ÉRASE UNA VEZ: El problema del final, por Melquíades Walker - Mayo 2011




“El final conlleva tristeza para un escritor:
es una pequeña muerte.
Pero cuando escribe la última palabra,
la historia no está terminada
puesto que ninguna historia termina jamás.”
John Steinbeck



En una gran cantidad de ocasiones el escritor comienza su obra conociendo de antemano el final de la misma, por lo que todo el desarrollo e incluso el inicio, no sólo están más vinculados con él, sino que se construyen en función del mismo. A partir de este hecho, el crítico literario francés Roland  Barthes creó lo que se dio a llamar “el método de análisis estructural”, en el que, mediante el sistema de comparar el inicio con el final, establece cual es el grado de relación entre uno y otro y determina si el relato está construido en base a esa relación. Un buen ejemplo lo podemos observar con la novela de Bernad Malamud, “El hombre de Kiev”, donde se puede asegurar que ha sido de este modo, puesto que si juntamos el inicio y el final de ella, no se advierte ninguna interrupción y sí una continuidad:


“Desde la ventana enrejada de su habitación sobre la cuadra del ladrillar, Yakov Bok vio, aquella mañana, a muchas personas cubiertas con largos abrigos, que corrían no sabía adónde, pero todas en la misma dirección.”

(…)

“La  multitud que se apretujaba a ambos lados de la calle volvía ahora a ser más densa, llenando todo el espacio entre el bordillo y las fachadas de las casas. Había rostros en todas las ventanas y gente de pie en los terrados, a lo largo del trayecto. Entre los que se hallaban en la calle, había judíos del distrito de Plossky. Algunos de ellos miraban al remendón, al pasar el carruaje, y lloraban. (…) Algunos gritaron su nombre.”


Hay dos tipos de finales: el cese y el desenlace. El cese es un final cerrado, concluido definitivamente. Y el desenlace, por su parte, es un final abierto, sin solucionar, dejando al lector la libertad de imaginar la resolución del problema planteado.

Para que un final sea bueno debe ser coherente con el resto del relato sin dejar elementos no resueltos ni utilizar personajes que no hayan aparecido anteriormente y no tengan nada que ver con el desarrollo del argumento.  Como ejemplo leamos una breve narración de Raúl Brasca:


“Es universalmente reconocido que los salmones concurren a desovar al lugar donde nacieron. Para ello recorren enormes distancias en el mar y luego remontan el río hasta la naciente. Allí depositan sus huevos, en el mismo sitio donde sus padres depositaron los suyos, ya también sus abuelos. Me gusta pensar que hay un único lugar en el mundo, bajo las aguas de un río que no conozco, hacia donde concurren todos los salmones de la Tierra en la época de la procreación. Allí Dios depositó en huevo del primer salmón.”


Así mismo, el final tiene que ser significativo pues debe dar un sentido de unidad a todo el texto, por lo que muchas veces es un compendio en sí de todo lo anterior. El ejemplo elegido es de Luis Cernuda, en el que podemos comprobar cómo enumera una serie de elementos que se han citado previamente e, incluso, puede ser leído como un texto independiente:


“En la vaga luz crepuscular, en el silencio de aquel recatado rincón, el exquisito alimento nada tenía de terreno, y al morderlo parecía como si mordiéramos los labios de un ángel.”


Y, cómo no, el final siempre debe dejar enganchado al lector, debe provocarle, incluso sorprenderle. Veamos el final un relato de Stephen Dixon titulado “La firma”:


“- Si sigue usted interesado en donar el cadáver de su mujer – me dice -, nos gustaría solucionar el asunto ahora que algunos de sus órganos todavía se pueden injertar en unos pacientes que tenemos arriba.
Digo:
- No, no quiero que nadie se pasee por ahí con los trozos de mi mujer, y que yo me tropiece con él cualquier día y a lo mejor hasta los reconozca.
Pero él me coge la mano derecha y me la guía hasta hacerme firmar.”


Ha diferentes tipos de finales, podríamos decir que infinitos, pero como siempre tenemos la manía de encasillarlo todo, daremos una pequeña relación de algunos más comunes relacionándolos con los géneros literarios donde es más frecuente encontrarlos, lo que no quiere decir que siempre sea así.

Final policiaco: En este género hay que tener en cuenta que es más importante la intriga que los personajes, por lo tanto el final debe responder todas las interrogantes que se han planteado en el desarrollo de la narración y resolver el problema planteado, lo cual se puede hacer o bien mediante una explicación, o con un diálogo o con un cierto toque de ironía que será la liberadora de la tensión. Este último procedimiento es el utilizado por Nicholas Blake para concluir su novela “Los asesinos”:


“Estaba pensando que ésta debe ser la primera vez que un juez tienen oportunidad de presenciar un asesinato.”


Final de historia maravillosa: En él todo es posible, no hay límites, puesto que en este tipo de historia todo se puede convertir en otra cosa. Veamos el final de “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll:


“Siguió de ese modo, sorprendiéndose más y más a cada paso, porque todas las cosas se transformaban en árboles en cuanto ella las alcanzaba, y esperaba que el huevo hiciera los mismo.”


Final sentimental: En él la magia nace del interior, de los sentimientos, y lo real se convierte en abstracciones. Albert Cohen nos lo explica perfectamente con su final de “El libro de mi madre”:


“Han transcurrido años desde que escribí este canto de muerte. He seguido viviendo, amando. He vivido, he amado, he gozado de momentos de felicidad mientras ella yacía, abandonada, en su terrible lugar. He cometido el pecado de vida, yo también como los demás. He reído y volveré a reír. A Dios gracias, los pecadores vivos no tardan en convertirse en muertos ofendidos.”


Final sobrenatural: Es el típico género donde aparecen seres misteriosos, sucesos mágicos, y donde todo debe explicarse con más detenimiento para que tenga algo de sentido, por lo que es común la utilización de párrafos largos. Veamos un ejemplo de Mercè Rodoreda en su “Parecía de seda”:


“El ángel, que debía de adivinarlo, me envolvió con sus alas, sin apretar, y yo, más muerta que viva, las toqué para encontrar la seda y me quedé allí dentro para siempre. Como si no estuviera en ninguna parte. Aprisionada…”


Final erótico: Aparte de las insinuaciones al acto sexual en sí, es bastante importante el lugar donde ocurre, que normalmente tiende a ser inusual. Veamos qué les ocurre a los personajes de “Sentimental Journey”, de Mempo Giardinelli:


“Hasta que abandonaron los asientos y bajaron del camión, y sin saludarse, los dos con leve desilusión y a la vez intrigados por un sueño que adivinaron común y compartido, se fueron cada uno por su lado a la gélida mañana neoyorquina, que los recibió con una nieve lenta, morosa, asexuada.”


Bien, pues estos han sido unos cuantos ejemplos de diferentes tipos de final, pero no son los únicos, por supuesto, porque a la hora de construir un final se debe tener en cuenta también al narrador y la actitud del hablante: confesión, sospecha, consejo, reflexión, etcétera…, así como las formas de la narración: acción, descripción, diálogo…, lo que nos dará un catálogo inmenso. Aunque lo importante es que cada uno, a la hora de diseñar su final, sepa hacerlo de la forma más coherente y bien conectada al texto que debe concluir. Para finalizar os dejaré como ejercicio el encontrar el tipo de final al que corresponde el que nos propone Rosa Montero en su novela “Bella y oscura”:


“Arriba, en la noche recién apagada, una media luna suave y perezosa navegaba en un pequeño mar de nubes. Tanta vida por delante, y toda mía. Y así, tranquila al fin, regresé al áspero borde del estanque y me senté a esperar que volviera mi padre.”



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