JUGUETES: Cuentos populares africanos, por Ana L.C. - Septiembre 2012
África,
como todos sabéis, es un continente inmenso y lleno de misterios. Desde
antiguo, multitud de exploradores y aventureros quisieron adentrarse en sus
impenetrables selvas, sus vastas praderas, que allí se llaman sabanas, o en sus
interminables desiertos y, a pesar de haber sido conquistado por los ejércitos
europeos, expoliado por la insaciable codicia de los barrigudos hombres de
negocios y asolado por los inexplicables virus y bacterias de la civilización
blanca, África sigue escondiendo tesoros que nadie nunca les podrá robar porque
están escondidos en el fondo de la herencia cultural y en el orgullo de unas
razas y unos pueblos que, a pesar de todas las desgracias que les han ido
ocurriendo a través de la historia, los han defendido con todas sus fuerzas, pues
son el sentido y las simiente de su propia existencia.
Uno
de estos tesoros es su colección de cuentos y leyendas que han ido pasando de
padres a hijos, de abuelos a nietos, contados de viva voz alrededor de una
hoguera, en esas noches estrelladas y limpias que todavía se pueden encontrar
en los pocos lugares puros de nuestro planeta, porque, ¿sabéis que las
estrellas huyen cuando el hombre enciende la luz?
En África habitan muchas tribus de
diferentes colores, culturas, lenguas, religiones… en África habita el mundo. Y
todas estas personas tenían en común su relación directa con la naturaleza, a
la que amaban y que les amaba, de la que conseguían lo que necesitaban y
abonaban con sus vidas, hasta que llegaron nuestros antepasados con su
insolencia, su intolerancia, su prepotencia, su petulancia y su ignorancia,
quedándose con sus tierras, usándolos como esclavos, destruyendo sus culturas y
obligándoles a adorar otros dioses y a hablar otras lenguas, y África se
convirtió en una caricatura del reflejo europeo, donde vender armas,
experimentar nuevos fármacos o entrenar terroristas y mercenarios. Sin embargo,
todavía les queda el recuerdo y eso es lo que hoy quiero rescatar, y nada mejor
que comenzar con unos pocos cuentos anónimos, es decir, de los que se desconoce
el autor, en los cuales encontraremos algunos ejemplos de esa vida que ya se
perdió…
EL PODER DE ANDAIYÉ
Cuentan de un rey que fue derrotado por sus enemigos,
perdiendo su ciudad más preciada, y cuyo orgullo no lo pudo soportar, por lo
que fue enfermando de tristeza hasta que
le llegó la muerte. Este rey sólo tenía una hija, la joven y hermosa Andaiyé,
quien, de esta forma, heredó el trono.
Enterados de este hecho, comenzaron a llegar de todas las
tierras vecinas y lejanas los mejores guerreros para solicitarla como esposa,
pero ella siempre les exigía lo mismo para concederles su deseo: reconquistar
la ciudad perdida y que ganarán, además, otras cien ciudades al enemigo.
Como esto era imposible, ningún pretendiente se atrevió a
emprender tal hazaña y así fueron pasando los años y Andaiyé perdía su alegría,
sin embargo, iba aumentando su encanto y belleza.
Justo en una de las fronteras más olvidadas existía un
pequeño reino perdido en las montañas, tranquilo y pacífico, cuyo señor tenía
un hijo llamado Sammy, joven, hermoso y jovial quien, llevado de sus ansias de
aventuras, dejó su hogar, junto con un poeta y varios guerreros, yéndose a
recorrer el mundo. Y dicen que una vez se batió en duelo con el príncipe de una
ciudad bastante importante porque se había burlado de su compañero escritor.
Venció Sammy y el otro le rogó que le perdonará la vida y a cambio le
entregaría la ciudad. Pero Sammy se echó a reír y dijo:
- ¿Para qué quiero tu ciudad?, quédate con ella y con tu
vida.
Y siguió tan feliz su camino con sus compañeros. Esta
situación se volvió a repetir en otros lugares y él siempre respondía de la misma
manera. Hasta que un día llegaron a las orillas del río Níger, donde decidió
descansar y donde oyó por primera vez la
historia de Andaiyé.
- ¡Vamos al reino de esta triste reina! – Dijo y
rápidamente se pusieron en marcha.
Cabalgaron durante siete días y siete noches sin
descanso, pero cuando estuvo delante de Andaiyé, al verla tan hermosa y triste,
se enamoró locamente de ella y le dijo:
- Andaiyé, no estés más tiempo triste, yo conquistaré
esas ciudades para ti. – Y volviéndose a su poeta, le dijo. – Amigo, quédate
con la hermosa Andaiyé. Cántale, escríbele poemas y hazla reír.
Y éste obedeció y todos los días le cantaba, le componía
hermosos versos y le contaba divertidas historias de todas las tierras que
habían recorrido, pero la reina simplemente escuchaba, triste y silenciosa.
Mientras tanto, Sammy reconquistó la ciudad perdida y
ganó las otras cien en lucha con reyes y príncipes a quienes les ordenaba una
vez vencidos:
- Preséntate ante mi reina Andaiyé y dile que tu ciudad
le pertenece. – Y todos cumplieron con esta orden.
Cuando hubo acabado las conquistas, Sammy se presentó
ante ella y le dijo:
- Andaiyé, ya son tuyas la ciudad perdida y las otras
cien ciudades.
A lo que la joven reina respondió:
- Has cumplido y seré tu esposa.
Entonces, Sammy, al verla igual de triste que al
principio, perguntó:
- ¿Por qué sigues tan triste, hermosa Andaiyé? ¿Acaso no
era esto lo que deseabas?... No me casaré contigo hasta que no logre traerte la
felicidad.
- Antes me entristecía la vergüenza de mi padre, -
respondió ella -, pero ahora no puedo sonreír a causa de la pobreza y la
miseria en la que vive mi pueblo.
- ¿Y cuál es la causa? – Preguntó Sammy.
- La serpiente del río que hace crecer o menguar el cauce
a su capricho y así, unos años escasea el agua y mi gente muere de hambre y
sed, y otras inunda los campos y los poblados arrasando todo a su paso y
creando más miseria y pobreza.
Sammy quedó un momento pensativo y luego dijo:
- Nadie ha podido nunca hacerlo, pero yo lo haré por tu
pueblo y por verte sonreír.
Y sin más palabras salió en busca de la poderosa
serpiente. Anduvo y anduvo río arriba, preguntando en cada poblado, en cada
ciudad, en cada choza, pero nadie sabía decirle donde encontrarla. Por fin dio
con ella, en las montañas más altas, escondida entre los riscos más peligrosos
e inaccesibles donde retenía el agua del río. En verdad que era monstruosa,
enorme, fea, feroz, pero confiada de su poder, desprecio la sabiduría y
agilidad de Sammy quien, tras una dura batalla, logró vencerla. Tras la victoria,
el agua se liberó, pero sin orden ni concierto, rompiendo todo a su paso.
Asustado por ello, Sammy envió a un guerrero con la espada ensangrentada como
muestra de la victoria, para pedirle consejo a la reina, quien escuchó
asombrada la historia y luego dijo al guerrero:
- Dile a Sammy que me traiga la serpiente viva para
hacerla mi esclava y así seré yo quien gobierne las crecidas y menguas del río
a mi placer y antojo. Cuando vea a Sammy con la serpiente a cuestas sonreiré.
El guerrero volvió y contó a su jefe lo dicho por la
reina, pero a éste no le satisfizo lo que oyó:
- ¡Ya está bien de tanto capricho! El río debe ser libre,
no debe dominarlo nadie.
Y cogiendo su espada se la clavó en el pecho cayendo
muerto. Todos sus soldados rodearon el cuerpo sin vida de su jefe y lloraron su
pérdida, luego, el mismo guerrero cogió la espada de Sammy y marchó a la
ciudad. Mientras tanto, el cielo se cubrió de negras nubes que no dejaban pasar
el sol y todo el reino languidecía de tristeza.
- Mi señora, esta es la espada de Sammy teñida con su
sangre… Sammy ha sonreído por última vez.
Andaiyé reunió a todos sus consejeros y a todo su
ejército y partió hacia las montañas. Cuando vio el cadáver de Sammy dijo:
- Fue el más grande de todos los hombres, levantaremos
una tumba digna de un héroe como él.
Cien mil hombres cavaron la tierra, amontonaron piedra
sobre piedra y comenzaron a levantar una colosal pirámide que subía y subía… La
hermosa Andaiyé se acercaba todas las mañanas para verla y para escuchar al
poeta cantar las aventuras de Sammy. Pero todas las mañanas la reina decía:
- La pirámide no es bastante alta. Levantadla hasta que
podamos ver el sol.
Y los hombres acarreaban tierra, la aplanaban, subían la
piedras y las amontonaban… y los años pasaban y pasaban. Hasta que un día,
cuando ya la hermosa Andaiyé era una anciana, llegó corriendo un guerrero y
dijo sofocado:
- Mi señora, desde la pirámide ya se ve el sol.
Y entonces las nubes se rasgaron y la alegría se desbordó
por todo el reino. La reina salió a la ventana de su palacio y pudo ver, allá a
lo lejos, como una inmensa montaña entre las inmensas montañas, la pirámide de
Sammy dorada por los rayos solares y entonces sonrió. Mandó reunir a sus
consejeros y a toda la ciudad en la plaza y les dijo:
- Perdonad, querido pueblo, por no haber sabido que
gobernar no es hacer uso del poder a mi antojo, sino lograr aquello que
vosotros necesitáis.
Cuando unos años después Andaiyé murió, fue llevada a la
gran pirámide para descansar junto a Sammy. Luego todo se fue cubriendo de
arbustos y árboles y ahora nadie sabe dónde está, ni distinguirla de las otras
montañas.
FIN
¿CÓMO NOS LLEGÓ LA SABIDURÍA?
Cuenta la
historia que al sur del desierto del Sahara vivía en tiempos remotos un hombre
que poseía toda la sabiduría del mundo. Se llamaba Aazzi, aunque todos le decía
el Padre, y su fama llegó hasta los rincones más remotos de todo el continente
y de todos los lugares llegaban hasta su choza gentes de todas las razas,
lenguas, creencias y condiciones con la intención de pedirle consejo y aprender
de él. Pero ocurrió que muchos de sus visitantes, ante las largas horas de
espera, comenzaron a comportarse indecorosamente, lo que enfadó mucho al Padre
quien meditó hasta encontrar una manera de castigarlos. Así pues, decidió
privarles de la sabiduría y, para ello,
la escondió en un lugar oculto y apartado donde nadie pudiera encontrarla. Sin
embargo, Aazzi se olvidaba que él ya había esparcido parte de esa sabiduría por
el mundo con sus enseñanzas…
Padre Aazzi
tenía un hijo, Kubweza, que había asistido casi siempre a sus clases y que
había aprendido mucho en ellas. Una noche vio como su padre salía sigilosamente
de la choza con una jarra tapada y ocultada y pensó: “¡Algo importante debe ser
esto!” Así que, cauteloso, salió detrás y le siguió.
Aazzi cruzó el
poblado mientras todos dormían y se internó en el bosque. Llego hasta un grupo
de altas palmeras y eligió la más alta y comenzó a trepar con la jarra sobre el
pecho sujeta por un cordel al cuello. Mientras ascendía con mucho esfuerzo, la
jarra se balanceaba de un lado a otro como un péndulo y otras veces golpeaba
bien al pecho bien al tronco. Kubweza, escondido tras un matorral, no pudo
soportar más y saliendo de su escondite se acercó a la palmera que estaba
trepando Aazzi.
- Padre, - grito
-, ¿por qué no llevas colgada la jarra en la espalda y así la ascensión será
más fácil y menos arriesgada?
Aazzi se
sorprendió al oír la voz de su hijo y se agachó para verlo.
- ¡Lo que son
las cosas! – Exclamó - ¡Yo que creía haber metido toda la sabiduría del mundo
en esta jarra y ahora llega mi hijo y me da una lección!
Y agachado como
estaba no se dio cuenta que el cordel fue resbalando y la jarra cayó hasta el
suelo donde se rompió en mil pedazos dejando esparcida la sabiduría por todas
partes.
FIN
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