ÉRASE UNA VEZ: El problema del inicio, por Melquíades Walker - Abril 2012
Érase una vez
El problema del inicio
Melquíades Walker– Abril
2012
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a escribir siempre es un problema: rara vez sabemos cómo hacerlo. Las palabras
parece que nos huyen, que no quieren ser capturadas y se niegan a aparecer en
nuestra cabeza… Aunque no debemos tener miedo, simplemente debemos romper el
hielo de ese primer momento y luego todo camina solo. Pero, ¿cómo hacerlo?...
Yo
empleo dos métodos diferentes, sin embargo igual de eficaces:
Método
A: Escribo el comienzo que se me ocurre, tal como me viene, tal como las
imagino, sin importar su calidad ni prejuzgando su posible valor.
Método
B: Escribo cosas que me suceden, tal como las vivo, tal como van ocurriendo,
sin más.
En
el fondo es lo mismo porque imaginar también es una forma de vivir. Luego vuelvo
a ello y lo retoco, lo compongo y descompongo para volverlo a componer, pues
jugar con las palabras es como hacerlo con un puzle, simplemente hay que
encontrar la pieza adecuada.
Lo
importante es estar dispuesto a escribir. Cierto que no siempre es el momento
adecuado, pero en todo momento debemos estar alerta porque motivaciones para
hacerlo no nos van a faltar, por ejemplo, ¿sabéis que es lo que incitó a
Umberto Eco para escribir El nombre de la
rosa?..., pues, según él mismo dijo, el hecho de que estaba cabreado y
tenía ganas de envenenar a un monje, o sea, hacer realidad un deseo. Otras
veces simplemente es una impresión, como nos cuenta José Luis Sampedro en El río que nos lleva:
“Tenía yo trece años y acababa de llegar
a Aranjuez cuando me hice amigo de otros muchachos de mi edad con quienes, al
llegar el verano, acudía a bañarme en el Tajo cada día. Hasta que cierta mañana
de agosto nos fue imposible zambullirnos porque el río estaba como entarimado;
es decir, completamente cubierto de troncos flotantes que unos hombres,
saltando sobre ellos o desde la orilla y empujándolos o atrayéndolos con un
gancho al extremo de una vara, conducían hacia el resbaladero de una presa,
desde donde continuaban flotando río abajo hasta la playa (…) Aquellos hombres,
rudos y elementales, pastores de tronco sobre río, me impresionaron tanto (…)
que nunca puede olvidarlos.”
Incluso,
como nos dice Juan Marsé, todo surge de evocaciones:
“Mis novelas parten de imágenes. Existe
una serie de imágenes básicas que te obsesionan, que arrastro del pasado,
experiencias personales o cosas que te han contado, no distingo entre ambas. La
suma de varias combinadas me proporciona no una idea sino la posibilidad de
comenzar o continuar una historia.”
Para
que todo ellos sea eficaz, es necesario tener alerta todos los sentidos, tanto
la vista, el oído, el tacto, el gusto como el olfato, pues las sensaciones nos
pueden abordar por donde menos lo esperemos y de hecho es con ellos con lo que
nos relacionamos con el mundo que nos rodea y de cualquier vivencia real puede
surgir un mundo imaginario, como nos indica Julio Torri:
“El novelista, en mangas de camisa, metió en la
máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un
abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del
Sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados
sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir
ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba
en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y
empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores
rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; y la miseria que
amenazaba si hogar, el mar bravío. Y al descubrir las olas en que se mecían
cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo,
gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica,
sobrenatural.”
Llegados
a este punto, podríamos detenernos en analizar diferentes modos de iniciar un
relato. Con un fragmento de Joseph Conrad de El corazón de la tinieblas, ejemplificaremos un inicio descriptivo:
“El Nellie, un bergantín de considerable
tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y
permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba
viento (…)”
Conan
Doyle, con el inicio de La aventura de la
casa deshabita, nos muestra el comienzo testimonial:
“El asesinato del ilustre míster Ronald
Adair, ocurrido en circunstancias por demás extraordinarias e inexplicables,
traía en la primavera del año 1894 despierto el interés de todo Londres y
sumido en el espanto al mundo aristocrático.”
Por
su parte, Stendhal nos aporta el inicio histórico con el de su relato La Cartuja de Parma:
“El 15 de mayo de 1796, el general
Bonaparte efectuó su entrada en Milán a la cabeza de aquel joven ejército que
acababa de pasar el puente de Lodi, y de enterar al mundo de que después de
tantos siglos, César y Alejandro tenían sucesor.”
También
puede ser un inicio epistolar, como el de El
color púrpura, de Alice Walker:
“Querido Dios:
Tengo catorce años. He sido siempre
buena. Se me ocurre que, a lo mejor, podrías hacerme alguna señal que me aclare
lo que me está pasando.”
O
dialogado, como el que empleó Mark Twain para su famosa novela Las aventuras de Tom Sawyer:
“-¡Tom!
No hubo contestación.
-¡Tom!
Tampoco hubo contestación.
-Quisiera saber qué le ha pasado a ese
chico. ¡Oye, Tom!”
En
Tomates verdes fritos, en cambio,
Fannie Flagg empleó un inicio informativo:
“El café Whistle Stop abrió la semana
pasada, justo al lado de la casa, junto a correos, y los propietarios Idgie
Threadgoode y Ruth Jamison dicen que les va muy bien. Idgie dice que como la
gente sabe que a ella no le importa envenenarse, no cocina.”
Y
finalmente, utilizaremos El gran Gatsby,
de Scott Fitzgerald, para ejemplificar el inicio autobiográfico:
“En mis primeros y más vulnerables años,
mi padre me dio un consejo que no ha cesado desde entonces de darme vueltas por
la cabeza.”
No
diréis que no hay caminos para iniciar una andadura narrativa… Después, una vez
dados los primeros pasos, ya es cuestión de ir haciendo camino, sin embargo
antes de comenzar debemos llevar la mochila cargada, de lo contrario no iremos
muy lejos. Ahora depende de nosotros elegir el modo más adecuado para comenzar
y eso es tan sencillo como probar hasta que demos con el que más nos satisfaga
y acto seguido elegir el orden en que iremos desarrollando los diferentes
trechos del camino. Y recordad que a todo ser humano nos gusta contar, es algo
inherente a nuestra esencia. Con bastante frecuencia se dice que narrar historias
es un producto del sufrimiento, pero todos queremos que nos escuchen, tener
nuestro público al que referir las cosas que nos pasan o que imaginamos y ello
nos da felicidad. Como en la historia de Gustavo Martín Garzo:
“Un agricultor se dirigía a un pueblo
próximo al aeropuerto militar de Villanubla llevando en una camioneta a una
vaca. La niebla, y un error inexplicable, permitieron que la camioneta
invadiera alegremente la pista justo en el momento en que aterrizaba un
bombardero. El choque fue clamoroso. No hubo víctimas humanas, pero la
camioneta quedó completamente destrozada y la vaca murió. El agricultor trataba
de explicarse los hechos mientras los soldados lo condujeron al puesto de
guardia. Allí le esperaba el coronel. Estaba muy nervioso y le habló de los
riesgos inherentes a la vida militar y de lo difícil que era afrontar sin
errores las graves responsabilidades que exigía el cumplimiento del deber. Hizo
una pausa y le pidió disculpas por lo que acababa de suceder. Estaban
dispuestos a indemnizarle, a hacerlo valorando tanto su camioneta como su vaca
en un precio superior al que había pagado por ellos. Sólo le ponía una
condición, nadie debía saber lo que había sucedido esa noche en el aeropuerto.
El agricultor reflexionó unos momentos y luego movió la cabeza negando.
Prefería sacrificar cualquier cosa antes
de no poder contar en su pueblo lo que le había pasado a su vaca.”
Felices
historias…
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