CRÉEME, ESTOY MINTIENDO: Capítulo I, por Ángeles Sánchez - Noviembre 2011
Y
de pronto, un único comentario drenó toda la sangre de mi cabeza, me sentí
mareada, como si el mundo de pronto se hubiera parado, congelado. Y yo,
totalmente desorientada no podía más que escuchar el latir de mi corazón. ¡Bum,
bum!¡Bum, bum!
Sólo
duró un segundo y no bastó para procesar la conmoción. Pero sí para pasar
inadvertida. Después de eso todo recobró su camino original, la música continuó
sonando, la gente bailando y bebiendo. Nosotros mirándonos fijamente.
Él
esperando una respuesta, una reacción. Mi mente a cien por hora, encauzando
pensamientos, dando vueltas y vueltas. Intentando encontrar el sentido a esas
palabras:
-
Sé que entonces perdí mi oportunidad contigo.
Decidí
que quizá lo mejor era simplemente no contestar.
-
Otro chupito por favor.
-
Que sean dos.
De
un sólo trago. Sin respirar. Noté como el alcohol inundaba todo mi ser. Como me
desinhibía un poco más. Y una carcajada involuntaria surgió de mis adentros. Me
puse roja y él también comenzó a reír. Bueno, la situación era patética, pero
por lo menos los dos la veíamos del mismo modo. El problema era que todavía no
le había dado una respuesta. Yo sólo deseaba besarle.
Con ese pensamiento perturbador vuelvo
de mi largo letargo (A veces puedo pasar horas fantaseando). Sé que no estaba
del todo dormida ni tampoco plenamente consciente por que podía escuchar
perfectamente lo que ocurría fuera.
Cuando consigo desperezarme y recobrar
un poco el sentido son casi las cuatro. Echo un vistazo rápido a lo que ahora
es mi “hogar”: Una habitación fría y cochambrosa. No estoy hecha para ella.
Decido que lo mejor por ahora es darme
una ducha. En el momento en que la primera gota caliente se desliza por mi
espalda me doy cuenta de lo poco que he apreciado ese momento hasta ahora. Me
gusta sentir el suave líquido corriendo sobre mi cuerpo. Apuro hasta el máximo,
hasta que el agua empieza a enfriarse.
De regreso a mi habitación, la 764, me
siento un poco mejor. Me tiro en la cama con tanta fuerza que creo podría
haberla roto. Y me repito la historia de los últimos meses y como ha cambiado
mi vida desde entonces:
Soy Angy. Una superviviente del 21-D,
tengo 23 años. Después de la tormenta solar y del fallo eléctrico fui obligada
a dejar mi casa, mi hogar y me arrastraron hacia la nueva capital del país.
Todo el mundo evita las referencias al pasado por lo que ahora se conoce como
el Gran Núcleo. El gobierno calló casi tan pronto como se dio por finalizada la
búsqueda de supervivientes. Jara se proclamó líder después de que todos los
ministros, diputados y demás políticos desaparecieran. Supongo que algunos
estarán muertos, otros estarán escondidos.
El culmen de Jara en su introducción al
poder fue cuando el ejército se le declaró aliado. La reyerta no duró más de
dos semanas. Hubo más muertes además de los muchos que no sobrevivieron al
fallo eléctrico, a las guerras callejeras, al hambre y a la penuria. Otros
tantos cayeron defendiendo lo poco que tenían. El mundo estaba enfurecido,
deseoso de acabar con Jara. El problema fue que también estaban desnutridos,
desprovistos de hogares salubres y de armamento así que no fue difícil acabar
con ellos y con todas sus familias. Después de eso ya nadie se atrevió a
plantar cara. Entonces vinieron y nos llevaron, cualquier persona sana y en
edad de trabajar fue obligada a rendirse ante el nuevo régimen. A trabajar para
ellos.
Mi hermano está en el edificio A del
Gran Núcleo, sus conocimientos mecánicos le han dado un lugar prestigioso. Jara
está buscando un modo para que las máquinas funcionen sin ningún tipo de
electricidad.
En mi edificio, el G, nos dedicamos al
textil. No puedo quejarme. Tengo la suerte de estar en el Gran Núcleo. Otros
muchos fueron destinados a los campos para mantener la agricultura, a las minas
o al ejército.
Cuando me doy cuenta de que ya he
repetido mentalmente esta historia mil veces y regreso al frío de mi lúgubre y
oscuro cuarto, son ya casi las seis de la tarde, si quiero salir es mejor
hacerlo mientras quede algo de luz. Me visto con mi uniforme de calle. No sé en
qué estaban pensando los que lo diseñaron porque es realmente feo e incomodo.
Cuando estoy a punto de salir, otra
imagen viene a mi cabeza, él. ¿Dónde estará? ¿Qué le habrán hecho? Me retuerzo.
Mario. Si cierro los ojos ahora puedo ver su cara, sus ojos mirándome
incrédulo. Sus carcajadas. Aún que he vivido media vida enamorada de él, jamás
se lo dije. No hubiera podido estropear nuestra amistad. Durante las primeras
semanas que siguieron a mi llegada al Gran Núcleo intenté vaciar mi mente de
sus recuerdos. Cada vez que lo hago algo arde en mi interior. La peor de las
bestias surge en mi estomago. Todos lo habrán oído.
La primera cara que me encuentro es la
de Laury, es una chica que conocí el día que llegué, fue quien me explicó cómo
funcionaban las cosas aquí y qué había que hacer para mantenerse con vida. No
llamar la atención de los militares. No hablar muy alto ni muy bajo. Hacer lo
que se te ordene. No meterse en líos. No beber, no fumar. Y sobre todo, no
intentar acceder al centro del Gran Núcleo. Reglas fáciles de memorizar cuando
la alternativa es una fosa común.
Laury me saluda con su tono de falsa
alegría:
- ¿Cómo va? - Me dice, después de ello
me mira de forma extraña. Algo en mi cara no va bien.- ¿Te encuentras bien?
- He pasado por días peores. - Le digo,
y es cierto. Soy un poco brusca y eso hace que ella de unos pasos atrás
dejándome salir. No le digo adiós. ¿Por qué soy tan borde? Al fin y al cabo
ella me ha ayudado mucho.
Es extraño salir a la calle, todo el
Gran Núcleo parece haber sido decorado y cuidadosamente teñido de ese color.
Durante largo rato deambulo por las calles sin saber muy bien hacia dónde voy.
Cuando por fin me doy cuenta estoy en frente de la casa donde trabaja mi amiga
Ana. Me escondo detrás de unos matorrales secos y voy hacia la puerta trasera.
Me deslizo hacia dentro y la veo, leyendo algo que parece una guía de cocina.
- ¿Ahora también cocinas? - Le digo con
sarna. Ella levanta la cabeza y entonces el mundo entero se me viene encima.
Tiene una herida que se ve muy fea en la barbilla y un ojo morado.- Ana. ¿Qué
te ha pasado?
- Nada, es el estúpido del hijo de los
Ginés. - ¿Nada? Eso no es nada, pienso. - Al parecer anda escaso de sexo
últimamente y creyó que dándome un día libre y llevándome a escondidas al campo
podría tener alguna oportunidad.
- Él no...- no puedo ni decirlo, la idea
de que haya podido ocurrir algo peor que esas heridas y moratones me deja sin
aliento.- ¿Intentó forzarte?
- Evidentemente, ¿crees que tendría esta
cara de no haberlo hecho? Pero no te preocupes, él está mucho peor...
- Debería estar entre rejas- Le espeto
sin un mínimo de piedad. – Tendría que haberlo contado.
- ¿Para qué? Además, en mucho tiempo es
el primer hombre, si puede llamarse así, que se ha interesado por mí. - Dice.
Me cabreo y salgo de la cocina dando un
portazo, otra vez. Para ser domingo, día oficial de descanso, la tarde está
siendo demasiado larga. De todos modos creo que Ana siente algo por Rafa, el
único hijo superviviente de la familia Ginés. Desde que escondida detrás de los
matorrales vi como lo miraba y como sus ojos brillaban con cada tontería que él
hacía, lo supe. Los Ginés son una de esas familias que nosotros llamamos “Los
privilegiados.” Creo que son parientes de Jara, o algo así.
Vuelvo a casa rápido, pues ya está
oscureciendo. Estoy tan concentrada en la ira que siento ahora mismo por ese
chiquillo, que de poco no me doy cuenta. A unos veinte metros de mi un grupo de
soldados, perfectamente alineados, avanza a empujones entre la calle abarrotada
de personas que vuelven a sus casas. Pero no es eso lo que me llama la atención.
Su voz. He escuchado su voz. La voz de Mario. Debo estar loca, es imposible
¿Mario entre ellos?. Me aparto para dejarles paso justo en el momento que mi
corazón da un vuelco, noto como mis piernas se tambalean y como mi cabeza
empieza a irse. Es él. De verdad es él. No lo he imaginado. Por un momento
siento su mirada clavada en mis ojos, pero no encuentro por ninguna parte la
dulzura que conocía en su semblante. Al contrario, lo único que percibo es un
gran gesto de indiferencia total.
Sigue vivo entonces. Y eso es en lo
único que puedo concentrarme ahora. Por mucho que su mirada haya retorcido
todos mis órganos vitales y las lágrimas hayan saltado de mis ojos casi al
instante, él está vivo. Y sano. El ejército pertenece al más alto nivel de “los
privilegiados” por lo que no le irá mal. Y eso explicaría que no lo haya visto
antes. Huyo de ellos rápidamente y sólo si no puedo evitarlo, paso por su lado.
Y ahora Mario está con ellos.
Estoy ya en mi habitación y mi mente
vuela al pasado.
Estamos
los dos juntos, hace unos cinco años, en la cena de fin de curso. Él estaba
guapísimo, con su traje gris oscuro y su camisa y corbata verdes. Yo lucía un
vestido azul eléctrico de corte simple y un chal plateado. Rebosábamos
juventud, alegría. Sus ojos, -los que hoy he visto tan cambiados-, eran tan
cálidos y conocidos.
Hablábamos
de lo que haríamos después. Ambos iríamos a la misma universidad. Viviríamos
cerca. Aunque no tendríamos clases juntos, podríamos vernos a menudo.
Éramos
felices, pero algo en mi interior me decía que nada volvería a ser como antes.
A medida que pasaban las horas, mi pena crecía. No quería dejar ir ese momento.
Esa fue la única vez que realmente me planteé decirle lo que sentía.
Debían
de ser las cinco de la mañana y nos habíamos quedado solos en las puertas del
restaurante, algún borracho quedaba dentro, otros ya dormían en sus casas.
Sentados en el suelo y apoyados en la pared, él me abrazaba fuerte, la conversación
había terminado hacía mucho rato. Pero daba igual. Él era una de esas personas
con las que los momentos de silencio se disfrutaban de igual modo. También parecía
triste, ido. ¿Sería por mí?
Es en este punto cuando mi cerebro
racional dice basta, estoy hecha un ovillo en mi cama, llorando
silenciosamente. A pesar de que la noche está ya bien entrada aún queda gente
fuera.
Pienso en Javi, que está tres pisos por
encima del mío. Me levanto como puedo de la cama, salgo de mi cuarto y me
deslizo a hurtadillas por las escaleras oscuras hacia su cuarto. Doy tres golpes
en su puerta y le llamo.
- ¿Javi? - ¡Por favor, por favor, por
favor que me oiga!
- ¿Angy?
Escucho las llaves y veo girar el pomo.
No le doy opción a decir nada más. Me lanzo en sus brazos en un amargo intento
de evadirme. Desde que he llegado al Gran Núcleo él ha estado siempre ahí para
mí. Busco sus labios calientes y los presiono con los míos mientras una última
lágrima mana de mis ojos. Entonces dejo fluir el resentimiento hacia Rafa,
hacia Ana por enamorarse de él, hacia los Ginés por no haber sabido educar a su
hijo, hacia Jara y sus militares. Hacia Mario.
Comentarios
Publicar un comentario