Juguetes: Los cuentacuentos, por Ana L.C. – Junio 2012

Puede
ser hombre o mujer, joven o anciano, incluso los hay niños, de cualquier raza,
religión, cultura, tradición o nacionalidad, altos o bajos, gordos o flacos,
melenudos o calvos, guapos o feos… eso no importa, pues lo único imprescindible
es que el cuentacuentos ame los relatos y las historias tanto, tanto, que su
mayor deseo sea contárselo a todo el mundo y su mayor felicidad verlos a su
alrededor, con los ojos igual que platos y las bocas abiertas, intentando no
perderse ninguna de las palabras mágicas que dice.
Cuentacuentos
viene del inglés storyteller, que quiere
decir eso, cuentacuentos… Sin embargo en muchos lugares se les denomina de
formas distintas y diversas, como, por ejemplo, contador, aunque suena a un
aparatito que unos señores miran de vez en cuando justo antes de la clavada de
la factura de la luz, y aunque también se puede confundir con un gran ciclista
español…; así mismo hay quien les llama cuentistas, pero esta palabra no me
gusta, pues tiene connotaciones peyorativas, es como decirles mentirosos,
chismosos o algo así, y en otras latitudes se les dice cuenteros, pero ¿verdad
que suena a algo arcaico, como muy antiguo o viejo?... Pues lo mejor es dejarlo
como empezamos y les llamaremos “cuentacuentos”.
Contar
cuentos es una actividad tan antigua como el ser humano, pues desde que hubo un
primate con la capacidad de emitir sonidos articulados que contenían un
significado, éste tuvo la necesidad de compartirlo con alguien más. Y así, a
medida que los pueblos y culturas evolucionaron, los narradores de historias se
hicieron muy necesarios, e iban de villa en villa, de ciudad en ciudad, de
castillo en castillo, realizando la función que ahora llevan a cabo las
televisiones, las radios o los libros, a cambio de unas pocas monedas o de
alimento. Y la gente que les escuchaba no siempre se mantenía en un respetuoso
silencio, pues en muchas ocasiones interrumpían con preguntas, aplausos,
abucheos, peticiones o comentarios más o menos graciosos. Y el cuentacuentos,
si era hábil y diestro, navegaba entre estas olas con pulso firme y cintura de
torero. A veces, se hacían acompañar de grandes cartelones con dibujos, tipo
cómics, o con muñequitos de los llamados títeres. Pero no vayáis a creer que
esto es una tradición de nuestra cultura occidental, ¡qué va!, nada más lejos
de la realidad, pues la figura del cuentacuentos es universal, desde China a
Sudamérica o desde África a Oceanía, en todas las latitudes y longitudes de la
Tierra, y seguramente dentro de cada ovni que nos visite, hay algún
cuentacuentos que alimentará la imaginación de su público con anécdotas,
leyendas, mitos, fábulas, en fin, cuentos en general. ¿Recordáis a la bella
Scheherezade?... sí, la narradora de Las
mil y una noches, pues ella salvó su vida gracias a los cuentos ya que,
desposada con el sultán Shahriar, quien tenía la costumbre de matar a cada
mujer con quien se casaba, y dicen que e iba por las tres mil, comenzaba cada
noche una historia y no la concluía hasta la noche siguiente, pero,
inmediatamente, comenzaba otra que dejaba inconclusa has el día siguiente, así
hasta que Shahriar se enamoró de Scheherezade y le perdonó la vida haciéndola
su reina. Pues ella era una cuentacuentos, aunque, afortunadamente, hoy en día
no se corre tanto peligro.
El arte de los
cuentacuentos es oral, es decir, se comunica y expresa por medio de las palabras,
la voz, los gestos. Los cuentos pueden ser improvisados, inventados en el
momento en que se cuentan, o formar parte de la tradición popular o literaria
de los pueblos. Y el público se puede limitar a escuchar pasivamente o a
interactuar con el narrador, a gusto del consumidor… El cuentacuentos debe
saber implicarse en su historia lo suficiente para hacerla viva y creíble,
aplicando todas sus técnicas narrativas y de interpretación para atraerse al
público y hacerle sentir que forma parte del relato, debe saber transmitir
sentimientos y emociones, crear una atmósfera que, como una cúpula de cristal,
les aísle del resto que les rodea. El cuentacuentos, en conclusión, no es nada
más que un sencillo artesano de la palabra.
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