El diario de Ana: Los nombres prohibidos, por Ana L.C. – Junio 2012
Cuando me sonó
el móvil recordé que había quedado con mis padres para cenar. Estaba
conduciendo por la autopista dirección al Norte y a mi derecha las olas se
deshacían en lluvia sobre las rocas de la costa. Detuve el coche en el arcén y
descolgué.
- Hola,
mamá.- Mi voz sonó hueca y lejana.
Hubo
un corto silencio y luego ella me reprochó en tono cariñoso:
- Ya
te dijimos que no deberías ir.
- Lo
sé mamá, pero tenía que hacerlo. - Respondí con lágrimas al borde mis párpados.
- Bueno,
ya nos contarás. ¿Te encuentras bien?
- Sí,
mamá… - Mentí.
- Pero
no vas a venir…
- No,
mamá. Prefiero estar sola.
- Vale,
tranquila, pero conduce con cuidado… - ¡Qué difícil era engañarla!...
- No
te preocupes, mamá. Mañana nos veremos. Un beso.
- Un
beso, cariño. - Y colgó.
Por
las montañas del interior el sol derramaba tonos dorados y rojizos y recordé
aquella canción de Serrat que tanto le gustaba a mi amiga, ella, cuyos ojos
también se acostumbraron a aquellos atardeceres que ya no volverán a ver… Antes de regresar a
la carretera marqué el número de ‘A’:
- ¡Hola!,
¡qué sorpresa!- No sé por qué, simplemente con escucharle ya comencé a sentirme
más relajada.
- ¿Tienes
plan esta noche? - Le espeté sin contemplaciones.
- ¿Un
martes?... Ahora consultaré mi agenda, ya sabes que en mi pueblo hay mucha vida
social. - Bromeó.
- Te
necesito esta noche… - Las lágrimas volvieron a asomarse, pero esta vez para
desbordarse sin reparo alguno.
-
¿Estás bien? - Preguntó.
-
No… - Y rompí a llorar con ganas y sin disimulo.
Él
guardó silencio durante unos minutos escuchando mis gimoteos hasta que comencé
a calmarme.
-
¿Estás mejor? – Preguntó.
-
Sí, perdona.
-
No hay nada que perdonar, pagas tú la cena y arreglado.
-
Eso está hecho. – Respondí riendo entre los hipos. – He reservado habitación en
(…) ¿Voy a recogerte?
-
No, tranquila, llamo al taxis y te espero allí.
Cuando
colgué, el cielo tenía un color pálido y sobre el mar iba oscureciendo. Los
pueblos del interior se adornaban de luciérnagas y en el horizonte se
balanceaban las luces de algún barquito mecido por sus frías aguas. Suspiré
profundamente y arranqué hacia la sierra.
&&&&&
“Quiere que le defiendas tú, pero no creo que debas
hacerlo.”
Mi padre estaba bastante pensativo y serio sentado en su sillón del despacho.
Lo miré en busca de su opinión, pero no movió ni un solo músculo. “Pero, esto debe ser alguna broma, ¿no?
¿Cómo se atreve a pedírmelo?” Pregunté. Mi hermano negó con la cabeza. “No, no lo es. Aunque sí es de muy mal
gusto. Pero él pidió los servicios de nuestro gabinete y dejó bien claro que
quería que fueras tú quien le defendiera. Sin embargo puedes negarte, por
supuesto, y no sólo lo entenderemos todos, sino que yo te recomiendo que no le
defiendas. Hay demasiadas connotaciones sentimentales en todo este caso, Ana, y
eso no es bueno para nadie y menos para ti.” Volví a mirar a mi padre
quien, con un leve movimiento de los ojos, apoyó la sugerencia de mi hermano. “Vale, no me haré cargo, pero se lo diré
cara a cara.” “¿Por qué?... ¿Qué vas
a ganar con eso?...” Preguntó mi padre. “No
lo sé, papá, pero quiero que él mismo me diga por qué hizo esa monstruosidad,
qué le llevó a enloquecer… Ella no se merecía eso, no, no se lo merecía…”
Mis labios comenzaron a temblar y una fría debilidad se iba apoderando de mí.
Mi hermano me pasó un brazo por los hombros y me acompañó hasta un sillón y
continuó: “Haz lo que quieras, yo tampoco
te aconsejo que le veas, pero haz lo que quieras. Tú verás. Ahora, en lo de
defender su caso, me niego en redondo.” “Estoy
de acuerdo.” Dijo mi padre levantándose pesadamente del sillón. “Y tampoco creo conveniente que vayas a verle,
tu madre piensa lo mismo, te lo aseguro.” “Ya lo sé, papá, pero creo que es lo
poco que puedo hacer ya por ella y pienso que se lo debo… Tenía que haber
adivinado lo que ocurría, tenía que haberme dado cuenta de que estaba
sufriendo…” Y ya no pude seguir…
Cuando
se abrió la puerta y apareció acompañado del policía, tan guapo como siempre,
tan elegante como de costumbre y, sobre todo, con la sonrisa agradable y
atractiva dibujada en su rostro nada más verme, me arrepentí de haber ido. Nos
saludamos fríamente, por lo menos por mi parte, y él tuvo la decencia de no
intentar darme la mano, me habría asqueado tocarle. “Gracias por venir.” Me dijo una vez sentados y solos. “Pensaba que quizá te negaras a llevar mi
caso, y lo hubiera entendido…” Levanté la vista del bloc y le miré a los
ojos. “No voy a llevar tu caso, sólo he
venido a que me expliques por qué…” El me cortó con un gesto de la mano. “Pero es necesario que lo lleves tú, Ana.”
Su voz era de súplica y angustia. “Pero
¿por qué?... No lo entiendo.” Él dejó caer sus hombros abatido y me miró
con una profunda tristeza. “Ana, te juro
por mis hijos que yo la quería, la quería como no he querido nunca a nadie…” Lo
observé atónita. “¿Entonces?....” Volvió
a atajarme. “No, no, no me interrumpas,
por favor. Te lo explicaré todo…” Tragó saliva. “La relación entre nosotros hace tiempo que no iba bien, ¿sabes?...”
Y me observó esperando una respuesta que no le di. “Sí, desde que fusioné mi empresa con la de ‘X’ y comencé a viajar y
frecuentar otros ambientes, ya sabes, yo me fui distanciando dejándome llevar
por el glamour, el dinero fácil, el éxito… ¡yo qué sé!... toda esa mierda que
tanto nos gusta a los hombres…” Mi estómago se iba revolviendo. “Ella se daba cuenta de todo, la conocías
bastante bien, no era nada tonta y sí bastante perspicaz, pero, en vez de enfadarse,
de escupirme a la cara mis infidelidades, como debería haber hecho, me lo
perdonaba todo y aguantaba y aguantaba sumisa todas mis perrerías.” Su voz
temblaba en algunos momentos, pero no me daba pena, ninguna pena. Me hubiera
gustado abofetearle. “Tanta sumisión y
tanta debilidad me llegaron a producir asco… y le perdí todo el respeto… Y es
que yo, sin darme cuenta, había cambiado… ¿o es que siempre he sido un monstruo
y no me he dado cuenta hasta ahora?...” Le brotaron algunas lágrimas y yo cerré
los puños con tanta rabia que casi me clavo las uñas en mi carne. “Y así pasamos unos cuantos años. ¿No te
diste cuenta de nada?” Yo negué con la cabeza. “Al principio simplemente la ignoraba, la despreciaba, pero más tarde,
cuando yo salía todas las noches sin ningún disimulo y volvía, si volvía,
bastante cargado y oliendo a otras, ella comenzó a reprochármelo, se volvió
insoportable, celosa, irascible… Entonces es cuando comencé a pegarle…”
Bajó la vista hundiéndola en el suelo, pero la levantó asustado cuando yo me
puse en pie dispuesta a irme. “¡No, por
favor, Ana, no te vayas!... Todavía no he acabado… Escúchame, por favor.”
Me detuve y retrocedí, pero sin sentarme. “Al
poco tiempo surgió el escándalo (…) y mis socios y yo estábamos implicados en
el medio de toda esa feria de corrupción. A partir de eso, ya no tomaba alcohol
y drogas como diversión, sino como necesidad…, tenía miedo, mucho miedo…
¿sabes?, y cuando volvía a casa lo pagaba con ella y ella me amenazó con el
divorcio… ¡con el divorcio!, Ana… Yo no podía tolerarlo, Ana, porque pensaba
que si llegábamos a los juzgados se descubriría más mierda sobre mí y mis
actividades, que la hay, te lo aseguro, y a toneladas, pero, sobre todo, porque
no quería perderla, porque ella era todo el apoyo que tenía en la vida, el
único cariño, la única persona que me ataba con la realidad y… ¡tenía tanto
miedo!...” Tuve que sentarme, ¡qué poco conocemos a quienes nos rodean!,
pensé. “Comencé a golpearle, Ana, como si
estuviera poseído por el diablo…” De nuevo comenzó a llorar y gritaba sus
frases entre gimoteos. “Le… le golpeaba…
con fuerza y con saña… intentaba hacerle daño… quería hacerle daño… como si
ella tuviera la culpa de todo… y golpeaba… y golpeaba… incluso hasta mucho
después que dejara de moverse… Ana… ¡Soy un mierda, un monstruo!...” Yo no
veía nada, una cortina me había cegado los ojos, sólo pensaba en mi pobre
amiga, mi amiga de toda la vida, mi compañera de juegos y de aventuras, mi
amiga del alma, destrozada por ese tipo que tenía delante de mí. Pero había una
pregunta que me rondaba por la cabeza. “Dime,
¿los niños vieron algo?” Y un grito desgarrador e infrahumano me partió el
pecho. “¡¡¡Síííí!!!” Y se dejó caer
sobre la mesa mientras yo le gritaba:
“¡Hijo de puta!... ¡Malnacido!...” y le lancé el bolígrafo y el bloc y me
hubiera abalanzado sobre él a arañarle, a golpearle, si de pronto no se hubiera
abierto la puerta donde aparecieron dos policías alarmados. “¿Ocurre algo, señorita?” Al verlos, me
tranquilicé un poco. Respiré profundamente y les respondí con toda la calma que
pude conseguir. “No, agente, no, sólo es
un cambio de impresiones con mi cliente.” Ellos volvieron a cerrar no muy
convencidos. “Y después de esto, cabrón,
¿cómo te atreves a pedirme que te defienda? Yo pediría la pena de muerte para
ti.” El me miró y vi la angustia en su cara. “Ya lo sé, Ana, y harías bien. Pero sólo tú puedes llevar mi caso.”
Me volví para mirarle. “¿Por qué?”
Grité. “Porque tú la querías mucho, eras
su mejor amiga.” Me detuve. “No te
entiendo.” Él suspiró profundamente y meditó un poco. “Ana, cuando comience el juicio van a ir a por todas, lo que me pase a
mi no me importa, pero saldrán todos los trapos sucios en los que ando metido y
todo lo que tengo desaparecerá y mis hijos no tendrán donde caerse muertos,
porque lo he pringao todo, te lo aseguro, todo, lo mío y lo de ella, lo de mi
familia y lo de la suya, ¿entiendes?... sólo tú puedes salvar algo, por poco
que sea, para sus hijo, Ana, ¡para sus hijos!” Se detuvo un instante, como
para recobrar aliento. “A otro abogado le
iba a importar un pimiento, él cumpliría con su obligación y en paz, pero a ti
no, tú sé que lucharás para que sus niños no se queden en la miseria, ¿lo entiendes,
Ana?...” Observé aquel rostro desencajado por el miedo, por la culpa, por la derrota, aquel rostro que en
otro tiempo había causado la envidia y la coicia de las chicas de la pandilla.
Busqué dentro de mí y no hallé compasión, ninguna compasión. Luego me llegó la
imagen de los niños, el orgullo de mi amiga, su consuelo… y me dejé caer en la silla y lloré y lloré en
silencio…
&&&&&
Nos habían
servido la cena en la habitación. ‘A’ miraba en silencio la danza de las llamas
en la estufa de la pared, fuera el frío viento soplaba entre las ramas de los
pinos.
-
¿Quieres otro gin-tonic? – Le pregunté mientras me disponía a incorporarme,
pero él me cogió la mano y se la acercó hasta su rostro besándome suavemente en
la palma. No pude más y me abracé a él dejando salir todo el dolor que llevaba
dentro.
-
Llora, llora, te hará bien. – Mientras me acariciaba el cabello.
-
Pero, ¿sabes lo gracioso de todo esto? – Le pregunté y el negó con la cabeza. –
Que mi amiga se llamaba Esperanza…
-
Hay nombres que deberían estar prohibidos… - Respondió él mientras me arropaba
con su brazo y así, al calor del fuego y de la amistad, me fui quedando
dormida…
ResponderEliminarLuis Novella (viernes, 29. junio 2012 18:56)
Una vez más me has conmovido. Gracias