EL DIARIO DE ANA: Aclaraciones muy dudosas, por Ana L.C. – Diciembre 2012
Y allí, sentado en
el umbral de la puerta de mi nuevo domicilio, encontramos Araceli y yo a don
Fulgencio como un trapo sucio y viejo a la deriva del viento… En su rostro se
dibujaba la derrota… Al vernos llegar, el hombre se incorporó como un pesado
dinosaurio:
- Pensaba que vendrías sola, pero no
importa... – dijo dirigiendo una mirada inquisitiva a Araceli -. ya nada
importa… Abre y entraremos… Hay mucho de lo que hablar…
Al entrar en la casita lo primero que
salió a recibirnos fue el fuerte olor a humedad y a rincón cerrado, por lo que
pensé que tendría que airearla y comprar ambientadores. Don Fulgencio se dejó caer
sobre el sofá con tal pesado abandono que temí por la integridad del frágil
mueble.
- Lo siento, don Fulgencio, pero no tengo
nada para ofrecerle – Me disculpé.
- ¡Déjate de cumplimientos! – me respondió
el hombre con tono tajante y malhumorado que contrastaba con la amabilidad
desplegada aquella mañana, apenas hacía dos horas -. Vayamos al grano… Creo que
debo ponerte al corriente de todo lo ocurrido y de sus consecuencias y pedirte
disculpas por haberos mantenido totalmente al margen e ignorantes de todo.
Es decir, que ni
mi padre ni mi hermano estaban al corriente… Lo cual me produjo una leve
sensación de tranquilidad, porque el hecho de pensar que ellos me hubiesen
engañado, no me gustaba demasiado.
Araceli ocupó una discreta butaca al fondo
de la estancia y se mimetizó con el decorado, por lo que al poco rato parecía
haber desaparecido. Me estaba gustando la forma de ser de esa chica que sabía
ser un terremoto cuando hacía falta o pasar desapercibida cuando era necesario.
- Como sabrás, mi
esposa murió, pero lo que quizá no sepas – y buscó con la mirada a mi
secretaria -, sea la forma de su muerte – yo me hice la ignorante -. Ella fue
brutalmente asesinada… - el silencio se adueñó del recinto -. Pero antes de
entrar en detalles, es mi deber contarte los antecedentes -. Tomé asiento
también fingiendo estar afectada. – Encarna era mucho más joven que yo… y
estaba llena de vida y alegría… - sus ojos se empañaron -. Ella era mi segunda
mujer, pues contraje matrimonio con ella tras divorciarme de la primera… una
verdadera arpía… - al hacer este comentario su rostro pareció iluminarse -.
Llevábamos casados cerca de tres años y todo marchaba bastante bien, pero yo
estaba metido en un inmenso berenjenal del que no sabía salir…- hundió la
mirada en el suelo y se estrujó las manos como queriendo exprimir sus
pensamientos -. Ya hacía tiempo que me encargaba personalmente los asuntos de
una sociedad poco, digámoslo así, legal y cuya mierda me estaba salpicando.
Intenté dejarlo, pero era imposible, sé demasiado sobre ellos y eso es
peligroso, así que no podía dejarlo todo tan fácilmente. Durante ese tiempo
recibí la visita de la gente perteneciente a otro grupo competidor quienes me
ofrecieron una considerable suma si les desvelaba los entresijos de la primera con
la finalidad de quitárselos del medio, pero me negué a ello, más por miedo que
por fidelidad, todo hay que decirlo, pero a los pocos días raptaron a Encarna –
un rictus de dolor se dibujo en su boca -. Esperé alguna noticia, la petición
de algo que pudiera servir como rescate, pero nada, nadie se puso en contacto
conmigo. Así que ante tanta incertidumbre, fui a la policía, y me temo que ahí
cometí un grave error, pues al poco tiempo, apareció su cuerpo vilmente
torturado y desfigurado… - estas últimas palabras apenas fueron susurradas a
causa de la emoción que embargaba al pobre hombre -. Cuando me llamaron para
reconocer el cadáver, casi fui incapaz de hacerlo, de lo maltratada que estaba,
pero ¡cómo no iba a reconocer a mi amada Encarna!... – y escondió el rostro
entre sus manos. Yo busqué la mirada de Araceli quien, en su rincón, se veía
tan afectada como yo. Esperamos unos instantes y, cuando se recuperó, continuó
don Fulgencio, quien, desde su impresionante personalidad de hombre mayor y
orondo, me inspiraba una profunda pena y una lacerante sensación de fragilidad
y desamparo -. Así que decidí abandonar – continuó -, dejándolo todo y
apartando al bufete de cualquier relación con este hecho. No encontraréis en
los archivos nada relacionado con esta sociedad, porque nunca vinculé a nuestra
empresa con ellos, esa era simplemente una relación personal y, para que nadie
estableciera conexión alguna, pensé que lo mejor era venderos mi parte y
retirarme a rumiar mis penas… - Levantó la mirada y sus ojos de perrito
abandonado -. Te ruego que me disculpes por todo esto ante tu padre y tu
hermano, pero creo que he dejado limpia la respetabilidad del bufete…
De nuevo se hizo un silencio pesado y
lleno de lunares, por lo que decidí dejar rienda suelta a mi curiosidad.
- Pero, no tengo algunas cosas claras, y
perdone si hurgo en su herida, pero ¿quiénes le hicieron eso?... ¿la sociedad
para la que trabajaba o la otra? – pregunté.
- Pues no lo tengo claro, la verdad –
respondió don Fulgencio -. Pudo ser cualquiera de las dos, una para meterme
miedo y que callara y la otra para que hablara. Lo cierto es que nadie ha
reivindicado el hecho.
De nuevo busqué la mirada de Araceli
quien, esta vez me la devolvió como esperando algo más. Medité durante unos
pocos minutos y volví a la carga.
- ¿Qué pretende hacer con toda la
información que tiene? ¿La piensa utilizar?
- Mejor que vosotros no sepáis nada y no
os metáis en nada – dijo muy serio -. Son gente bastante peligrosa, como podéis
comprobar. Pero para tu curiosidad te diré que no pienso quedarme de brazos
cruzados, pero, por Dios – y miró a Araceli fijamente -, os quiero al margen de
todo esto. Por lo menos, que quede alguien para llevarme alguna flor a mi
tumba.
No pude remediarlo, pero este final me
resultó un poco afectado e incluso cómico, aunque simplemente dibujé una
sonrisita de interpretación equívoca.
- Tranquilo – le respondí -, no tengo
espíritu detectivesco –mentí-, pero sepa que aquí estoy si me necesita.
- Y a mí también – dijo Araceli.
- Gracias – dijo el hombre bastante
emocionado mientras se incorporaba de las profundidades del sofá -, no esperaba
menos de vosotras. Ahora os dejo, ya os he estropeado bastante la comida –
entonces recordé que no habíamos comido -. Pienso marcharme de la ciudad
durante un tiempo, por lo que no nos veremos hasta que vuelva. Para entonces
espero tener algo ya aclarado.
Nosotras también nos pusimos en pie y me
acerqué para despedirme con un beso, pero él simplemente me dio un suave
apretón de manos. Araceli no se movió de donde estaba. Cuando llegamos a la
puerta, el hombre se volvió y nos dedicó una triste sonrisa. Entonces recordé
algo.

- ¿No te gusta ésta? – preguntó.
- Sí, no está mal, pero me resulta extraño
que habiendo alquilado una en un principio, luego me la cambien por ésta.
- Fue un error, - dijo con más aplomo -.
La otra ya la tenían alquilada. – Y se marchó cerrando la puerta tras de sí.
- Eso no me cuadra – oí decir a Araceli a
mi espalda -. Cuando yo te alquilé la casa grande, me dijeron que hacía
bastante tiempo que estaba libre y que, a causa de la crisis, era más difícil
de alquilar ahora porque era bastante cara.
La miré reflexionando en lo que acababa de
decir.
- Curioso – pensé en voz alta -. Aquí hay
varias cosas que no cuadran… ¿Nos vamos a comer?
Comentarios
Publicar un comentario