LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: El jardín de los exempla - 3, por Ancrugon
Los exempla del Conde Lucanor proceden también de
varias fuentes. Muchos son de origen oriental; otros, en cambio, los toma de
tradiciones históricas hispánicas, cristianas y árabes a la vez, o de las
cruzadas (en el tercer exempla aparece Ricardo Corazón de León, por ejemplo);
de Esopo, y de la tradición eclesiástica. Los dominicos utilizaron con
frecuencia exempla en sus sermones y realizaron importantes colecciones de este
género, de los cuales extraería Juan Manuel muchos de los cuentos que emplea.
En este aspecto encontramos dos enfoques diferentes,
pues mientras que el Arcipreste de Hita despliega el posible humor contenido en
sus cuentos, ligando éstos a la moraleja de la conclusión con una frágil
conexión, Juan Manuel, por su parte, emplea una relación intelectual mucho más
coherente y seria en el empleo de sus exempla.
DON JUAN MANUEL
Sobrino de Alfonso X, a quien siempre
admiró por su talento, y nieto de Fernando III, don Juan Manuel (1282 – 1348)
nació en Escalona del matrimonio entre don Manuel, hijo de Fernando, y doña
Beatriz de Saboya.
Sus padres
murieron siendo el muy joven y Sancho IV lo tomó a su cargo cuidándose de su
educación, para lo que fue rodeado de los mejores preceptores y ayos, de estos
recibió una esmerada instrucción en latín, teología y derecho, sin olvidar las
enseñanzas propias de un caballero, como equitación y caza.
Existe una
visible contradicción entre el Juan Manuel noble y el escritor, pues mientras
en su obra detestó siempre la guerra, en su vida política, en cambio, intervino
activamente en las luchas dinásticas, durante los reinados de Fernando IV y
Alfonso XI, tomando partido según convenía a sus propios intereses y llegando
incluso a concertar alianzas con el rey moro en contra de Castilla. Buscando la
protección de Aragón, se casó en dos ocasiones con infantas procedentes de este
reino. Tomó parte en la batalla del Salado y en la toma de Algeciras, llegando
a ser uno de los nobles más poderosos de su tiempo y señor de numerosas plazas
y villas.
Murió en 1348 y
fue enterrado en el convento de Predicadores de Peñafiel, que el mismo fundara.
Fue un autor de
mucha calidad para su tiempo. Hombre de obsesiva y consciente ambición, tuvo,
sin embargo, gran devoción por la orden de los dominícos (para quienes fundó el
monasterio de Peñafiel), dos particularidades éstas que se reflejarán
constantemente en sus obras: sus relaciones con los dominicos influyeron en el
contenido intelectual de alguna de sus obras y limitaron la elección de los
exempla en el “Conde Lucanor”; su ambición,
deseo de fama y desconfianza hacia los demás están patentes en sus trabajos e
incluso las reconoce en el prólogo general a sus obras.
Surge en su
época como el máximo exponente de una nueva categoría social, la del caballero
letrado, que tendrá, a partir de ese momento, cada vez más seguidores como
Pedro López de Ayala, Jorge Manrique, el Marqués de Santillana... Rompe, pues,
Juan Manuel la norma de su tiempo, donde los nobles no sabían leer ni escribir
e, incluso, consideraban tales funciones vergonzosas. Pero él se siente
orgulloso de su actividad y por ello se le considera como el primer escritor
castellano con conciencia de serlo.
Su obra es muy
variada y toca todos los géneros de su época. Muchos de sus trabajos no han
llegado hasta nosotros, pero se pueden nombrar entre otras: “Libro de las armas”, “Libro de los castigos y consejos a su
hijo”, “Libro de la caza”, “Crónica abreviada”, “El Tractado de la Asunçión de la Virgen”...
siendo las más destacadas “Libro del
cavallero et del escudero”, “Libro de
los estados” o “Libro del Infante”
y “Libro del Conde Lucanor”.
EL LIBRO DEL CONDE LUCANOR
Nos encontramos ante la obra más famosa
de Juan Manuel: el Conde Lucanor, o Libro de Patronio. Fue concluida en el año
1335, cuando el autor contaba sesenta y tres años, quien se refiere a este
trabajo con diferentes títulos: Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de
Patronio, Libro del Conde, Libro de Patronio, Libro de los enxiemplos.
Está
estructurada en dos prólogos y cinco partes que se diferencian bastante entre
sí, pues mientras que la primera contiene 51 exempla, la segunda, tercera y
cuarta tienen una estructura distinta y aparecen como una exposición doctrinal,
y la quinta es una disertación sobre una “cosa muy provechosa” que no es otra
que la salvación del alma.
Los exempla
están encuadrados en un diálogo entre un maestro y su discípulo: Lucanor
plantea un determinado problema a su tutor Patronio, y éste, para darle la
solución, narra un cuento del que Lucanor extrae la moraleja, plasmada en un
pareado de baja calidad, que sirva al lector de elemento reflexivo y control
para sus acciones en su peregrinaje terrenal. La estructura es siempre la
misma:
Diálogo inicial en el que Lucanor expone a Patronio su
problema.
Relato contado por patronio relacionado con el
problema planteado.
Aplicación de la enseñanza que se deriva el relato.
El propio don
Juan Manuel se introduce en el exempla para dar muestra de su eficacia.
Los rasgos
principales de estos exempla son: su tendencia generalizadora, la cual surge de
la leyenda que actúa de marco y que el autor no se limita a resumir cada una de
las lecciones morales contenidas, sino que aparece incluso como uno más de los
personajes en tercera persona: “Et quando
don Johan falló este exiemplo, tóvolo por bueno [...]”. Aquí tenemos un
claro ejemplo del egocentrismo ya comentado de Juan Manuel y su afán de
reputación literaria.
El Conde Lucanor
finaliza con cuatro secciones reducidas, en mayor parte dentro de la corriente
de la la literatura gnómica, utilizando setentiae de moral similar a los exempla del libro.
Las influencias
le vienen a don Juan Manuel por dos tradiciones: la procedente de las
recopilaciones de apólogos latinos o árabes que circulaban en la Castilla del
siglo XIII (la Disciplina clericalis, de Pedro Alfonso; el Barlaam y Josafat;
el Calila e Dimna, de origen árabe, y las colecciones de “exemplos” reunidas
por los franciscanos y dominicos como ayuda a la predicación y para facilitar
la comprensión.
Exempla
de “El Conde Lucanor”
El Consejero del rey.[1]
*[2]
Había
una vez un rey que tenía un consejero en quien confiaba mucho. Y, porque no
puede ser que los hombres de buena fortuna no tengan algunos que les envidien,
por la confianza y amistad que tenía aquel consejero con el monarca, otros
consejeros le envidiaban y se afanaban en ponerle a mal con el rey. Pero a
pesar de todas las cosas que le dijeron, no podían conseguir que el rey
sospechase ni dudase de él. Y como vieron que de otra manera no lo podían
conseguir, le hicieron creer que aquel consejero estaba buscando de alguna
manera secreta su muerte y así quedarse de regente con la custodia del príncipe
heredero, que aún era muy pequeño, y, cuando tuviese todo el poder, hacer
desaparecer también al infante para proclamarse él como soberano. El rey, al
principio, no lo creyó, pero ellos se las arreglaron para ir mostrándole
pruebas que, aunque falsas, produjeron recelo en el monarca hasta que la
sospecha y la duda embargaron su corazón y nublaron su mente. Aún así, no quiso
el rey tomar ninguna medida contra su privado hasta que no tuviese una certeza
absoluta.
Los
otros consejeros, viendo que sus esfuerzos estaban dando fruto, sugirieron al
rey una estrategia para comprobar la certeza de lo dicho por ellos. Éste la
aceptó y la puso en práctica.
Al
cabo de unos días, estando el soberano en conversación con su valido, entre
otras cosas que trataron, le dio a entender que se cansaba mucho de la vida de
este mundo y que todo le parecía vanidad, pero no le dijo más. Pasados unas
jornadas, en otra reunión, volvió a decirle que cada vez le agradaba menos la
vida de este mundo y todo lo que en él venía. Y esto se lo repitió tantas veces
y tantos días, que el privado llegó a la conclusión de que su rey no sentía
ningún placer por los honores de la vida, ni por las riquezas, ni por nada
material. Cuando el rey vio que su consejero eso creía, le dijo que había
pensado dejar la vida pública y retirarse a un lugar apartado donde hacer
penitencia de sus pecados pensando que así Dios le perdonaría y le otorgaría un
rincón en el Paraíso.
Cuando
el favorito oyó esto intentó disuadirlo de mil maneras, diciéndole que, si tal
cosa hacía, ello sería una gran afrenta a Dios por dejar a su pueblo
abandonado, que él tan bien mantenía en paz y en justicia, porque, en cuanto él
se marchase, habría entre ellos gran alboroto y fuertes enfrentamientos y por
eso Dios se lo tomaría a mal, además, dejaría a la reina, su esposa, y a su
hijo pequeño totalmente desvalidos e indefensos, tanto en sus cuerpos como en
sus haciendas.
A
esto respondió el rey que él ya había pensado en todo y que tenía la manera de
dejar a su pueblo bien gobernado y a su mujer e hijo bien servidos en sus
personas y haciendas, y que esta solución no era otra que él, su fiel servidor
y consejero, siempre tan leal y dispuesto, y en el que el rey, confiaba más que
en ningún otro hombre en el mundo, cuidaría de su mujer e hijo y gobernaría su
reino hasta la mayoría de edad del príncipe y defendería los derechos legítimos
de su heredero. Y si por alguna razón, pasado un tiempo, el rey volviese,
estaría seguro de encontrarlo todo bien guardado y dirigido. Y si por ventura
muriese, tenía por cierto que cuidaría de su mujer, la reina, y criaría de la
mejor manera a su hijo, el príncipe. Por todo ello, él estaba tranquilo y podía
marchar cuando quisiera.
Cuando
el privado oyó decir al rey que quería dejar en su poder el reino y el hijo,
aunque no lo dio a entender, le alegró mucho y pensó que de esta forma podría
gobernar como mejor creyera. Pero no dijo nada.
Tenía
este consejero a su servicio un hombre muy sabio y gran filósofo, a quien todas
las cosas que le preocupaban el privado le consultaba y pedía consejo. Y así
que el valido dejó al rey, buscó a su criado y le contó lo sucedido. Cuando el
filósofo escuchó todo el relato y vio la gran alegría que su amo tenía, se dio
cuenta de que le habían tendido una trampa y le dijo que tuviese cuidado, que
tanto su cuerpo como su hacienda estaban en peligro, que podía no ser cierto
todo lo dicho por el rey, sino una prueba, pues posiblemente algunos le habrían
puesto en mal lugar.
Cuando
el consejero escuchó aquellas razones, se entristeció mucho, pues se dio cuenta
que su criado tenía razón. Viéndole en este estado, el filósofo le tranquilizó
y le aconsejó lo que debería hacer.
Aquella
noche se rapó la cabeza y se afeitó la barba, se vistió con ropas viejas y
remendadas, como si fuera un mendigo, buscó bordón[3],
se calzó unos zapatos rotos y herrados y escondió entre los dobles de sus ropas
una gran cantidad de doblas[4].
Con las primeras luces del día, se fue ante la puerta del palacio real y le
dijo al portero que diera aviso al rey en gran secreto, para que se levantase y
poderse ir antes de que la gente despertara, que él allí estaba esperándole. El
portero se fue muy maravillado de verlo de aquella apariencia y le dio el
recado al monarca tal como su privado lo dijera.
El
rey se asombró muchísimo y le preguntó por qué venía de aquella manera, a lo
que su valido respondió que como él le había dicho que se quería desterrar, no
podía consentir que, habiendo compartido los momentos de gloria, no fueran a
compartir los de sacrificio, así que había decidido partir con él. Y si al rey
no le dolía dejar el reino, ni a su mujer e hijo, tampoco le debía doler a él.
Y que su deber era servirle, así que había metido toda su hacienda en monedas
de oro entre sus ropas para que nada les faltase en su peregrinaje. Pero que
deberían darse prisa si querían salir sin ser conocidos.
Viendo
esto el rey se dio cuenta que su preferido le estaba hablando de corazón. Le
agradeció su lealtad, le contó toda la verdad y le pidió perdón por haber
dudado de su honestidad.
Non
vos engañedes, nin creades que, endonado[5]
faze
ningún omne por otro su daño de grado.
Por
la piadat de Dios et por buen consejo,
sale
omne de coyta[6] et cunple su deseo.
A bien de todos.[7]
*[8]
Cuentan
de un buen hombre y su hijo quienes eran labradores y vivían cerca de una
villa, que un día habiendo allí mercado, decidieron acercarse para comprar
algunas cosas de las que tenían necesidad y acordaron llevar un burro para que
cargase todas las compras a la vuelta. Y yendo ambos a la feria a pie, llevaban
a la bestia sin ninguna carga, cuando se encontraron con otros dos campesinos
que volvían y, tras hablar un poco, les oyeron comentar al alejarse: “¡Vaya
tontería ir ellos dos andando teniendo tan buen asno para montar!” El buen
hombre, después de oír aquello, preguntó a su hijo: “¿Qué opinas de lo que
dicen?” A lo que el hijo respondió: “Dicen verdad, padre, pues el borrico va descargado
y no es muy juicioso ir los dos a pie.” Entonces el padre ordenó a su hijo que
montase en el jumento.
Y
avanzando así por el camino, hallaron a otros hombres que volvían, los cuales,
al alejarse, comentaron entre sí: “¡Mira que malcría a su hijo! Siendo el zagal
tan robusto y fuerte y el padre tan mayor y cansado y consiente que vaya el
joven montado mientras él va andando.” El padre le volvió a preguntar al hijo:
“¿Crees que tienen razón?” “Sí, padre.” Respondió el muchacho, y se bajó del
pollino para que subiera su progenitor.
Y así
fueron durante un largo trecho, hasta que se volvieron a encontrar con otros
dos granjeros que volvían del mercado, los cuales, al marcharse, comentaron por
lo bajo: “¡Mira que padre tan desalmado! ¡Dejar que tan tierna criatura vaya
andando mientras él se solaza cómodamente montado en el burro!” De nuevo el
buen hombre preguntó al hijo lo que opinaba y éste volvió a responder que
estaba de acuerdo con lo que aquellos hombres decían, por lo que decidieron
subir los dos juntos sobre el animal.
Y
yendo de esta manera por el camino, se cruzaron con otros dos hombres que al
alejarse movieron sus cabezas en desaprobación: “¡Qué bestias! ¡El pobre
borrico no puede con su alma y ellos dos montados a su lomo!” El padre interrogó
al chico. “Tienen razón, padre.” Respondió aquél, a lo que el padre le dijo:
“Mira, hijo, bien sabes que cuando salimos de nuestra casa veníamos a pie y
traíamos al asno sin carga alguna, y tú pensaste que estaba bien. Y después,
hallamos hombres en el camino que dijeron que aquello no estaba conforme, y te
mandé subir en la bestia mientras yo continuaba a pie, y a ti te pareció bien.
Y más tarde, nos encontrarnos con otros dos que comentaron que aquello no era
lógico, por lo que tú bajaste y yo subí, y a ti te pareció bien. Luego,
volvimos a juntarnos con otros dos vecino que volvieron a decir que aquello no
estaba claro, así que te hice subir conmigo sobre el pobre burro, y te pareció
bien. Pero he aquí que nos volvemos a encontrar con otros dos amigos que
piensan que esto no es justo y tú, de nuevo, piensas que dicen verdad. Puesto
que esto es así, te ruego me digas qué podemos hacer para que la gente no nos
critique, pues ya todas las formas posibles las usamos. Date cuenta, hijo, que
en tus cosas debes hacer lo que tu creas mejor y no lo que piense la gente,
pues nunca nada harás a gusto de todos.
Por
dicho de las gentes
sol[9]
que non sea mal,
al
pro tenet las mientes[10]
et
non fagades ál[11].
El salto del rey Richalte de
Inglaterra[12]
*[13]
Hubo una vez un ermitaño que hacía mucho bien a todos y sufría
muchos sacrificios para ganarse la gracia de Dios, y por todo ello el Padre
Supremo le prometió la gloria del Paraíso. El ermitaño le agradeció esto mucho
al Señor y, estando de aquello ya seguro, le pidió a Dios que le mostrara quién
iba a ser su compañero en el Paraíso. Y a pesar de que Nuestro Señor le envió
decir con el ángel que no hacía bien preguntar tal cosa, a causa de su
insistencia, accedió a sus ruegos y le dijo que aquél sería el rey Richalte de
Inglaterra.
De esta noticia no se alegró mucho el ermitaño, pues él conocía
muy bien a ese rey y sabía que era hombre muy guerrero que había matado, robado
y desheredado a mucha gente, y siempre le vio hacer una vida muy contraria a
las reglas de Dios y, por lo tanto, a la suya, por lo que estaba muy alejado
del camino de salvación.
Cuando el Señor supo de su enfado, le mandó decir con el ángel que
no se quejase ni se sorprendiese, porque el rey Richalte le iba a hacer más
servicio a Dios con un solo salto que haría que el ermitaño con todas sus obras
buenas. El eremita se maravilló de esto y preguntó cómo podía ser.
Y el ángel le dijo que el rey de Francia[14],
el de Inglaterra y el de Navarra[15]
marcharon juntos a Oriente. Y el día que llegaron al puerto, yendo todos
armados para tomar tierra, vieron en la orilla tanta cantidad de moros que
dudaron si desembarcar o no. Entonces el rey de Francia mandó decir al rey de
Inglaterra que se acercase a su nave y acordarían lo que debían hacer. Pero el
rey de Inglaterra, que estaba montado en su caballo, cuando esto oyó, le
comunicó al emisario que bien sabía que él le había hecho a Dios muchos
agravios y enojos en este mundo y que le había pedido una oportunidad para
enmendar todo el mal realizado, y ahora alababa al Señor porque había llegado
ese día, que si allí muriese habría cumplido su penitencia, pero que si
lograban derrotar a los moros, habrían hecho un gran servicio a Dios.
Y una vez dicho esto, encomendó su cuerpo y su alma a Dios, pidió
la merced de que le socorriese y, haciendo la señal de la Cruz, ordenó a los
suyos que le siguiesen. Y, espoleando a su caballo, saltó hacia la orilla donde
estaban los sarracenos. Pero como quiera que estaban muy lejos de la costa,
caballo y jinete no tocaron fondo hundiéndose en el mar, quedando todos los
hombres con el corazón suspendido, pero como Dios no quiere la muerte del
pecador sino que se convierta, le liberó de una muerte segura y le ayudó a
salir a flote y a dirigirse hacia donde los moros estaban.
Viendo los ingleses este milagro, saltaron todos a la mar detrás
de su rey. Cuando los franceses vieron esto, pensaron que ellos no podían ser
menos y se lanzaron hacia la orilla donde, al ver acercarse un ejército tan
numeroso y decidido, los infieles dejaron sus armas y huyeron despavoridos. Y
así pudieron los cristianos recuperar aquella tierra santa para el servicio de
Dios.
Cuando el ermitaño escuchó esto se alegró mucho y supo que el
Señor le hacía un gran favor al hacerle compañero de aquel gran hombre.
Qui por cavallero se toviere,
más debe desear este salto,
que non si en la orden se metiere,
o se ençerrasse tras muro alto.
El alma del genovés.[16]
*[17]
Esto
era un genovés muy rico y bien parecido que un día enfermó de algo malo que le
iba a conducir a la muerte. Viendo él que ésta llegaba, llamó a sus parientes y
amigos y, cuando todos estuvieron reunidos, mandó llamar a su mujer e hijos y,
estableciéndose en un palacio muy lujoso y grande que tenía, hizo traer ante sí
todos sus tesoros y joyas. Cuando todo lo tuvo delante de su persona, comenzó a
hablar como de burla con su alma:
“Alma,
ya veo que tú te quieres alejar de mí, y no sé por qué lo haces; pues si tú
quieres mujer e hijos, bien puedes verlos aquí delante que bien puedes sentirte
satisfecha; y si quieres parientes y amigos, aquí tienes muchos, muy buenos y
muy honrados; y si quieres un gran tesoro de oro, plata, piedras preciosas,
joyas, paños y mercancías, tú aquí tienes tanto de ello que no ta hace falta
más; y si quieres grandes galeras que te ganen y traigan gran fortuna y honra,
míralas allí en el mar que se ve desde esta ventana; y si quieres muchas
heredades y huertas muy hermosas y deleitosas, míralas por esta otra; y si
quieres caballos y mulas, aves y perros para cazar, y juglares para divertirte,
y buenas casa y palacios, bien dispuestas de muebles, camas y estrados y de
todas las cosas necesarias, sabes de seguro que no te falta de nada. Entonces,
si tienes tanto bien que nunca abarcar podrás, ¿por qué quieres dejarlo todo y
buscar lo que no sabes? Pero si eso pretendes, ve con Dios, que necio será
quien de ti se duela si tú quedarte no quieres.
Doña Truana[20]
*[21]
Una mujer que se llamaba doña Truana era tan pobre que sólo podía
llevar al mercado una jarra de miel que había conseguido en el bosque. Y yendo
por el camino con la vasija sobre la cabeza, comenzó a pensar que vendería
aquella miel y que, con el dinero conseguido, compraría una partida de huevos,
de los cuales nacerían gallinas, con cuyo beneficio al venderlas podría
adquirir un par de ovejas, macho y hembra... Y así fue soñando y soñando hasta
que se encontró más rica que ninguna persona que conociera. Y con aquella
riqueza que ya daba por segura, pensaba casar muy bien a sus hijos y a sus
hijas. Y ya se veía paseando con sus yernos y nueras, nietos y nietas, hijos e
hijas, por las calles de la villa donde todos se admirarían de la buena fortuna
que tuvo al llegar a ser tan rica de tan pobre que era.
Y pensando en todo esto, comenzó a reír de tanto placer que estos
pensamientos le daban, con tal descuido que fue a dar con la mano en la frente
tirando sin darse cuenta la jarra al suelo, donde se rompió. Cuando doña Truana
vio toda la miel esparcida por la tierra, lloró desconsolada al recordar todo
lo que había perdido y que todos sus sueños se habían quedado en nada.
A las cosas çiertas vos comendat,
et las fuyzas[22]
vanas dexat.
La unión hace la fuerza.[23]
*[24]
Dos caballeros que vivían con el infante don Enrique en Túnez eran muy amigos y siempre estaban juntos y todo lo compartían. Y estos dos caballeros tenían dos caballos que, al contrario de sus amos, se llevaban muy mal. Y como los caballeros no eran tan ricos como para mantener dos viviendas, al vivir juntos, los caballos no hacían otra cosa que pelear entre ellos. Cuando estos caballeros ya no pudieron aguantar más, le contaron su caso a don Enrique y éste decidió darles dos corceles nuevos y echar aquellos mal avenidos jamelgos a un león que el rey tenía en Túnez.
Así pues, llegado el día, metieron a los caballos en un corral
donde estaba la temida fiera. Cuando los dos animales se vieron allí dentro
solos, antes de que el león saliese de su guarida, comenzaron a pelearse con
fuerza y saña, pero cuando vieron aparecer al felino, dejaron su lucha y fueron
juntándose más y más el uno al otro temerosos. Y, al verse juntos, atacaron así
al león, con tanta fuerza y valentía, que no le quedó más remedio que huir y
esconderse, quedando los dos caballos sanos y salvos.
Desde aquel hecho volvieron
con sus dueños y vivieron siempre juntos y en paz.
Guardatvos de seer conquerido
del estraño,[25]
seyendo del vuestro bien
guardado de daño.
*[28]
En Santiago había un deán que tenía grandes deseos de conocer el
arte de la nigromancia[29]
y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de ello más que ninguno en aquella
época. Así que se fue para aquella ciudad con intención de aprender esa
ciencia. El día que llegó a Toledo se dirigió a casa de don Illán y lo encontró
leyendo en una habitación muy retirada. Éste lo recibió muy bien y le dijo que
no quería que contase ninguna cosa por la cual había venido hasta después de
haber comido. Lo acomodó en una buena habitación y le ofreció todo lo que
necesitase, demostrándole que le complacía mucho su visita.
Después de comer, el deán le contó cual era el motivo de su
llegada y le rogó que le mostrase aquella ciencia que él tenía tantos deseos de
aprender y que si le enseñaba, le haría grandes honores y regalos. A lo que don
Illán respondió: “Vos, señor, sois deán y hombre de gran condición y podéis
llegar a más altos estados, y los hombres que llegan muy alto y que todo lo han
hecho a su voluntad, olvidan muy pronto lo que otros hicieron por ellos, por
ello me temo que vos, cuando la ventura os haga más importante, olvidéis
también todo lo que ahora me prometéis.” Pero el deán le juró que él no
olvidaría nunca su palabra dada.
Y en esta conversación estuvieron desde el final del almuerzo
hasta la hora de la cena. Cuando todo estuvo bien ajustado entre ellos, dijo
don Illán: “Esta ciencia no se puede aprender sino en lugar muy apartado que
luego, esta noche, os mostraré y donde deberemos permanecer hasta que hayáis
aprendido bien todas las cosas que queréis saber.” Y tomándolo de la mano lo
llevó hasta una habitación. Llamó a una muchacha y le dijo: “Esta noche trae
perdices para cenar, pero no las pongas a guisar hasta que yo te lo diga.”
Cuando esto dijo, llamó al deán y lo introdujo por una escalera de
piedra labrada en la roca, por donde fueron descendiendo un largo rato, de
manera que parecía hubiesen pasado por debajo del mismo río Tajo. Cuando
llegaron al final, se encontraron en una estancia amplia y lujosa, donde
estaban los libros y el estudio. Cuando se sentaron, estuvieron discurriendo
sobre por donde comenzar, y en ese momento entraron dos hombres y le dieron al
deán una carta que le enviaba el arzobispo, su tío, en la que le hacía saber
que estaba muy enfermo y que le rogaba que fuese si quería verlo aún vivo. Al
deán le entristecieron mucho estas noticias, por un lado, por la dolencia de su
tío, por el otro, porque tendría que dejar el estudio que había comenzado. Pero
decidió no dejarlo tan rápidamente y escribió una carta de respuesta enviándola
con los mismos hombres a su tío.
Pasados tres días llegaron otros hombres que traían otra carta al
deán en la que le hacían saber que el arzobispo había fallecido y que estaban
todos los obispos de la Iglesia reunidos para la elección del nuevo, el cual
creían que sería él, si Dios hacía tal merced. Por esta razón, le comunicaban
que no se diese prisa en volver, pues era mejor para él que le eligiesen
estando fuera que estando presente.
Ocho días después, vinieron dos escuderos muy bien vestidos y
aparejados y, cuando llegaron ante el deán, le besaron la mano y le mostraron
la carta en la que le indicaban su elección como arzobispo. Cuando don Illán lo
oyó, dijo: “Agradezco mucho a Dios porque estas grandes noticias os hayan
llegado en mi humilde casa. Y puesto que Dios tanto bien le hace, quiero
pedirle a vuestra merced que concedáis el deanazgo vacante a mi hijo segundo,
quien tiene su vida dedicada al Señor.” A lo que el nuevo arzobispo respondió
que lo sentía mucho, pero que quería que aquel puesto fuera para un hermano
suyo, pero le rogaba que fuese con él hacia Santiago y que llevase a su hijo,
por si algo se podía hacer.
Cuando llegaron a Santiago, fueron muy bien recibidos y muy bien
acomodados. Transcurridos algunos meses, llegaron al arzobispo enviados del
Papa con cartas para comunicarle que le hacía obispo de Tolosa y que podía dar
el arzobispado a quien él creyese más conveniente. Cuando don Illán supo esto,
se dirigió al arzobispo: “Señor, si vuestra merced tuviese a bien darle este
arzobispado a mi hijo, yo os quedaría eternamente agradecido.” A lo que el
nuevo obispo respondió que lo sentía mucho, pero que había pensado dárselo a un
tío suyo, hermano de su padre. Don Illán estaba enojado: “Señor, bien sabéis
que no estáis siendo justo, pero consentiré confiando que pronto realizaréis
vuestras promesas.” El obispo prometió cumplir todo lo dicho y le pidió que él
y su hijo le acompañasen a Tolosa, para ver lo que se podía hacer.
Cuando llegaron a Tolosa, fueron muy bien recibidos por los condes
y muchos hombres nobles. Pasados allí dos años, llegaron enviados del Papa para
comunicarle que le había nombrado cardenal y que le concedía el honor de
entregar el obispado de Tolosa a la persona que él considerase apropiada.
Enterado de esto don Illán, se dirigió al cardenal: “Señor, ya varias veces
antes me habéis rechazado mis peticiones, ahora ya no hay excusa para
concederme este obispado para mi hijo.” A lo que el cardenal dijo que lo sentía
mucho, pero que había pensado dárselo a un tío suyo, hermano de su madre, que
era un hombre muy anciano, aunque le suplicaba que, como cardenal que era, le
acompañasen él y su hijo a Roma, a ver si allí se podía hacer algo.
En Roma fueron muy bien recibidos por los otros cardenales y por
toda la Corte, y allí moraron durante mucho tiempo y don Illán insistía todos
los días para que el cardenal hiciese alguna gracia a su hijo y le concediese
algún puesto importante.
Y estando en Roma, murió el Papa y todos los cardenales eligieron
a nuestro cardenal como el nuevo pontífice. Entonces fue don Illán y le dijo:
“Su Santidad ya no puede seguir negándome lo que por justicia me pertenece.” A
lo que el nuevo Papa, visiblemente enojado, le recriminó su insistencia y le
dijo que tenía problemas mucho más importantes que solucionar. Don Illán
comenzó a quejarse y a decir que le había prometido muchas cosas que nunca
cumplió, por lo que el Papa le amenazó con la prisión por encantador y hereje,
pues de todos era sabido que allá en Toledo se había ganado la vida con la
nigromancia.
Cuando don Illán vio lo mal que le recompensaba el Papa por todos
sus servicios prestados, se despidió de él y se volvió para su ciudad, sin
recibir ni siquiera comida para el camino. Entonces don Illán dijo: “Pues si no
me dais nada para comer, no tendré más remedio que comerme las perdices que
mandé cocinar para esta noche.” Y llamó a su cocinera rogándole que le sirviera
la cena.
Al decir esto don Illán, se encontró el Papa en Toledo, vuelto a
deán de Santiago, como era cuando vino, y fue tan grande la vergüenza que tuvo,
que no supo que decir. Don Illán le miró con guasa y dijo: “Señor, podéis iros
en gracia de Dios, que yo ya he visto que clase de hombre sois y no os merecéis
mi sabiduría.”
Al que mucho ayudares et non te lo conosçiere,[30]
menos ayuda abrás dél desque en grand onra subiere.
El cazador de perdices[31]
*[32]
Un hombre dispuso sus redes para cazar perdices, y cuando las aves
cayeron en su trampa, el cazador llegó hasta ellas y comenzó a matarlas a
medida que las desenredaba, mientras esto hacía, el viento le daba en la cara
haciéndole llorar los ojos, y una de las perdices que esta viva les dijo a las
otras: “Ved, amigas, lo que hace este hombre. A medida que nos mata, tiene gran
dolor por nosotras y por eso está llorando.” A lo que otra perdiz que le
escuchaba, la cual parecía más lista que la primera pues había evitado caer en
la red, respondió: “Amiga, mucho agradezco a Dios que me haya guardado, y le
ruego que me guarde a mí y a todas mis amigas de aquél que nos quiera hacer
daño aunque de a entender que le duele mucho hacerlo.”
Quien te mal faz mostrando grand pesar,
guisa[33]
cómmo te puedas dél guardar.
El corazón del usurero.[34]
*[35]
En Bolonia vivía un lombardo que reunió un gran tesoro y no se
preocupaba si era limpio o no, lo único que le interesaba era aumentarlo de
cualquier manera posible. Un día el lombardo enfermó de dolencia mortal y un
amigo suyo, al verlo a las puertas de la muerte, le aconsejó que se confesara
con santo Domingo, que por entonces estaba en Bolonia. El lombardo aceptó.
Cuando fueron al por el santo, entendió éste que no era voluntad
que aquel mal hombre no sufriese por el mal que había hecho y no quiso ir, pero
mandó a un fraile en su lugar. Al saber esto los hijos, les apenó mucho, pues
creían que santo Domingo conseguiría salvar el alma de su padre, por eso no
recibieron al fraile, diciéndole que su padre agonizaba y cuando fuera el
momento ya le llamarían.
Al poco rato, perdió el lombardo el habla y murió sin hacer nada
de lo que debía por su alma. Al día siguiente, cuando lo llevaron a enterrar,
rogaron a santo Domingo que predicase sobre su padre. El santo así lo hizo y,
cuando tuvo que hablar sobre aquel hombre, dijo una sentencia del Evangelio que
dice así: “Ubi est tesaurus tuus, ibi est cor tuum.” Que quiere decir: “Donde
está tu tesoro, allí está tu corazón.” Dicho esto se volvió hacia la gente y
les dijo: “Amigos, para que veáis que la palabra del Evangelio es verdadera,
hacer buscar el corazón de este hombre y yo os digo que no lo hallaréis en su
cuerpo sino en el arca donde tenía su dinero.”
Entonces buscaron el corazón en el cuerpo y no lo encontraron,
pero sí en el arca, como dijo el santo, lleno de gusanos y descompuesto.
Gana el tesoro verdadero
et guárdate del felleçedero.
El valor de la paciencia.[36]
*[37]
El rey Fernando, conocido como el Santo, tenía cercada Sevilla. Y
entre muchos hombres nobles que habían con él allí, tenía tres caballeros que
eran considerados los mejores guerreros que había en el mundo. Sus nombres era:
uno don Lorenzo Suárez Gallinato, otro don García Périz de Vargas, y el otro no
me acuerdo. Estos tres varones tuvieron un día una fuerte discusión entre sí
sobre quién era de ellos el mejor hombre de armas y, como no se ponían de
acuerdo, decidieron armarse muy bien, acercarse hasta las murallas de Sevilla y
dar con sus lanzas a la puerta.
Al día siguiente se prepararon bien los tres y se acercaron hasta
la ciudad. Los moros que estaban en las murallas y en las torres, cuando vieron
que solamente eran tres caballeros, creyeron que venían como mensajeros y no
les atacaron. Así, ellos pasaron la cava[38]
y la barbacana,[39] llegando hasta la
puerta de la villa y dieron con las puntas de las lanzas en ella, cuando esto
hubieron hecho, volvieron las riendas a los caballos y se volvieron hacia sus huestes.
A los moros esta acción no les dijo nada, pero se tuvieron por
injuriados y salieron en su persecución. Los caballeros, que volvían a paso
lento, se dieron cuenta que más de mil hombres les perseguían, pero, en lugar
de huir, se dieron la vuelta y les esperaron. Cuando los moros estuvieron
cerca, aquel caballero de cuyo nombre no me acuerdo, se dirigió hacia ellos
dispuesto a atacarles con la lanza, mientras don Lorenzo Suárez y don García
Périz permanecieron quietos; pero cuando los mahometanos estuvieron un poco más
cerca, don García Périz de Vargas también les atacó, mientras don Lorenzo
Suárez se mantenía tranquilo, y no se
lanzó contra ellos hasta que los musulmanes no le atacaron, y la verdad es que
comenzó a hacer cosas maravillosas entre ellos.
Al ver los del campamento a aquellos caballeros luchando solos
contra tantos hombres, les fueron a socorrer. Pero al ver esto los moros de
Sevilla, salieron más guerreros a luchar contra los cristianos, y más
cristianos a luchar contra los moros, hasta llegar a una batalla de enormes
dimensiones, la cual había comenzado por culpa de sólo tres hombres y en la que
el rey de Castilla salió victorioso.
Cuando todo hubo concluido, el rey don Fernando, mandó detener a
los tres caballeros a quienes dijo ser merecedores de la muerte por poner en
peligro tantos hombres, pero todos los soldados y demás caballeros pidieron la
libertad de estos bravos hombres y el rey los liberó.
Don Fernando, sin embargo, se reunió con sus consejeros y quiso
saber lo que pensaban de cuál de los tres caballeros había hecho mejor. En la
reunión nadie se ponía de acuerdo, pues unos decían que el que había atacado
primero, otros que el segundo y otros que el que había esperado más tiempo y
todos esgrimían tan buenas razones que parecía que todos tenían razón. Pero al
final del pleito se llegó a este acuerdo: Si los moros atacantes hubiesen sido
en un número tal que se pudiesen vencer fácilmente, el primero que atacó tenía
razón, pues comenzaba cosa que podía acabar, pero como los moros eran tantos
que él solo no los podía vencer, sólo le retenía volverse la vergüenza de una
huida, y por ello, el mismo miedo le hizo atacarles con más fiereza. El segundo
esperó más tiempo y por eso consideraron que fue superior al primero, pues
aguantó mejor el miedo. Mas don Lorezo Suárez, que esperó hasta el final, fue
considerado el mejor y más valiente.
Por quexa non vos fagan ferir,
ca siempre vençe quien sabe sofrir.
Cuestión de suerte.[40]
*[41]
Don Pero Meléndez de Valdés era un noble caballero del reino de
León quien tenía por costumbre que cada vez que le ocurría alguna desgracia
siempre decía: “¡Bendito sea el Señor, pues si Él lo hace, será lo mejor!”
Este don Pero era consejero muy privado del rey de León y sus
enemigos, por gran envidia, le achacaron muchas mentiras y le buscaron el mal,
por lo que el rey mandó matarlo.
Estando don Pero en su casa, le llegó la orden del rey para que se
presentase ante él. Lo que nuestro noble no sabía era que quienes le tenían que
asesinar estaban apostados a media legua[42]
de su casa. Pero, al ir a por su caballo, resbaló y cayó por las escaleras de
su casa rompiéndose una pierna. Cuando sus gentes le vieron en este trance,
comenzaron a lamentarse: “¡Ea! Don Pero, vos que decís que lo que Dios hace es
lo mejor, tomad este bien que Él os hace.” A lo que les respondió don Pero: “No
os engañéis, pues a pesar de la ocasión en que ha ocurrido, si Dios lo ha
hecho, sería para bien”. Y por mucho que dijeran, nunca de esta idea le podían
sacar.
Los que estaban esperándole para matarlo, al ver que no venía y al
saber lo que le había ocurrido, se fueron para el rey y le contaron lo
ocurrido.
Don Pero Meléndez estuvo gran tiempo sin poder cabalgar y mientras
estuvo así maltrecho, supo el rey que aquellos que le acusaron lo habían hecho
con falsedades y por ello los detuvo y pidió perdón a don Pero, quien se tuvo
por dichoso y creyó aún más en lo que decía.
Non te quexes por lo que Dios fiziere,
ca por tu bien sería quando Él quisiere.
El cuervo traidor.[43]
*[44]
Los cuervos y los búhos tenían entre sí gran contienda, pero los
cuervos estaban en mayor apuro. Los búhos, porque es su costumbre andar por la
noche y pasar el día escondidos en cuevas muy difíciles de encontrar, venían al
oscurecer a los árboles donde los cuervos habitaban y mataban a muchos de ellos
y les hacían muchos males. Pasando los cuervos tanto daño, uno de ellos, muy
sabio y que se dolía mucho del mal de los suyos, habló con sus parientes y les
dijo una manera de poder vengarse.
Puesta en práctica esta idea fue como sigue: Los cuervos
desplumaron todo el cuerpo menos las alas del cuervo sabio y así aún podía
volar, aunque con mucho sacrificio y esfuerzo. De esta forma maltrecho, se fue
donde vivían los búhos y les contó lo mal que se llevaba con sus parientes y el
daño que estos le habían hecho, y todo porque se había negado a atacar a
traición a los búhos, por lo que, si ellos lo aceptaban, quería vengarse de sus
semejantes y él les diría como podrían atacarles y hacerles mucho daño.
Cuando los búhos oyeron esto, se alegraron mucho y pensaron que
con este cuervo de su parte tenían la guerra ya ganada, así que comenzaron a
hacerle mucho bien y a confiarse con él contándole muchos secretos.
Entre los búhos había uno que era muy viejo y que había visto
muchas cosas en su vida, quien, cuando vio y oyó al cuervo, se dio cuenta de
que los suyos habían sido engañados, por lo que fue hasta el jefe y le contó lo
que se temía, pero nadie le creyó y él se fue de allí en busca de un lugar más
seguro donde los cuervos no le pudieran encontrar.
Cuando las plumas del cuervo estuvieron todas igualadas y ya podía
volar bien, el cuervo les dijo a los búhos que se iría en busca de los suyos
para ver dónde estaban y que volvería para decirles todo y así poder atacarles
por sorpresa. Todos los búhos estuvieron de acuerdo.
Al día siguiente partió el cuervo, quien no tardó en encontrarse
con su pueblo a quienes contó todos los secretos de los búhos, los cuales
fueron derrotados y muertos en su mayoría sin darse apenas cuenta de dónde les
venían los palos.
Al que tu enemigo suel seer,
nunca quieras en él mucho creer.
El alquimista[45]
*[46]
Un hombre muy farsante tenía grandes deseos de enriquecerse y de
salir de aquella mala vida que pasaba. Así, un día, la suerte le vino al
escuchar que un rey, no muy discreto ni cuerdo, se esforzaba con gran empeño en
aprender alquimia y pagaba muy bien a todo el que pudiera enseñarle.
Ni corto, ni perezoso, este hombre cogió cien doblas y las limó, y
con aquellas finas limaduras hizo, mezcladas con otras cosas, cien pellas,[47]
pesando cada una de ellas una dobla. Las guardó en una bolsa y se fue hacia la
corte donde moraba aquel rey, vestido con ricas y elegantes ropas. Llegado a la
ciudad, se acercó a una botica e intentó vender las pellas al boticario, éste,
que no conocía tal producto, preguntó que para qué servían aquellas pellas y él
le respondió que para muchas cosas, pero, principalmente, que sin ellas no se
podía hacer alquimia. Así pues le vendió las cien pellas por la cantidad de
tres doblas. Una vez compradas el boticario preguntó por el nombre de aquel
producto, a lo que el embaucador le dijo que se llamaban tabadíes.[48]
Este hombre vivió un tiempo en aquella villa durante el cual hizo
algunas amistades y se le vio como persona sensata y honrada, y a todos decía,
como un gran secreto, que él sabía hacer alquimia.
Cuando este secreto llegó a oídos del rey, mandó a buscarle y,
cuando le preguntó si eso era cierto, al principio dio a entender que no lo
era, pero luego lo afirmó, aunque con muchas reservas, y le aconsejó al rey que
no lo divulgase ni se fiase demasiado de los hombres que iban diciendo que eran
alquimistas, pero si tanto insistía, le mostraría su sabiduría. Estas palabras
le agradaron mucho al rey a quien el mentiroso le pareció un hombre digno de
toda confianza y éste le dio al monarca una lista de cosas que necesitaba para
su trabajo, entre las que se encontraba una pella de tabardíe, y todas las
cosas que le mandó traer no costaban nada más que dos o tres dineros,[49] por eso, cuando el rey vio que al fundir la
pella salía oro por valor de una dobla y a él todo le había costado tan poco,
se alegró mucho y se tuvo por el más dichoso del mundo, así que le dijo al
galopín que le enseñase más, pero el granuja respondió: “Señor, cuanto yo sabía
de esto, todo os lo he mostrado y de aquí en adelante vos lo haréis tan bien
como yo, pero debéis saber que cualquier cosa de éstas que falte, ya no podréis
hacer oro.” Y dicho esto se despidió del rey y se fue para su casa.
El rey no tardó en probar sin su maestro e hizo oro tan bien como
la anterior vez. Así que decidió doblar la receta y produjo el doble de oro,
volvió a doblar y volvió a producir el doble. Entusiasmado con este resultado y
viendo que podía hacer todo el oro que quisiera, mandó traer lo suficiente para
hacer mil doblas. Sus criados salieron a buscarlo todo, hallaron todas las
cosas menos los tabardíes. Al ver que no podía hacer alquimia, el rey mandó
buscar al hombre que le enseñó. Cuando llegó a palacio, el pillo le preguntó si
tenía todo lo que le había dejado por escrito, el rey respondió que todo menos
los tabardíes, a lo que el pícaro respondió: “Señor, ya os dije que si os
faltaba un solo ingrediente no podríais hacer oro.” “¿Y dónde puedo encontrar
tabardíes?” Preguntó el rey. Entonces el farsante le respondió: “Yo sé como
encontrarlos.”
El rey le ordenó que, ya que él sabía muy bien lo que era, que
fuese a buscarlo y que trajese todo cuanto pudiera. El truhán comentó: “Eso,
señor, lo puede hacer cualquiera igual o mejor que yo, pero si es para vuestro
servicio, me agradará mucho complacerle.” Entonces le dio al rey el cálculo de
lo que podía costar la compra y los gastos, lo cual ascendió a una enorme
cantidad.
Cuando el falso alquimista tuvo esa fortuna en su poder, se fue a
la carrera y nunca más volvió. Al ver el rey que tardaba mucho, mandó a
buscarlo, pero no le encontraron por ninguna parte y, al llegar a la que fue su
casa, sólo encontraron un arca con una nota dentro que decía: “Creed bien que no
hay en el mundo tabardíes, mas sabed que os he engañado y, cuando yo os decía
que os haría rico, deberíais haberme dicho que me hiciera yo primero y luego me
creeríais.”
Non aventuredes mucho la tu riqueza,
por consejo del que á grand pobreza.
La boda de los cuervos.[50]
*[51]
Un rey tenía un hijo que lo dio a criar a un filósofo en quien
confiaba mucho. Y cuando el rey murió, llegó al trono el muchacho todavía muy
pequeño. El filósofo lo cuidó hasta que tuvo quince años, pero cuando entró en
la adolescencia, comenzó a despreciar los consejos de aquel que lo criara y se
acercó a otros consejeros a los que no debía tanto y quienes siempre le
halagaban y complacían. Y llevando su vida de esta manera, no tardó en llegar
el día en que tanto su cuerpo como su hacienda empeoraron. Y toda la gente
hablaba muy mal de él y de cómo gobernaba su reino.
Viendo las cosas tan mal, el filósofo que le cuidara estaba muy
preocupado y no sabía que hacer, pues cuando intentaba aconsejarle, nunca
quería escucharle, pues parecía que estaba sordo a sus palabras. Al comprobar
que de esta manera no iba a lograr nada, pensó el viejo una estrategia
para convencerle.
El filósofo comenzó a decir a todos en secreto que él era el mejor
agorero[52]
del mundo, y tantos hombres lo oyeron que pronto lo supo el joven rey, quien le
preguntó si eso era cierto, a lo que el sabio, como queriéndolo negar, se lo
afirmó, pero rogándole que no se lo dijese a nadie. Y como los jóvenes son
impacientes para enterarse o para hacer las cosas, el rey tenía mucha prisa
para ver como descifraba los agüeros[53]
el filósofo, y cuanto éste más se retrasaba, más quería aquél que lo hiciera.
Tanto le insistió que el anciano prometió complacerle.
Al día siguiente madrugaron mucho y el viejo sabio le condujo por
un valle donde había abundancia de aldeas abandonadas y, cuando ya habían
pasado por muchas, vieron una corneja que daba voces en un árbol. El rey se la
mostró a su ayo y éste hizo gestos de que lo entendía.
Otra corneja comenzó a dar voces en otro árbol y ambas estuvieron
así, a veces una, a veces la otra, un cierto tiempo. Viendo esto el filósofo
comenzó a llorar. Cuando el joven rey lo vio, quedó muy sorprendido y le
preguntó por qué lo hacía. El viejo se negaba a decírselo, pero el muchacho le
insistió tanto que el sabio anciano le dijo: “Más querría estar muerto que
vivo, pues no tan sólo los hombres, sino que incluso las aves saben ya como,
por vuestra mala cabeza, estáis perdiendo toda vuestra tierra, vuestra hacienda
y vuestro cuerpo.” El rey le rogó que se explicase y el viejo lo hizo: “Estas
dos cornejas habían convenido casar el hijo de una con la hija de la otra y
aquella que habló primero le dijo a la otra que, pues ya que estaba tanto
tiempo puesto el casamiento, ya era hora de llevarlo a cabo. A lo que la otra
le ha respondido que eso era cierto, pero que ahora ella era más rica que la
primera, por lo que alababa a Dios, pues desde que este rey reinaba, estaban
yermas[54]
todas las aldeas del valle y hallaba ella en las casas abandonadas muchas
culebras y lagartos y sapos y todas esas alimañas que se crían en los lugares
yermos, y como ahora tenían mucho más de comer que solían, ahora el casamiento
ya no era igual. Y cuando la primera corneja esto ha oído, se ha echado a reír
y le ha respondido que decía algo insensato si por esta razón quería retrasar
la boda, pues ella también agradecía a Dios que este rey reinase, pues más
yermo estaba el otro valle donde ella vivía y por ello ella también era más
rica ahora que antes, por lo que no veía ningún motivo para tal retraso.”
Cuando el joven rey oyó esto, le pesó mucho y comenzó a
reflexionar cómo podía haber llegado su hacienda a tal estado. Cuando el viejo
vio que le había afectado, empezó a darle buenos consejos que el rey siguió y,
al poco tiempo, su hacienda ya estaba enderezada, igual que su cuerpo y su
reino.
Non castigues moço maltrayéndol,
mas dilo commol vaya plaziéndol.
Los tres hijos del rey[55]
*[56]
Un rey moro tenía tres hijos y, como es facultad del padre hacer
que reine el hijo que él quiera, cuando llegó a la vejez, los nobles de su
tierra le pidieron que designase heredero, a lo que el rey prometió que en un
mes les diría el nombre.
Pasados unos días, le dijo una tarde el rey a su hijo mayor que al
día siguiente muy temprano quería salir a cabalgar y que deseaba que fuera con
él. A la mañana siguiente el infante mayor acudió junto a su padre, pero no tan
temprano como habían quedado. Cuando llegó, ordenó el rey que se quería vestir
y que le trajese la ropa. El infante le dio el encargo al camarero real y éste
le preguntó que cuáles ropas quería. El príncipe volvió al rey y le hizo la
misma pregunta. El rey dijo que la aljuba[57]
y el hijo tornó al camarero para darle el encargo, pero seguidamente aquél le
preguntó que cuál almejía[58]
quería y el infante volvió al rey a preguntárselo. Y así hizo con cada prenda,
siempre iba y venía para preguntar hasta que el rey tuvo todas sus ropas y vino
el camarero y lo vistió y calzó.
Cuando ya estaba listo, mandó el rey a su hijo que le trajese el
caballo. El infante le dio el encargo al caballerizo mayor, pero éste le
preguntó que cuál quería, a lo que el infante volvió a preguntárselo al rey. E
igualmente hizo con la silla de montar, con el freno,[59]
con la espada y con las espuelas y con todo lo necesario para cabalgar.
Cuando ya todo estuvo preparado, dijo el rey que ya no era hora de
cabalgar, pero que fuese a dar un paseo por la villa y que prestase atención a
todas las cosas que viera para luego podérselas referir. El príncipe cabalgó
por la ciudad y fueron con él muchos nobles del reino y soldados y trompetas y
timbales, y de esta forma el infante anduvo un buen rato por la villa. Cuando
volvió junto al rey, éste le preguntó qué le pareció lo que había visto, a lo
que su hijo respondió: “Todo está muy bien, lo único es que hacen demasiado
ruido esos instrumentos de los músicos.”
Dos días después mandó llamar el rey a su hijo mediano a quien
citó para la mañana siguiente muy temprano. El infante así lo hizo, y el rey le
puso las mismas pruebas que a su hermano mayor y éste las resolvió de igual
manera que aquél.
Pasados otros dos días, ordenó el rey a su hijo pequeño que fuese
con él a cabalgar a la mañana siguiente temprano. El infante madrugó y esperó a
que su padre despertase, cuando así lo hizo, entró en su habitación y se
inclinó en gesto de respeto. El rey le mandó que le trajese la ropa y el
príncipe le preguntó las que quería y, una vez supo lo que necesitaba de vestir
y calzar, se dirigió al ropero y se lo trajo todo de una y le ayudó él mismo a
vestirse y calzarse y no quiso que ningún camarero le ayudara.
Cuando el rey estuvo vestido y calzado, mandó al príncipe que le
trajese el caballo, y éste le preguntó cuál caballo quería, y qué silla, y qué
espada, y todas las cosas que eran necesarias para cabalgar y, cuando lo supo,
lo trajo todo de una sola vez.
Pero cuando ya estaba listo, dijo el rey que no le apetecía
cabalgar, mas que cabalgase él por la villa y le contase lo que viera. El
infante salió, igual que sus hermanos, con todos los nobles, soldados,
trompetas y timbales, pero cuando llegó a la ciudad, pidió que le mostrasen
todas las calles, grandes y pequeñas, y los palacios y las casas mas humildes,
las mezquitas y las escuelas, los zocos[60]
y los hospitales, y habló con las gentes y jugó con los niños. Luego salió de
la ciudad y, frente a sus murallas, ordenó a sus soldados que hicieran torneos
y que les mostrasen todos los juegos de
armas y estrategias que sabían y visitó todos los muros y torres defensivas, y
los campos y las granjas.
Cuando volvió junto al rey, ya era noche cerrada. Su padre le
preguntó todo lo que había visto, a lo que el muchacho respondió: “Os lo diré
si prometéis no enfadaros.” El rey dijo que no lo haría y su hijo continuó:
“Pues pienso, señor, que como rey no sois tan bueno como debierais, pues tenéis
tan buena gente y os son tan leales que deberíais ser el dueño del mundo.”
Al rey le hizo mucha gracia aquello y le agradeció su sinceridad.
Y, llegado el plazo acordado con los nobles, les dijo que su heredero al trono
sería el infante menor, por la forma de actuar de los otros hijos y la forma de
actuar de él.
Por obras et manera podrás conosçer
a los moços quáles deven los más seer.
[1] Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo 1º De lo que
contesçió a un rey con un su privado..
[2] Problema planteado:
las intrigas palaciegas.
[3] Bordón: bastón de
peregrino.
[4] Doblas: monedas de
oro.
[5] Endonado: por favor.
[6] Coyta: cuita, pena.
[7] Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo IIº: De lo
que contesçió a un omne bueno con su fijo.
[8] Problema planteado:
cómo hacer las cosas para que a todos les parezca bien.
[9] Sol: salvo
[10] Al pro tenet las mientes:
prestad atención al provecho.
[11] Et non fagades ál: y
no hagáis otra cosa.
[12] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo IIIº: Del
salto que fizo el rey Richalte de Inglaterra en la mar contra los moros.
[13] Problema planteado:
cómo lograr la salvación dentro del estado al que se pertenece.
[14] Felipe Augusto, quien acompañó a Ricardo Corazón de León.
[15] Esto es un error, pues ningún rey de Navarra participó en ninguna
cruzada.
[16] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo IIIIº: De lo
que dixo un genovés a su alma, quando se ovo de morir.
[17] Problema planteado:
dejar lo que se tiene por algo incierto.
[18] Siede: siente.
[19] Lieve: levante.
[20] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo VIIº: De lo
que contesçió a una muger quel dizién doña Truhana
[21] Problema planteado:
no se debe olvidar la ralidad por los sueños.
[22] Fuyzas: esperanzas.
[23] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo IXº: De lo
que conteçió a los dos cavallos con el león.
[24] Problema planteado:
la unión hace la fuerza.
[25] Estraño: extranjero.
[27] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XIº: De
lo que contesçió a un deán de Sanctiago con don Yllán, el grand maestro de
Toledo.
[28] Problema planteado:
la ingratitud del discípulo para con su maestro.
[29] Nigromancia:
hechicería, magia negra.
[30] Conosçiere:
reconociere.
[31] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XIIIº: De lo
que contresçió a un omne que tomava perdizes.
[32] Problema planteado:
La hipocresía.
[33] Guisa: piensa,
dispón.
[34] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo: XIIIIº: Del
miraglo que fizo Sancto Domingo quando predicó sobre el logrero.
[35] Problema planteado:
la salvación de cada individuo dentro del estado al que pertenece.
[36] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XVº: De lo
que contesçió a don Lorenço Suárez sobre la çerca de Sevilla.
[37] Problema planteado:
el saber tener paciencia.
[40] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XVIIIº: De
lo que contesçió a don Pero Meléndez de Vandés quando se le quebró la pierna.
[41] Problema planteado:
no hay que quejarse de la suerte de uno.
[43] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XIXº: De lo
que contesçió a los cuervos con los búhos.
[44] Problema planteado:
no se debe fiar uno de los traidores.
[45] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XXº: De
lo que contesçió a un rey con un omne quel dixo quel faría alquimia.
[46] Problema planteado:
No te fíes nunca de quien mucho te promete.
[47] Pella: Porción
redondeada de cualquier masa o substancia blanda; por ejemplo, la porción de
barro que se coge para modelar o la de yeso que se coge para aplicarla a la
obra.
[48] Tabardíes: nombre
inventado por don Juan Manuel.
[49] Dinero: Moneda de plata
y cobre usada en Castilla en el siglo XIV, equivalente a dos cornados y que
tenía muy poco valor.
[50] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XXIº: De
lo que contesçió a un rey moço con un muy grant philósopho a qui lo acomendara
su padre.
[51] Problema planteado:
la osadía de la ignorancia de la juventud.
[55] El Libro del Conde Lucanor,
de don Juan Manuel. Exemplo XXIIIIº: De
lo que contesçió a un rey que quería provar a tres sus fijos.
[56] Problema planteado:
a los otros conocerás por sus actos.
[57] Aljuba: Juba. Vestidura
de abrigo usada por los musulmanes, como un gabán con mangas cortas y
estrechas, que usaron también los cristianos españoles.
[60] Zoco: mercado.
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