TEMAS E IDEAS: En la obsesión, por Acrugon - Octubre 2012
“Ahora que vamos despacio,
vamos a contar mentiras,
tralará…”

El
caso es que deberíamos haber sospechado algo en todas aquellas ocasiones que
este infante empollón y repelente se pasaba al lado del enemigo y nos
traicionaba con premeditación y alevosía, chivándose de todas nuestras
travesuras al cuerpo docente quienes, más por obligación corporativa que por
convencimiento personal, nos castigaban vilmente con recreos malgastados y
descenso de notas que, irremisiblemente, ascendían en su cartilla escolar. O
cuando automáticamente, como llevado por un resorte, su brazo derecho, ese que
utilizaba tan diestramente para saludar durante el “Cara al sol”, se elevaba
por encima de nuestras abrumadas cabezas para responder a cualquier pregunta
proveniente de la mesa dominante de la clase. O cuando jamás olvidaba
cumpleaños o santo de nuestros abnegado
preceptores para quienes indefectiblemente siempre aparecía con algún presente
debajo del brazo… ¡Pelota!...
Con
nuestro inevitable crecimiento fue alejado de nuestra vulgar y peligrosa
compañía para ser internado en una institución docente de mayor prestigio, como
correspondía a sus méritos y familia, lo cual, al contrario de incomodarnos,
fue entusiastamente acogido por sus más próximos adolescentes de ambos sexos quienes
compartimos nuestras dispares carreras pedagógicas en el instituto del barrio,
con variedad de frutos, justo es reconocerlo, aunque con un compañerismo
singular y ejemplificante. Y pasado el tiempo, sólo quedó de él un áspero recuerdo.
Sin
embargo el destino es cruel y se regodea trabando vericuetos sin sentido y así,
sin más, un buen día aparece una cara saludable, sonriente y repleta de
promesas en cuya madurez vislumbramos, sin lugar a dudas, el inolvidable
flequillo y el abnegado casquete capilar modelado a base de laca, impresa en
unos carteles electorales de esos cuya función es ser el soporte de las
promesas que fueron engendradas para ser incumplidas y de las verdades que
jamás pensaron ser ciertas. Y una tarde de primavera, bajando de un vehículo
cuya marca sólo conocíamos porque era prohibitiva para nuestras magras
economías, embutido en un traje de chaqueta que contrastaba con nuestros monos
laborales, se apeó con un reflejo marfileño y prodigando sus manos, sus besos y
sus saludos más cariñosos entre el vecindario atónito.
Y
Carlitos explotó en una campechanería impensable para quienes todavía teníamos
memoria y utilizó la palabra “amigo” con un derroche y seguridad que incluso yo
comencé a dudar de la veracidad de mis recuerdos. Lo cual, ¿cómo no?, dio pleno
resultado y nuestro insigne condiscípulo de primaria logró aquello que venía
buscando, como siempre, que no era otra cosa que ocupar uno de esos tan ambicionados
sillones del hemiciclo legislativo desde donde volvió a velarnos en el último
pliegue cerebral en el que anidan las cosas sin importancia dignas de ser
olvidadas.
Pero
lo que tiene el trayecto de los sufridos próceres de lo público es que cada cierto
tiempo vuelven a pasar por el mismo punto. Y allí estábamos nosotros, de nuevo,
como cuatro años antes, dispuestos a ser embaucados y seducidos por el
despliegue audiovisual de la fantasía brookliniana… y tornamos a picar como
besugos hambrientos siempre dispuestos para abrir las bocas de nuestra
miserable esperanza, no a la verdad, sino al gusano de la frase acertada y
oportuna que queríamos oír, a la melodía que nos hacía mover el cuerpo cual
bailarinas de nightclub, frotando nuestras impudicias miserables por la
lubricada barra de la falacia y el desconsuelo.
Y
así hubiera sido por los siglos de los siglos si no lo soluciona la implacable
lucha del poder, esa que se basa en un principio no nombrado, pero seguro que
aceptado por el sabio Arquímedes: “para que unos suban, otros deben bajar…” Y
el pobre e incomprendido Carlitos cayó en desgracia y no faltó quien nos
desveló todo aquello que ya sabíamos, a pesar de todo: “Simplemente era un obseso
del poder y un mercenarios de la mentira compulsiva, necesarias ambas cosas
para conseguir lo que desea, y que no se detenía ante nada y que carecía de
escrúpulos y...” ¿Y…?
El
caso es que ahora Carlitos pasea su impecable flequillo repeinado y su casquete
de laca por las anodinas oficinas de una oficina bancaria donde fue relegado,
como castigo a su fatal declive político, a su particular Siberia, para continuar
el mefítico juego de manipular al mundo insensato, mentecato e incoherente que
en estos momentos le confía sus ahorros y le pide consejo sobre sus
inversiones…
Y
cuando nos preguntan, “¿pero no recordáis todas la barbaridades que hizo?”,
nosotros indolentemente respondemos, “¡pero si da igual, si no es él será otro!”,
y continuamos con nuestras vidas de rebaño remiso lamentándonos en los acogedoras
barras de los figones mediante las rutinarias frases hechas.
Sólo
uno de nuestros viejos profesores nos dio un poco de luz racional cuando
afirmó: “La mayor no obsesión no es la del poder, sino la de la pobreza de espíritu.”
Pero nosotros sabemos que el pobre hombre ya chochea…
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