Londres tenía siempre un gran interés en acompañar personalmente a los nuevos
alumnos a visitar los diversos departamentos.
—Sólo para
darles una idea general —les explicaba.
Porque, desde
luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de llevar a cabo
su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser buenos y felices
miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como todos
sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades
son intelectualmente males necesarios. No son los filósofos sino los que se
dedican a la marquetería y los coleccionistas de sellos los que constituyen la
columna vertebral de la sociedad.
—Mañana —añadió,
sonriéndoles con campechanía un tanto amenazadora— empezarán ustedes a trabajar
en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades. Mientras tanto...
Mientras tanto,
era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia
personificada al
bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos.
Alto y más bien
delgado, muy erguido, el director se adentro por la sala. Tenía el mentón largo
y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no hablaba,
por sus labios regordetes, de curvas floreadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta?
¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión no
llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de
Ford, a nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.
—Empezaré por el
principio —dijo el director.
Y los más
celosos estudiantes anotaron la intención de director en sus blocs de notas:
Empieza por el principio.
—Esto —siguió el
director, con un movimiento de la mano— son las incubadoras. —Y abriendo una
puerta aislante les enseñó hileras y más hileras de tubos de ensayo numerados—.
La provisión semanal de óvulos —explicó—. Conservados a la temperatura de la
sangre; en tanto que los gametos masculinos —y al decir esto abrió otra puerta—
deben ser conservados a treinta y cinco grados de temperatura en lugar de
treinta y siete.
La temperatura
de la sangre esteriliza.
Los moruecos
envueltos en termógeno no engendran corderillos.
Sin dejar de
apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos alumnos, mientras
los lápices corrían ilegiblemente por las páginas, una breve descripción del moderno
proceso de fecundación. Primero habló, naturalmente, de sus prolegómenos quirúrgicos,
la operación voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad, aparte el hecho
de que entraña una prima equivalente al salario de seis meses; prosiguió con unas
notas sobre la técnica de conservación de los ovarios extirpados de forma que
se conserven en vida y se desarrollen activamente; pasó a hacer algunas
consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas; prendidos
y maduros; y, acompañando a sus alumnos a las mesas de trabajo, les enseñó en
la práctica cómo se retiraba aquel licor de los tubos de ensayo; cómo se
vertía, gota a gota, sobre placas de microscopio especialmente caldeadas; cómo
los óvulos que contenía eran inspeccionados en busca de posibles anormalidades,
contados y trasladados a un recipiente poroso; cómo (y para ello los llevó al
sitio donde se realizaba la operación) este recipiente era sumergido en un
caldo caliente que contenía espermatozoos en libertad, a una concentración
mínima de cien mil por centímetro cúbico, como hizo constar con insistencia; y
cómo, al cabo de diez minutos, el recipiente era extraído del caldo y su
contenido volvía a ser examinado; cómo, si algunos de los óvulos seguían sin
fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso necesario, una tercera vez; cómo
los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y los Betas
permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en tanto que los
Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de sólo treinta y seis horas,
para ser sometidos al
método de
Bokanowsky.
—El método de
Bokanowsky —repitió el director.
Y los
estudiantes subrayaron estas palabras.
Un óvulo, un
embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo boklanovskificado prolifera,
se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar un
embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto normal.
Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía
uno. Progreso.
—En esencia
—concluyó el D. I. C.—, la bokanowskiflcación consiste en una serie de paros
del desarrollo. Controlamos el crecimiento normal, y paradójicamente, el óvulo reacciona
echando brotes.
Reacciona
echando brotes. Los lápices corrían.
El director
señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran lentitud, un porta
tubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de cuyo extremo
emergía otro porta tubos igualmente repleto. El mecanismo producía un débil zumbido.
El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en atravesar
aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era lo máximo que los óvulos
podían soportar. Unos pocos morían; de los restantes, los menos aptos se dividían
en dos; después a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a
desarrollarse;
luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se
detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, echaban nuevos
brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol; como
consecuencia de ello, volvían a subdividirse —brotes de brotes de brotes— y
después se les dejaba desarrollar en paz, puesto que una nueva detención en su
crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original
se había convertido en un número de embriones que oscilaba entre ocho y noventa
y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo, con respecto a la
Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en
tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un óvulo se escindía de vez
en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un tiempo.
—Veintenas
—repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo generosas dádivas—.
Veintenas.
Pero uno de los
estudiantes fue lo bastante estúpido para preguntar en qué consistía la
ventaja,
—¡Pero, hijo
mío! —exclamó el director, volviéndose bruscamente hacia él—. ¿De veras no lo
comprende? ¿No puede comprenderlo?
—Levantó una mano, con expresión solemne—. El Método Bokanowsky es uno de los
mayores instrumentos de la estabilidad social.
Uno de los
mayores instrumentos de la estabilidad social.
Hombres y
mujeres estandardizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica
podía ser el producto de un solo óvulo bokanowskificado.
—¡Noventa y seis
mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! —La voz del director
casi temblaba de entusiasmo—. Sabemos muy bien adónde vamos. Por primera vez en
la historia. —Citó la divisa planetaria: Comunidad, Identidad, Estabilidad.
—Grandes palabras—. Si pudiéramos bokanowskificar indefinidamente, el problema
estaría resuelto.
Resuelto por
Gammas en serie, Deltas invariables, Epsilones uniformes. Millones de mellizos
idénticos. El principio de la producción en masa aplicado, por fin, a la
biología.
—Pero, por
desgracia —añadió el director—, no podemos bokanowskificar
indefinidamente.
Al parecer,
noventa y seis era el límite, y setenta y dos un buen promedio. Lo más que
podían hacer, a falta de poder realizar aquel ideal, era manufacturar tantos
grupos de mellizos idénticos como fuese posible a partir del mismo ovario y con
gametos del mismo macho. Y aun esto era difícil.
—Porque, por
vías naturales, se necesitan treinta años para que doscientos óvulos alcancen
la madurez. Pero nuestra tarea consiste en estabilizar la población en este momento,
aquí y ahora. ¿De qué nos serviría producir mellizos con cuentagotas a lo largo
de un cuarto de siglo?
Evidentemente,
de nada. Pero la técnica de Podsnap había acelerado inmensamente el proceso de
la maduración. Ahora cabía tener la seguridad de conseguir como mínimo ciento
cincuenta óvulos maduros en dos años. Fecundación y bokanowskiflcación —es decir,
multiplicación por setenta y dos—, aseguraban una producción media de casi once
mil hermanos y hermanas en ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y
todo ello en el plazo de dos años.
—Y, en casos
excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca más de quince mil
individuos adultos.
Volviéndose
hacia un joven rubio y coloradote que en aquel momento pasaba por allá, lo
llamó:
—Mr. Foster.
¿Puede decimos cuál es la marca de un solo ovario, Mr. Foster?
—Dieciséis mil
doce en este Centro —contestó Mr. Foster sin vacilar. Hablaba con gran rapidez,
tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que le producía un intenso placer
citar cifras—. Dieciséis mil doce, en ciento ochenta y nueve grupos de mellizos
idénticos. Pero, desde luego, se ha conseguido mucho más —prosiguió atropelladamente—
en algunos centros tropicales. Singapur ha producido a menudo más de dieciséis
mil quinientos; y Mombasa ha alcanzado la marca de los diecisiete mil. Claro
que tienen muchas ventajas sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo reacciona
un ovario de negra a la pituitarial Es algo asombroso, cuando uno está acostumbrado
a trabajar con material europeo. Sin embargo —agregó, riendo (aunque en sus
ojos brillaba el fulgor del combate y avanzaba la barbilla retadoramente)—, sin
embargo, nos proponemos batirles, si podemos. Actualmente estoy trabajando en
un maravilloso ovario Delta-menos. Sólo cuenta dieciocho meses de antigüedad.
Ya ha producido doce mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue
fuerte. Todavía les ganaremos.
—¡Éste es el espíritu
que me gusta! —exclamó el director; y dio unas palmadas en el hombro de Mr.
Foster—. Venga con nosotros y permita a estos muchachos gozar de los beneficios
de sus conocimientos de experto.
Mr. Foster
sonrió modestamente.
—Con mucho gusto
—dijo.
Y siguieron la
visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación armoniosa y una actividad
ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados ya a la medida adecuada, subían
disparados en pequeños ascensores, procedentes del Almacén de órganos de los
sótanos. Un zumbido, después un chasquido, y las puertas del ascensor se abrían
de golpe; el Forrador de Envases sólo tenía que alargar la mano, coger el
trozo, introducirlo en el frasco, alisarlo, y antes de que el envase
debidamente forrado por el interior se hallara fuera de su alcance,
transportado por la cinta sin fin, un zumbido, un chasquido, y otro trozo de
peritoneo era disparado desde las profundidades, a punto para ser deslizado en
el interior de otro frasco, el siguiente de aquella lenta procesión que la
cinta transportaba.
Después de los
Forradores había los Matriculadores. La procesión avanzaba; uno a uno, los
óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos recipientes más grandes; diestramente,
el forro de peritoneo era cortado, la morula situada en su lugar, vertida la solución
salina... y ya el frasco había pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores.
Herencia fecha de fertilización, grupo de Bokanowsky al que pertenecía, todos
estos detalles pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus
nombres a través de una abertura de la pared, hacia la Sala de Predestinación
Social.
—Ochenta y ocho
metros cúbicos de fichas —dijo Mr. Foster, satisfecho, al entrar.
—Que contienen
toda la información de interés —agregó el director.
—Puestas al día
todas las mañanas.
—Y coordinadas
todas las tardes.
—En las cuales
se basan los cálculos.
—Tantos
individuos, de tal y tal calidad —dijo Mr. Foster.
—Distribuidos en
tales y tales cantidades.
—El óptimo
porcentaje de Decantación en cualquier momento dado.
—Permitiendo
compensar rápidamente las pérdidas imprevistas.
—Rápidamente
—repitió Mr. Foster—. ¡Si supieran ustedes la cantidad de horas extras
que tuve que
emplear después del último terremoto en el Japón!
Rió de buena
gana y movió la cabeza.
—Los Predestinadores
envían sus datos a los Fecundadores.
—Quienes les
facilitan los embriones que solicitan.
—Y los frascos
pasan aquí para ser predestinados concretamente.
—Después de lo
cual vuelven a ser enviados al Almacén de Embriones.
—Adonde vamos a
pasar ahora mismo.
Y, abriendo una
puerta, Mr. Foster inició la marcha hacia una escalera que descendía al sótano.
La temperatura
seguía siendo tropical. El grupo penetró en un ambiente iluminado con una luz
crepuscular. Dos puertas y un pasadizo con un doble recodo aseguraban al sótano
contra toda posible infiltración de la luz.
—Los embriones
son como la película fotográfica —dijo Mr. Foster, jocosamente, al tiempo que
empujaba la segunda puerta—. Sólo soportan la luz roja.
Y, en efecto, la
bochornosa oscuridad en medio de la cual los estudiantes le seguían ahora era
visible y escarlata como la oscuridad que se divisa con los ojos cerrados en plena
tarde veraniega. Los voluminosos estantes laterales, con sus hileras
interminables de botellas, brillaban como cuajados de rubíes, y entre los
rubíes se movían los espectros rojos de mujeres y hombres con los ojos
purpúreos y todos los síntomas del lupus. El zumbido de la maquinaria llenaba
débilmente los aires.
—Déles unas
cuantas cifras, Mr. Foster —dijo el director, que estaba cansado de hablar.
A Mr. Foster le
encantó darles unas cuantas cifras.
Doscientos
veinte metros de longitud, doscientos de anchura y diez de altura. Señaló hacia
arriba. Como gallinitas bebiendo agua, los estudiantes levantaron los ojos hacia
el elevado techo.
Tres grupos de
estantes: a nivel del suelo, primera galería y segunda galería.
La telaraña
metálica de las galerías se perdía a lo lejos, en todas direcciones, en la oscuridad.
Cerca de ellas, tres fantasmas rojos se hallaban muy atareados descargando damajuanas
de una escalera móvil.
La escalera que
procedía de la Sala de Predestinación Social.
Cada frasco
podía ser colocado en uno de los quince estantes, cada uno de los cuales,
aunque a simple vista no se notaba, era un tren que viajaba a razón de trescientos
treinta y tres milímetros por hora. Doscientos sesenta y siete días, a ocho metros
diarios. Dos mil ciento treinta y seis metros en total. Una vuelta al sótano a
nivel del suelo, otra en la primera galería, media en la segunda, y, la mañana
del día doscientos sesenta y siete, luz de día en la Sala de Decantación. La
llamada existencia independiente.
—Pero en el
intervalo —concluyó Mr. Foster nos las hemos arreglado para hacer un montón de
cosas con ellos. Ya lo creo, un montón de cosas.
—Éste es el
espíritu que me gusta —volvió a decir el director—. Demos una vueltecita. Cuénteselo
usted todo, Mr. Foster.
Y Mr. Foster se
lo contó todo.
Les habló del
embrión que se desarrollaba en su lecho de peritoneo. Les dio a probar el rico
sucedáneo de la sangre con que se alimentaba. Les explicó por qué había de estimularlo
con placentina y tiroxina. Les habló del extracto de corpus luteum. Les enseñó las mangueras por
medio de las cuales dicho extracto era inyectado automáticamente cada doce
metros, desde cero hasta 2.040. Habló de las dosis gradualmente crecientes de
pituitaria administradas durante los noventa y seis metros últimos del
recorrido. Describió la circulación materna artificial instalada en cada
frasco, en el metro ciento doce, les enseñó el depósito de sucedáneo de la
sangre, la bomba centrífuga que mantenía al líquido en movimiento por toda la
placenta y lo hacía pasar a través del pulmón sintético y el filtro de los
desperdicios. Se refirió a la molesta tendencia del embrión a la anemia, a las
dosis masivas de extracto de estómago de cerdo y de hígado de potro fetal que,
en consecuencia, había que administrar.
Les enseñó el
sencillo mecanismo por medio del cual, durante los dos últimos metros de cada
ocho, todos los embriones eran sacudidos simultáneamente para que se acostumbraran
al movimiento. Aludió a la gravedad del llamado trauma de la decantación y
enumeró las precauciones que se tomaban para reducir al mínimo, mediante el
adecuado entrenamiento del embrión envasado, tan peligroso shock. Les habló de
las pruebas de sexo llevadas a cabo en los alrededores del metro doscientos. Explicó
el sistema de etiquetaje: una T para los varones, un círculo para las hembras,
y un signo de interrogación negro sobre fondo blanco para los destinados a hermafroditas.
—Porque, desde
luego —dijo Mr. Foster—, en la gran mayoría de los casos la fecundidad no es
más que un estorbo. Un solo ovario fértil de cada mil doscientos bastaría para
nuestros propósitos. Pero queremos poder elegir a placer. Y, desde luego, conviene
siempre dejar un buen margen de seguridad. Por esto permitimos que hasta un treinta
por ciento de embriones hembra se desarrollen normalmente. A los demás les administramos
una dosis de hormona sexual femenina cada veinticuatro metros durante lo que
les queda de trayecto. Resultado: son decantados como hermafroditas, completamente
normales en su estructura, excepto —tuvo que reconocer— que tienen una ligera
tendencia a echar barba, pero estériles. Con una esterilidad garantizada. Lo cual
nos conduce por fin —prosiguió Mr. Foster— fuera del reino de la mera imitación
servil de la Naturaleza para pasar al mundo mucho más interesante de la
invención humana.
Se frotó las
manos. Porque, desde luego, ellos no se limitaban meramente a incubar embriones;
cualquier vaca podría hacerlo.
—También
predestinamos y condicionamos. Decantamos nuestros críos como seres humanos
socializados, como Alfas o Epsilones, como futuros poceros o futuros... —Iba a
decir futuros Interventores Mundiales, pero rectificando a tiempo, dijo— ...
futuros Directores de Incubadoras.
El director
agradeció el cumplido con una sonrisa.
Pasaban en aquel
momento por el metro 320 del Estante nº 11. Un joven Beta-menos, un mecánico,
estaba atareado con un destornillador y una llave inglesa, trabajando en la
bomba de sucedáneo de la sangre de una botella que pasaba. Cuando dio vuelta a
las tuercas, el zumbido del motor eléctrico se hizo un poco más grave. Bajó más
aún, y un poco más.., Otra vuelta a la llave inglesa, una mirada al contador de
revoluciones, y terminó su tarea. El hombre retrocedió dos pasos en la hilera e
inició el mismo proceso en la bomba del frasco siguiente.
—Está reduciendo
el número de revoluciones por minuto —explicó Mr. Foster—. El sucedáneo circula
más despacio; por consiguiente, pasa por el pulmón a intervalos más largos; por
tanto, aporta menos oxígeno al embrión. No hay nada como la escasez de oxígeno
para mantener a un. embrión por debajo de lo normal.
Y volvió a
frotarse las manos.
—¿Y para qué
quieren mantener a un embrión por debajo de lo normal? —preguntó un estudiante
ingenuo.
—¡Estúpido!
—exclamó el director, rompiendo un largo silencio—. ¿No se le ha ocurrido pensar
que un embrión de Epsilon debe tener un ambiente Epsilon y una herencia Epsilon
también?
Evidentemente,
no se le había ocurrido. Quedó abochornado.
—Cuanto más baja
es la casta —dijo Mr. Foster—, menos debe escasear el oxígeno. El primer órgano
afectado es el cerebro. Después el esqueleto. Al setenta por ciento del oxígeno
normal se consiguen enanos. A menos del setenta, monstruos sin ojos. Que no sirven
para nada —concluyó Mr. Foster.
En cambio (y su
voz adquirió un tono confidencial y excitado), si lograran descubrir una
técnica para abreviar el período de maduración, ¡qué gran triunfo, qué gran beneficio
para la sociedad!
—Piensen en el
caballo —dijo.
Los alumnos
pensaron en el caballo.
El caballo
alcanza la madurez a los seis años; el elefante, a los diez. En tanto que el hombre,
a los trece años aún no está sexualmente maduro, y sólo a los veinte alcanza el
pleno conocimiento. De ahí la inteligencia humana, fruto de este desarrollo
retardado.
—Pero en los
Epsilones —dijo Mr. Foster, muy acertadamente— no necesitamos inteligencia
humana.
No la
necesitaban, y no la fabricaban. Pero, aunque la mente de un Epsilon alcanzaba la
madurez a los diez años, el cuerpo del Epsilon no era apto para el trabajo
hasta los dieciocho. Largos años de inmadurez superflua y perdida. Si el
desarrollo físico pudiera acelerarse hasta que fuera tan rápido, digamos, como
el de una vaca, ¡qué enorme ahorro para la comunidad!
—¡Enorme!
—murmuraron los estudiantes.
El entusiasmo de
Mr. Foster era contagioso.
Después se puso
más técnico; habló de una coordinación endocrino anormal que era la causa de
que los hombres crecieran tan lentamente, y sostuvo que esta anormalidad se
debía a una mutación germinal. ¿Cabía destruir los efectos de esta mutación
germinal? ¿Cabía devolver al individuo Epsilon, mediante una técnica adecuada,
a la normalidad de los perros y de las vacas? Este era el problema.
Pilkinton, en
Mombasa, había producido individuos sexualmente maduros a los cuatro años y
completamente crecidos a los seis y medio. Un triunfo científico. Pero socialmente
inútil. Los hombres y las mujeres de seis años eran demasiado estúpidos, incluso
para realizar el trabajo de un Epsilon.
Y el método era
de los del tipo todo o nada; o no se lograba modificación alguna, o tal
modificación era en todos los sentidos. Todavía estaban luchando por encontrar
el compromiso ideal entre adultos de veinte años y adultos de seis. Y hasta
entonces sin éxito.
Su ronda a
través de la luz crepuscular escarlata les había llevado a las proximidades del
metro 170 del Estante 9. A partir de aquel punto, el Estante 9 estaba cerrado,
y los frascos realizaban el resto de su viaje en el interior de una especie de
túnel, interrumpido de vez en cuando por unas aberturas de dos o tres metros de
anchura.
—Condicionamiento
con respecto al calor —explicó Mr. Foster.
Túneles
calientes alternaban con túneles fríos. El frío se aliaba a la incomodidad en la
forma de intensos rayos X. En el momento de su decantación, los embriones
sentían horror por el frío. Estaban predestinados a emigrar a los trópicos, a
ser mineros, tejedores de seda al acetato o metalúrgicos. Más adelante,
enseñarían a sus mentes a apoyar el criterio de su cuerpo.
—Nosotros los
condicionamos de modo que tiendan hacia el calor —concluyo Mr. Foster—. Y
nuestros colegas de arriba les enseñarán a amarlo.
—Y éste
—intervino el director sentenciosamente—, éste es el secreto de la felicidad y
la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a
esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social.
En un boquete
entre dos túneles, una enfermera introducía una jeringa larga y fina en el
contenido gelatinoso de un frasco que pasaba. Los estudiantes y sus guías permanecieron
observándola unos momentos.
—Muy bien,
Lenina —dijo Mr. Foster cuando, al fin, la joven retiró la jeringa y se incorporó.
La muchacha se
volvió, sobresaltada. A pesar del lapsus y de los ojos de púrpura, se advertía
que era excepcionalmente hermosa.
Su sonrisa, roja
también, voló hacia él, en una hilera de rojos dientes.
—Encantadora,
encantadora —murmuró el director.
Y, dándole una o
dos palmaditas, recibió en correspondencia una sonrisa deferente, a él
destinada.
—¿Qué les da?
—preguntó Mr. Foster, procurando adoptar un tono estrictamente profesional. —Lo
de siempre: el tifus y la enfermedad del sueño.
—Los
trabajadores del trópico empiezan a ser inoculados en el metro 150 —explicó Mr.
Foster a los estudiantes—. Los embriones todavía tienen agallas. Inmunizamos al
pez contra las enfermedades del hombre futuro. —Luego, volviéndose a Lenina,
añadió—: A las cinco menos diez, en el tejado, esta tarde, como de costumbre.
—Encantadora
—dijo el director una vez más.
Y, con otra
palmadita, se alejó en pos de los otros.
En el estante
número 10, hileras de la próxima generación de obreros químicos eran sometidos
a un tratamiento para acostumbrarlos a tolerar el plomo, la sosa cáustica, el asfalto,
la clorina... El primero de una hornada de doscientos cincuenta mecánicos de cohetes
aéreos en embrión pasaba en aquel momento por el metro mil cien del estante 3.
Un mecanismo especial mantenía sus envases en constante rotación.
—Para mejorar su
sentido del equilibrio —explicó Mr. Foster—. Efectuar reparaciones en el
exterior de un cohete en el aire es una tarea complicada. Cuando están de pie, reducimos
la circulación hasta casi matarlos, y doblamos el flujo del sucedáneo de la sangre
cuando están cabeza abajo. Así aprenden a asociar esta posición con el bienestar;
de hecho, sólo son felices de verdad cuando están así. Y ahora —prosiguió Mr.
Foster—, me gustaría enseñarles algún condicionamiento interesante para intelectuales
Alfa-más. Tenemos un nutrido grupo de ellos en el estante número S. Es el nivel
de la Primera Galería —gritó a dos muchachos que habían empezado a bajar a la planta—.
Están por los alrededores del metro 900 —explicó—. No se puede efectuar ningún
condicionamiento intelectual eficaz hasta que el feto ha perdido la cola.
Pero el director
había consultado su reloj.
—Las tres menos
diez —dijo—. Me temo que no habrá tiempo para los embriones intelectuales.
Debemos subir a las Guarderías antes de que los niños despierten de la siesta
de la tarde.
Mr. Foster
pareció decepcionado.
—Al menos, una
mirada a la Sala de Decantación —imploró.
—Bueno, está
bien. —El director sonrió con indulgencia—. Pero sólo una ojeada.
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